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bocata de calamares
Columna
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La hambruna desde esta orilla

Es imposible no ponerse en el lugar de esos padres que pierden a sus hijos, o de esos hijos que pierden a toda su familia y tienen que sobrevivir solos, hambrientos, aterrorizados, mutilados en un lugar en ruinas

Un momento de la concentración convocada el 27 de julio en la plaza del Ayuntamiento de Valencia, bajo el lema 'Fin al holocausto alimentario en Gaza'.
Sergio C. Fanjul

Como la comida es uno de los mejores momentos para informarse, a veces me sorprendo leyendo sobre la hambruna en Gaza mientras como. Leo sobre cómo el cuerpo de otros se queda sin glucógeno, cómo empieza a tirar de sus propios materiales, de los músculos, del propio corazón, cómo la anatomía se va consumiendo a sí misma, cómo el cerebro, a falta de energía, se va ralentizando y la vida va agonizando lentamente. Veo fotos y vídeos de niños a los que se les asoma el esqueleto, de bebés que ya no tienen fuerzas para llorar, de personas que se agolpan para conseguir un poco de harina por debajo de las balas. Vemos la hambruna provocada como un arma de guerra, nos horrorizamos, nos acabamos el plato de pollo con arroz, seguimos con nuestras cosas.

La existencia contemporánea es la sucesión de esos momentos en los que nos horrorizamos por el estado del mundo y esos otros en los que seguimos con nuestras cosas: la vida cotidiana, levantarse por la mañana, atender al trabajo, ir a la compra, siempre se acaba por imponer. Se pasa así, en los medios y en las redes, de un asunto a otro; del más horrible sufrimiento por inanición a los mejores restaurantes para comer no sé qué no sé dónde: basta con mover un poco el dedo.

Me criaron en un mundo ―aquel optimismo de fin de siglo― donde estas cosas no iban a volver. Se enseñaba la violenta historia del siglo XX como una retahíla de errores imposible de repetir. Mi madre me llevó al cine a ver La lista de Schindler para que conociera el punto más abyecto al que había llegado el ser humano; ahora me alivia que ella no llegara a ver el genocidio palestino y no se fuera del mundo con esta sensación de fracaso civilizatorio.

Europa, que tanto había explotado y expoliado, que tanto se había matado a ella misma y a los otros, era entonces la hipotética reserva de los valores humanistas, el lugar que se había organizado para evitar la barbarie y defender los derechos humanos.

Ahora da vergüenza ver al estado descendiente del Holocausto dilapidar la memoria de aquel sufrimiento convirtiéndose en un verdugo maquinal e impasible; y da vergüenza ver a los líderes europeos, sin coraje, cobardes y serviles, incapaces de hacer nada más que plegarse al mundo cruel que propone la nueva extrema derecha que cabalga el mundo.

Lo dijo Josep Borrell: “Europa ha perdido su alma en Gaza”. Al fin y al cabo, la masacre está ocurriendo en una orilla muy cercana de eso que llamaron mare nostrum, no tan lejos de las playas de Levante donde ahora se agolpan nuestros millones de turistas.

Palestinos desplazados cargan sacos de harina cerca de un punto de distribución de alimentos en Zikim, al norte de Gaza, el 27 de julio de 2025.

Es desalentador ser padre en momentos de matanza, es imposible no ponerse en el lugar de esos padres que pierden a sus hijos, de esas niñas que huyen de su hogar entre las llamas, o de esos hijos que pierden a toda su familia bajo un montón de escombros y tienen que sobrevivir solos, hambrientos, aterrorizados, mutilados en un lugar en ruinas.

Es imposible no asombrarse por la injusticia de estar aquí, a salvo, mientras otros están allí, sobreviviendo en el infierno. Cuando se habla de crímenes contra la humanidad me parece muy gráfico: quien los comete agrede a las víctimas, para también a sí mismo como victimario, pero también a todos los demás en la propia esencia de nuestra humanidad. ¿Qué es un ser humano?

Así vivimos, contemplando el genocidio desde la otra orilla del mar, entre el deadline de mañana, la visita a la mercería y la impotencia lacerante cada vez que se nos aparecen las imágenes de gente peleando por comer. ¿Qué hacer? Hace un par de días recibí un mensaje de WhatsApp que nos impelía a salir al balcón a las 20.00 y hacer una cacerolada. No sé, algo, golpear una cacerola con una cuchara, al menos para desahogarse. Estuve esperando, llegó la hora y ningún vecino salió. Yo tampoco.

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Sobre la firma

Sergio C. Fanjul
Sergio C. Fanjul (Oviedo, 1980) es licenciado en Astrofísica y Máster en Periodismo. Tiene varios libros publicados y premios como el Paco Rabal de Periodismo Cultural o el Pablo García Baena de Poesía. Es profesor de escritura, guionista de TV, radiofonista en Poesía o Barbarie y performer poético. Desde 2009 firma columnas y artículos en El País.
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