La luz
Creo en que todos deberíamos poder conservar la ilusión en que, con algo de astucia y esfuerzo,… podemos ver la luz

Lo cierto es que todo el tema este de la luz me ha tocado profundo. El otro día, saliendo de la estación de Renfe, en Atocha, mi hijo se protegió la cara con la mano y exclamó: “Mamá, hay fuego”. Le prometí que si terminábamos rápido los recados después iríamos a la piscina. Así lo hicimos. Tres horas después estaba feliz chapotean do en el agua con sus amiguitos, que al parecer habían optado por lo mismo.
Siempre he defendido y defenderé el derecho que deberíamos tener todos de sentir que tenemos en nuestras manos la posibilidad de mejorar nuestras vidas. Lo contrario es la desidia y la desesperanza que veo en muchos jóvenes y también en personas de mi edad. Personas como mi Claudia que, siendo una figura de la educación pública, se ha ido a dar lo mejor de sí misma en un país donde se valora todo lo que puede aportar. Hemos perdido nuestra inversión y lo más importante: a Claudia.
No hablo de vivir derrochando ni haciendo alarde de cosas materiales y superfluas. No me refiero a esas mejoras que implican pisotear y el expolio de los demás, sino al derecho de sentir que con un poco de astucia y esfuerzo podemos llegar a conseguir algunas de aquellas metas que nos libren del ahogo de la carencia, la precariedad. Le prometí a una amiga que escribiría sobre el tema y me pidió que omitiera su nombre.
“Me da vergüenza”, dijo. Y pensé: vergüenza da este sistema que, por muchos pasos que des, a algunos siempre los deja donde están. Me encanta Will Smith cuando dice: “Lucha por tus sueños”, “no aceptes un no por respuesta”. Pero es que a veces lo haces todo y nada sale, y está bien decirlo por aquello de fustigarte y de la culpa.
Desde esta tranquilidad que he saboreado por primera vez en mi vida, me he hecho más consciente del desasosiego de sentir que nada de lo que hagas incidirá significativamente en tu vida, y lo más importante, en la vida de los tuyos. De los que dependen de ti. Tengo conciencia de clase y de que dentro de las clases hay clases y de que no tiene nada que ver con tener o no tener clase.
He visto a mi tía lidiar con ingresos mínimos, alimentan do a hijos, nueras y nietos con una entereza y una elegancia que se deben reconocer, pero no romantizar, porque es una elegancia impuesta para conservar su dignidad. Papás y mamás nos hemos levantado de madrugada a arropar a nuestros retoños que se destapan por la noche, hemos saboreado lo hermoso que es la piel de gallina y que alguien te preste un jersey y todos nos hicimos eco del frío que pasaron familias enteras con críos en la Cañada Real, y algunas que no son de la Cañada callan por vergüenza. Creo en que todos deberíamos poder conservar la ilusión en que, con algo de astucia y esfuerzo,… podemos ver la luz.
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