La colonia ecléctica
La colonia Unión Eléctrica, construida en 1920 para empleados de la compañía energética, acoge hoy una peculiar mezcla de estilos arquitectónicos, muchos de ellos ajenos al diseño original


Cuando Aurora Aguado abre el enorme portón verde que da acceso a su casa, se encuentra con una amarilis. Explica que la gente las llama “suegra y nuera, porque miran cada una para un lado”. A sus 92 años, conserva una mente veloz y una voz vigorosa. Funcionaria jubilada. Viste una camisa animal print. Lleva gafas de sol. Vive sola –”de momento”, matiza-. Es muy independiente. Tuvo coche hasta hace dos años. Nació aquí. Es la más veterana de la colonia. “Y lo llevo muy a gala”, añade. Vive en una casa de dos plantas unidas por la escalera de hormigón original, a la que acompaña una peculiar pared abombada y recubierta de azulejos. Cada planta tiene 56 metros. Arriba, hay una tercera, en bajo cubierta. Aurora siempre echa un doble cierre a la casa “para que no se meta un yerno tonto”. Recuerda que tenía un vecino que gritaba “¡abajo la burguesía!” y que lanzaba piedras a los coches. “Pero era buena persona, una cosa no tiene que ver con la otra”, aclara.

El padre de Aurora trabajaba en la Unión Eléctrica Madrileña. La sede de la empresa estaba en la Gran Vía. En 1920 la compañía promovió la creación de una cooperativa que construyera viviendas para los empleados cuyos ingresos fueran inferiores al límite que marcaba la Ley de casas baratas. En los estatutos de aquella cooperativa se establecía que el objetivo era construir viviendas “higiénicas y baratas”. La cuota mensual era de 1,5 pesetas para los que ganaba menos de 3.000 al año y de 2,5 para los que estaban por encima. El espacio, en Chamartín, se organizó en 11 calles que bordeaban 15 manzanas en las que se levantaron 158 viviendas unifamiliares. Es su momento, se decidió que las calles siguieran la nomenclatura de Nueva York. De la Primera a la Undécima.
Aurora explica que conoció a Mari Cruz y a Ángela Oñate cuando eran pequeñas. Hoy tienen 85 y 82 años, respectivamente. Sus padres llegaron a la colonia en 1936. Sentadas en una mesa en una de las dos alturas de su patio delantero, recuerdan cómo los siete hermanos se repartían en dos habitaciones. Los chicos por un lado. Las chicas por otro. Aún hoy llaman a las casas por su nombre original -hoteles-. Han construido una pequeña piscina de PVC para los niños de la familia. Cuando posan para una foto, se entrelazan los brazos.

“A los 25 años la casa pasaba a ser propiedad de los empleados. Pagábamos una cuota al banco de Urquijo, que fue el que prestó el dinero, pero cuando llegaba el momento de pagar, a veces no alcanzaba, y fueron subiendo las mensualidades…”, recuerdan. “Como protesta, muchos empleados se fueron y empezó a llegar gente de Campsa, del propio banco Urquijo, del Instituto Nacional de Previsión, tranviarios, drogadictos… esto…, drogueros. Bueno, ¡algún drogadicto habría!”, remata Aurora.

Mari Cruz y Ángela viven con su sobrino Carlos (44 años, Las Palmas). Hijo de su hermano Pepe, que falleció por Covid, trabaja como comercial y las cuida con cariño y delicadeza. Es testigo de la evolución de la colonia. “Sigue siendo una burbujita, pero ha cambiado mucho desde que yo era pequeño. Entonces esto era un campo de juego. Aquí ahora ya no juega ningún niño”, dice mientras controla el cable de oxígeno que ayuda a respirar a Mari Cruz.
La colonia ha pasado de tener un origen eléctrico a un presente ecléctico. En un paseo, se ven casas de los cuatro estilos originales, bloques de edificios y construcciones contemporáneas. Hay una vivienda que parece una nave industrial, con únicamente dos ventanas. Hay, al menos, una casa con piscina que se alquila para fiestas. Hay tejas rojas, azules o blancas. También una casa habitada rodeada por cinta de la Policía Local. No hay, por ejemplo, calle Segunda. Ni Quinta. Los parterres y las aceras de ciertas zonas están descuidados. Y, de repente, aparecen unos cactus.
“Fíjate en el suelo. Tampoco pedimos la luna…”, dice Eduardo Díaz (Valladolid, 77 años), financiero jubilado y tesorero de la asociación de vecinos, mientras señala algunos de los numerosos socavones en la calzada. También se perciben los parches de las obras para la traída del gas. Es “bastante escéptico” ante la posibilidad de que el Ayuntamiento les ayude a dotar de cierta unidad, al menos, a las zonas comunes de la colonia. “Han pasado administraciones de todos los colores y ninguna ha hecho nada”, concluye.
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