Votar o no votar: Carta a los jóvenes valencianos
Como en cualquier otra actividad humana subjetiva que se precie todos tenemos nuestros motivos, nuestros valores y nuestras convicciones. Quizás no encontréis los motivos. Pero buscadlos debajo de las piedras si hace falta


Corría mayo del año 2015. Hace apenas ocho años y, en realidad, parece que hayan pasado siglos desde entonces. Recuerdo que, con mis 16 años todavía no podía votar. También recuerdo cómo me impactó ver por la tele el estallido del 15M en 2011. Y la Primavera Valenciana de 2012, en que se cometieron abusos policiales contra estudiantes como yo, armados con sus libros, por el triste delito de protestar contra los recortes en educación del PP. Recuerdo ir acompañado de mi padre y mi madre, maestra, y de aquellas camisetas verdes, a mis primeras manifestaciones en defensa de la pública. Aquellos fueron años en los que todo estaba por hacer y todo era posible. Recuerdo la ilusión compartida con mi mejor amigo Álvaro y a todas aquellas personas con las que hablaba por redes. Intentaba persuadir a quienes no iban a votar ya que yo todavía no podía hacerlo. Y, claro, estaba que me votaba encima.
Recuerdo que en aquel mayo participamos en las elecciones municipales de nuestro pueblo, colaborando por primera vez en nuestra vida en una campaña electoral. Y también me viene a la cabeza aquella noche electoral, cómo olvidarme de ella. Aquellas imágenes de Rita Barberá gritando “qué hostia”, aquel vídeo de Joan Ribó entrando al Ayuntamiento de València en bici, las arduas negociaciones en la izquierda para hacer president a Ximo Puig, el fin de las mayorías absolutísimas en la era de Alfonso Rus y las caras de estupefacción de muchos vecinos en mi pueblo, donde tras 16 años, había caído el Partido Popular. València dejaba de ser aquel lugar donde “la paella y la corrupción, mejor que en ninguna otra parte”. Aquellos días aprendí que Lord Acton tenía toda la razón cuando afirmaba que “el poder tiende a corromper y el poder absoluto corrompe absolutamente”.
También, en un día como hoy me acuerdo de mi abuelo Manolo, que nos dejó hace un año, y que, por primera vez, no irá a votar con mi abuela.
Recuerdo que mi padre siempre hacía una paella en su casa y comíamos todos juntos. Tras la comida, mi padre los acercaba a su colegio electoral. Y allí que me iba siempre a acompañarles, y Manolo me contaba historias de “cuando no podíamos votar ni decidir nada”. Hoy iré a votar con el reloj Citizen plateado que me dejó aquel día en que lo enterramos, y no puedo dejar de pensar en que votar es una de las cosas más bonitas que podemos hacer en democracia, por el orgullo de quienes ya no están (que lucharon durante años para que pudiésemos votar), pero, sobre todo, por el futuro de quienes vendrán. Al fin y al cabo el futuro, como decía Woody Allen, es el lugar donde vamos a pasar el resto de nuestra vida.
En esto de votar, como en cualquier otra actividad humana subjetiva que se precie todos tenemos nuestros motivos, nuestros valores y nuestras convicciones. Que sí, que el poco espíritu del 15M que nos quedaba muchos se encargaron de tirarlo por la borda, y os entiendo. Soy consciente de que muchos de vosotros, aquellos que votáis por primera o segunda vez, quizás no sintáis ninguna ilusión o no encontréis los motivos. Pero, en este domingo lluvioso y gris os quiero pedir un favor: buscadlos, buscadlos por debajo de las piedras si hace falta. En las becas, en los precios de la uni, en los precios de las cañas: tras todos estos gestos inocentes hay política. Y, si me permitís, recordad muy bien esta frase: “Tota política que no fem nosaltres serà feta contra nosaltres”.
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