Ir al contenido
_
_
_
_
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Miedo y asco en los coles valencianos       

Cada vez son más los amigos y familiares maestros y profesores que terminan pidiendo la baja, tras constatar la desprotección y las numerosas faltas de respeto a las que están sometidos

Un aula con jóvenes estudiantes de Bachiller del Instituto público Serpis de Valencia.

De un tiempo a esta parte, llevo experimentando en mi entorno un suceso bastante triste del que me gustaría hablaros: cada vez son más los amigos y familiares maestros y profesores que terminan pidiendo la baja de su puesto de trabajo, tras constatar la desprotección y las numerosas faltas de respeto a las que están sometidos. Nuestra sociedad ha normalizado intimidaciones, acoso por parte de los padres y madres o, lo que es peor, conductas violentas de los propios estudiantes hacia el profesorado. Y, para muestra, un botón. Según el Informe Mundial sobre el Personal Docente, un 86 por ciento de los docentes valencianos padece de estrés en sus puestos de trabajo y en torno a un 5 por ciento se arrepiente de haberse dedicado a la educación. De hecho, si nos adentramos en los datos, un 40 por ciento de los docentes aseguran que las dificultades para mantener el orden en el aula son la principal causa del estrés que sufren.

Y es que, aunque sea un debate incómodo, quizás ha llegado el momento de plantear que no puede haber una educación de calidad sin respetar la autonomía y la libertad de cátedra de los maestros; sin respetar, en definitiva, el papel tan importante al que están destinados en nuestra sociedad. Decía el viejo Pepe Mujica —cuyo cuerpo desapareció recientemente, pero cuyas palabras resonarán en la eternidad— que “no podemos pedirle al docente que arregle los agujeros que hay en el hogar”. En esta sociedad nuestra que tiende a la sobreprotección de las criaturas, hemos depositado una responsabilidad enorme en el cuerpo docente. A veces, parece que nos hemos olvidado de que quien tiene la responsabilidad de educar a los niños son los padres y de que el papel de los maestros es el de enseñar en sus materias correspondientes y reforzar los valores que los niños y niñas deben aprender en sus hogares.

De hecho —y no de manera casual, precisamente—, los ataques constantes de Trump o Abascal hacia la educación con debates como aquel del “pin parental” buscan precisamente eso, minusvalorar la autonomía de los docentes. Así pues, bajo el empalagoso mantra de la “libertad de las familias”, reivindican la potestad de los padres para educar a sus hijos. Saben perfectamente del papel fundamental de la educación (y, especialmente, de la educación pública) para igualarnos unos a otros, para dotarnos de conciencia y para otorgarnos la condición de ciudadanos. Ha llegado la hora de empezar a proteger a nuestros docentes y dotarlos de garantías (legales, psicológicas y sociales) para que puedan desempeñar su trabajo en libertad.

Y es que, entre la educación franquista del crucifijo, los golpes y los llantos silenciados y la educación actual de la sobreprotección de los niños, el acoso y el abandono del profesorado tenemos que luchar por caminar hacia la sociedad del respeto. Y esto pasa por una mayor estabilidad laboral para nuestros docentes, salarios dignos acorde a la responsabilidad ostentada, mayores garantías para defender la libertad de cátedra y, cómo no, que nuestra clase política llegue al necesario pacto de estado para encontrar, de una vez por todas, una ley educativa consensuada entre actores políticos y docentes. Nuestros maestros no son infalibles, son humanos y hacen lo que pueden, a veces con ratios de alumnos demasiado altas en cada clase. Pero, si algo tengo claro, es que, el futuro de los valencianos y del resto de españoles pasa por ellos. Tengo claro que si alguien puede formar a personas cultas, esos son ellos. Y cultas —decía Eduardo Galeano— no serán porque tengan muchos conocimientos, sino cuando aprendan a escuchar al Otro. Y en este tiempo que viene tendremos que aprender a hablar menos y escuchar un poquito más.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

¿Tienes una suscripción de empresa? Accede aquí para contratar más cuentas.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Rellena tu nombre y apellido para comentarcompletar datos

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_