Postales desde las prisiones franquistas: “Me ponéis demasiado pan y me apena que os falte”
El centro cultural de La Nau recopila en una exposición las tarjetas escritas por personas presas en las cárceles de Valencia durante la dictadura


Escribe Pascual, desde dentro de su celda: “Me ponéis más cosas de las que necesito y, sobre todo, demasiado pan, y me da pena pensar que a mí me sobre y os falte a vosotros. Le voy a dedicar un crucigrama a toda la pandilla. Enviad un tubo de pasta dentífrica Guris. Es preciso enterarse de si Monge ya ha escrito al juez. Espero que los chicos progresarán en sus estudios”. Desde otra celda, escribe Pepe: “Yo estoy un poco fastidiado del reuma y con ganas de salir”. Lee Pascualet, desde dentro, lo que ha escrito Angelita, desde fuera: “Sentimos mucho que no estés a nuestro lado, pero una vez u otra será, aunque nuestro deseo con impaciencia quisiéramos que se convirtiera en realidad”. Desde otra celda, lee Paquito, desde dentro, cómo ha firmado la postal su madre, desde fuera: “Tu madre que te quiere y no te olvida”. Son los textos de algunas de las tarjetas postales de personas presas en las cárceles de Valencia durante el franquismo, testimonio de una memoria histórica “olvidada, escondida, pero también secuestrada”. Las que se exponen hasta finales de abril en el centro cultural La Nau de la Universitat de València en la muestra Dins i fora las ha recopilado durante décadas el coleccionista Rafael Solaz.
“Las tarjetas postales eran la forma de correspondencia que podía pasar la censura más fácilmente”, explica la historiadora y profesora en la Universitat de València Mélanie Ibáñez, comisaria de la muestra junto con el también historiador Toni Morant, la artista y doctora en Bellas Artes Mar Juan y el documentalista Albert Pitarch. En comparación con las cartas, las tarjetas, sin sobre y pequeñas, eran más fáciles de controlar: “los mensajes eran muy condensados, y era más fácil para los censores leerlas y comprobar que no contuvieran ninguna cuestión sensible al régimen”. “Los presos suelen centrarse en cómo echan de menos a sus familias, vemos repetidamente preguntas del estilo de ‘cómo está mi hija’ o ‘cómo está mi madre’ pero también muchos ‘yo estoy bien’”, detalla Ibáñez. Optimismo para animar a las familias, pero también porque cualquier denuncia de las condiciones de vida en la cárcel no habría pasado los controles. “La comunicación de los presos con sus familiares siempre fue objeto de control, y su censura o su prohibición siempre fue un método de castigo”, resume. Por eso, Pascual, Pepe, Pascualet o Paquito, la letra apretujada contra los márgenes, la pluma temblorosa, casi exclusivamente piden o agradecen paquetes, preguntan por la familia, urgen respuestas sobre su caso.
“Paciencia, confianza, fortaleza”
“Al final nos hemos hecho amigos”, reconoce el documentalista Albert Pitarch. La suya es una amistad epistolar, porque a sus nuevos amigos los ha conocido a través de cartas, y muy particular, porque ninguna de sus nuevas amistades vive ya. Pero cuatro años de investigación sobre quienes escribían postales estando entre rejas, de “tirar del hilo”, dan para mucho y ha estrechado lazos con todos ellos. Con Ángel Gaos, hermano de la actriz Lola Gaos, que en una postal a su hermano pedía que le mandara a la cárcel el libro Introducción a la filosofía, de Aloys Müller. Con José Belloch, que escribió a su suegro para preguntarle cómo era posible que no le hubiera dicho que su mujer había muerto. Con Viriato, que escribió a su esposa: “paciencia, confianza, fortaleza”. Con Francisco González, Paquito, del que se conservan entre 60 y 70 cartas, todas intercambiadas con su madre. Pitarch podría hablar largo y tendido de la correspondencia de cualquiera de ellos. Pero, sobre todo, de lo que las postales dicen de algunas vidas.

Por ejemplo, la de Joseph -o José- Ortlitsch, austriaco, exbrigadista, maqui, que escribió a una mujer que vivía en el centro de València, primero desde la prisión de San Miguel de los Reyes -para decirle que ya no necesitaba la boina que le había pedido- y luego desde Burgos -para decirle que hacía mucho frío y que estaba mejor en València.- Recuerdos también de Marcel y Paul, añadía Joseph en su postal. Marcel Eichner y Paul Keller que, junto con el propio Joseph, protagonizaron un intento fallido de fuga del penal de Burgos en 1949. Todos sobrevivieron a la prisión, pero Marcel murió en un centro psiquiátrico en Madrid.
Al documentalista también le parece especialmente metafórica la postal que el marido de Carmen García de Castro le envió durante su estancia en prisión. El crimen que cometió esta maestra de maestras andaluza, que enseñaba en la Escuela Normal de València, fue dar lecturas de Balzac y Tolstói a sus alumnas en clase. Su marido le mandó una postal a prisión: por el anverso, unas palabras de ánimo; por el reverso, una imagen de la Virgen de la Esperanza. Para Pitarch, lo que resulta especialmente metafórico es que la imagen santa esté atravesada por un sello que dice: censura. Carmen García de Castro sobrevivió a la prisión, pero nunca volvió a las aulas.
Y no todos tuvieron tanta suerte. Luis de Cisneros Delgado, que había sido magistrado y miembro de Izquierda Republicana, creía, a su llegada a la celda, que el problema sería el hacinamiento, el intento fallido de dormir en el suelo sin mantas, el frío. “No estoy muy bien de salud”, escribió a su hija, Pura. Pero el 28 de junio de 1940 dejó de preocuparse por el frío y el amontonamiento: fue seleccionado para una de las “sacas”, conducido al paredón de Paterna junto a otras seis personas y fusilado junto con el fundador de la revista La Traca, Vicente Miguel Carceller, o el diputado socialista Isidro Escandell.
Una cajita de metal
Por el sonido de esos disparos y por el miedo al final que sufrieron muchos como Luis de Cisneros, muchos de los que consiguieron salir callaron sobre su cautiverio, incluso a ojos de sus hijos y sus nietos. El coleccionista Rafael Solaz lo sabe bien: en 1985, cuando su padre murió y ayudó a su madre a recoger la casa, se encontró en una cajita de metal el pasado de su padre. “Había documentos que certificaban que había estado preso en el campo de concentración de Castuera, en Badajoz, cosa que ni mis hermanos ni yo sabíamos”, rememora Solaz. Le preguntó a su madre: “Me dijo que sí, que mi padre estuvo preso, pero que no sabía mucho más”. Por ese silencio, por ese vacío, empezó a coleccionar tarjetas postales que enviaban y recibían los presos de las cárceles valencianas. Tiene ya 250, de las que están expuestas en Dins i fora alrededor de un centenar. Podrían ser muchas más, pero ha descubierto lo poco común que es conservarlas y se pregunta “cuántas se habrán perdido, quemado, tirado”. Por el miedo a que alguien las viera, por el dolor de tener cerca el recuerdo de la represión, por la vergüenza del estigma que traían consigo. “Pero son una vida, el testimonio de una existencia, pura memoria histórica”, asegura.
Coincide la artista Mar Juan en que los objetos “siempre son una personificación de las personas presas”, pero sobre todo las tarjetas postales. “Son un contenedor de memoria porque en ellas tenemos la letra, la ubicación de la celda, de la cárcel, las palabras que utilizaban, la forma en la que escribían, y eso es lo más cerca que podemos estar de todos aquellos que sufrieron esta represión”, considera Juan, que ha preparado la instalación artística con las tarjetas. En ella también ha dispuesto objetos de la colección de Solaz, una reconstrucción artística de un despacho policial, una “celda” en audio de 8 metros cuadrados -la dimensión media de las celdas- con altavoces y un paisaje sonoro en el que suenan disparos, sonido de pasos, el Cara al Sol, siseos o voces que pasan lista. “Todo eso pasaba en las celdas, pero las postales son otra celda que encierra las palabras, que les dan un espacio limitado y las vigilan como a las personas”, compara. La censura creó nuevas formas de comunicarse, de hablarse, de escribirse. “Quienes escriben estas postales saben que tienen que encontrar la forma de que su receptor lea entre líneas para contar determinadas cosas”, concluye Mar Juan.
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