El hijo de Pablo Escobar publica un cómic sobre su infancia: “Yo conciencio, Netflix glorifica”
Juan Pablo Escobar busca desmontar el mito que rodea la figura de uno de los mayores narcotraficantes del siglo XX

Juan Pablo Escobar (Medellín, 48 años) quizás tenga una de las herencias más difíciles de gestionar. El legado de su padre, Pablo Escobar, marcado por la violencia y por la asustadora cifra de 5.500 muertos durante el auge del cartel de Medellín, entre 1989 y 1993. Lo acompaña en su nombre y apellido, en las películas, en las series y en los libros. En su cruzada por confrontar su pasado y contar su versión de la historia, ahora recurre al formato del cómic. Escobar, una educación criminal, de la editora catalana Norma, aborda su infancia en un ambiente de miedo y clandestinidad. “Me dedico a desactivar el mito de quienes ven a mi padre como una persona exitosa, sobre todo la juventud”, ha explicado este miércoles, durante la presentación del libro acompañado de Pablo Martín Farina y Alberto Madrigal, responsables por el guion y el dibujo.
Arquitecto, diseñador industrial y pacifista, según él, Escobar, eligió el formato de cómic como una forma diferente de narrar su pasado y una manera de acercarse a la juventud. “Por más que sea escritor, nunca había hablado tanto sobre mí. Tuve que aprender a escribir un cómic, no sabía que cada escena tenía su propio guion”, ha contado el autor, que también ha formado algunas de sus obras bajo el pseudónimo de Juan Sebastián Marroquín. La idea, ha explicado, surgió durante la pandemia, en un momento de reflexión personal sobre cómo relatar su historia “con el máximo respeto posible” hacia las víctimas y “sin hacer apología” al universo de las drogas y de la violencia. “Yo conciencio, Netflix glorifica”, ha criticado.
El libro centra su mirada en la infancia: los años en los que vivió rodeado de sicarios, que también hacían de niñeros, con diversos guardaespaldas y la ansiedad como una constante de una vida bajo innumerables amenazas. “No había posibilidad de soñar. La vida estaba en riesgo de manera permanente. He creado una relación muy profunda y muy intensa con mis cuidadores”, ha recordado.
Para efectos narrativos, ha explicado, optó por disminuir la cantidad de personajes involucrados, aunque siempre manteniendo la veracidad de la historia. Uno de aquellos cuidadores, ha confesado, aún vive y leyó el libro. “Fue interesante ver su reacción. En relación con el mundo, está muerto, pero sigue vivo”, ha apuntado.
La rutina marcada por la violencia es descrita sin contar con el personaje explícito de Pablo Escobar, a pesar de estar omnipresente todo el momento. Solo está en la portada, que muestra un abrazo de ambos, y en las últimas 15 páginas “No quería que mi padre fuera el protagonista de esta historia, porque es mi historia”, ha insistido. Sin embargo, siempre está presente la sombra del cerebro tras miles de víctimas, huérfanos, viudas y que estuvo a punto de poner en jaque al Estado colombiano con su guerra para evitar ser extraditado a EE UU.

El autor reconoce la contradicción de haber crecido entre el miedo y el privilegio que daba la riqueza incalculable generada por el narcotráfico. “No me hizo feliz ser feliz con la fortuna de la mala vida. No me causó orgullo; me generó una marca”, ha confesado. En los últimos años, Escobar ha pedido perdón públicamente a las familias víctimas de la violencia de su padre y defiende la necesidad de abordar el narcotráfico desde otra perspectiva. “Colombia no ha podido superar ese tema en absoluto. Es una historia muy triste. Es una guerra en la que nadie ha ganado y nadie va a ganar. Es un problema de salud pública, no de seguridad, La prohibición tampoco es el camino”, ha declarado.
El hijo de Escobar, con su libro, intenta elaborar los impactos y las contradicciones de ser hijo de quién es. A pesar de reconocer la complejidad del personaje, lo reconoce como un padre presente en su ausencia. Evoca las cartas que recibía semanalmente del capo, mensajes en los que su padre le pedía que no se asustara ante las explosiones y los tiroteos. “Me escribía: ‘Esta semana vas a escuchar muchas explosiones, pero estoy bien”, ha explicado. Irónicamente fue por culpa de uno de esos intentos de comunicación que la policía rastreó su ubicación el 2 de diciembre de 1993, para finalmente encontrarle en una casa del occidente de Medellín y en donde recibió varios disparos mientras trataba de huir.
También recuerda la lección que su padre le dio a los doce años, cuando le habló por primera vez sobre la adicción a la cocaína. “Es una paradoja: no me daba el mejor ejemplo, pero me transmitía valores”, ha reflexionado. La intención, según él, en la escritura del cómic no es reconciliarse con el mito, sino romperlo. “Prefiero morirme antes que repetir la historia de mi padre”, ha concluido.
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