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Sara y Arush: una historia de amor contra el matrimonio forzado en Girona

Valentes i Acompanyades, una entidad de Salt, ayuda a jóvenes a escapar del destino que sus padres trazan para ellas mediante amenazas, coacciones y engaños

Matrimonio forzado en Girona
Jesús García Bueno

Se conocieron en un supermercado. Ella era la hija del jefe, un empresario pakistaní que la había enviado a supervisar uno de los establecimientos que regenta en Barcelona. Él era un empleado más, un chico indio que hacía poco tiempo había aterrizado en España. Sara y Arush se gustaron enseguida. “Había mucha simpatía, nos encantaba pasar tiempo juntos”, explica ella. Pero su amor estaba condenado, sobre el papel, al fracaso. Lo tenían todo en contra: la religión, la clase social, la geopolítica… Y sobre todo al padre de ella, que nunca iba a aceptar la relación (no la ha asumido aún hoy) y pretendía casar a Sara, en Pakistán, con el hijo de un amigo.

Sara y Arush —son los nombres que han escogido para narrar su historia porque aún tienen miedo—, que ahora tienen 20 y 28 años, empezaron a salir en 2022. Mantuvieron en secreto su relación durante casi un año. Pero el padre acabó enterándose. Y montó en cólera: despidió al chico del supermercado y comunicó a su hija que iba a casarse con un hombre al que no conocía de nada en Pakistán. Para escapar del destino que le había sido impuesto, Sara subió a un avión con Arush y, de la mano, volaron a Fráncfort, donde vive un hermano de él. La joven se armó de valor para llamar por teléfono a su padre. “Le expliqué que me quería casar con Arush. Él contestó que vale, que lo entendía y que lo aceptaba todo, pero me pidió que volviéramos a Barcelona”.

Era una trampa. Cuando la pareja cruzó, contenta, el umbral de la puerta de casa, “todo había cambiado”. Lo que ocurrió esa noche consta en la declaración que, más tarde, prestaría Sara ante los Mossos d’Esquadra. El padre amenazó a Arush con matarle y pidió a uno de sus hijos, el mayor, que le acercara un cuchillo. Después lo echó de casa a patadas. A su hija la sentenció con una frase lapidaria (“eres mala”), la condujo a su habitación y le confiscó el teléfono móvil para cortar toda comunicación con el novio. Empezó un cautiverio que se alargaría casi tres semanas, durante las cuales Sara estuvo siempre vigilada por el padre o el hermano mayor. “En mi país”, contará a la policía, “estas cosas suelen acabar mal, con la chica asesinada; que me quiera casar con una persona de otra religión y con menos posibilidades económicas era una ofensa para la familia”.

En paro y amenazado, Arush volvió a subirse a un avión, esta vez para regresar a Delhi con su familia. “Sara consiguió enviarme un mensaje diciéndome ‘sal de aquí porque van a ir a por ti y te van a matar’. Así que me fui. Tenía mucho miedo”, explica. Después, la angustia y el silencio. No supo nada de la joven. Ni siquiera que, mientras él estaba a casi 7.000 kilómetros, el padre había logrado su propósito: celebrar, por videoconferencia y con la presencia de testigos, la nikah, la ceremonia religiosa con la que se oficializa el matrimonio en el islam. Fue el 2 de diciembre de 2022. “Me pusieron la cámara delante y me obligaron a casarme. Fue un tiempo muy malo y duro para los dos”, cuenta Sara, que busca y encuentra la mirada cómplice, comprensiva, de Arush.

Para el padre, casar a la hija con alguien de su elección era una forma de seguir la cultura y tradición del Punjab pakistaní. Pero también era un asunto de negocios: una vez casados, Sara podría traer a España legalmente al marido, lo que permitiría al padre embolsarse una buena suma de dinero, reflexiona ella. Pero el hombre quería más: para borrar cualquier sombra de duda sobre una relación anterior de Sara, la conminó a denunciar a Arush ante los Mossos. “Quería vengarse de mí, que yo fuera a la cárcel”, explica Arush. Fue su gran error.

Acompañado por Sara, el padre tomó la palabra y explicó a los policías que el joven indio se había llevado a Alemania a su hija contra su voluntad, que la había agredido sexualmente y, además, que había robado en la tienda donde trabajaba. Los policías vieron que algo no cuadraba. Enviaron al padre a la sala de espera y pidieron hablar a solas con Sara. Con ayuda de una abogada y un traductor, ella pudo contar la verdad. Su padre fue detenido y ella, trasladada a un piso de Valentes i Acompanyades, la entidad de Salt (Girona) que ha apoyado desde entonces a la pareja y que lucha contra la tozuda realidad de los matrimonios forzados. En más de 10 años desde su fundación, ha apoyado a medio millar de mujeres en esa situación.

Liberada, Sara llamó a Arush, que en cuestión de días volvió a Barcelona. Ya no tenían nada que temer: el 18 de diciembre, el juez del caso prohibió al padre y al hermano mayor (que seguía sus directrices sin rechistar, algo muy anclado en la cultura patriarcal de la zona) acercarse a menos de 800 metros de Sara. El contacto habría supuesto “un gravísimo peligro para la vida” de la joven, a la que podrían engañar para viajar a Pakistán, “donde su vida correría grave peligro debido a las costumbres tribales que allí operan, de las que la prensa española ha informado”, señaló el juez. Pocos meses antes, dos hermanas de Terrassa, también pakistaníes, Arooj y Aneesa, habían sido asesinadas en Pakistán en uno de los llamados “crímenes de honor” tras haberse negado ambas a traer a sus parejas, también fruto de un matrimonio forzado, a España.

Valentes ayudó a Sara a conseguir un permiso de residencia, por cinco años, como víctima de violencia machista, asistió a la pareja para lograr la anulación del matrimonio en Pakistán e hizo los trámites oportunos para que pudieran casarse en Cataluña. La boda se celebró en un ayuntamiento de Girona en marzo de 2024. “Fue el día 22”, dice Arush. “No, el 23”, le corrige Sara. Se ríen. Ella tiene razón. Al enlace acudieron algunos familiares del joven: “Mi familia no tiene ningún problema, dicen que tengo toda la libertad para hacer lo que quiera. Y a ella la quieren y la cuidan mucho”. De parte de Sara, nadie, solo amigos y “la familia de Valentes”. Un poco más tarde, y ante las dificultades de Sara para lograr visado indio, se casaron en territorio “neutral”: en Nepal. Allí se les ve, sonrientes, guapos y relajados, él con una prenda tradicional sobria y oscura, ella con un vestido que es todo brillo, muy maquillada y adornada de joyas.

La relación de Sara con su familia ha quedado tocada, si no hundida. El padre fue condenado en una sentencia de conformidad con la Fiscalía y con su hija: aceptó los hechos a cambio de una rebaja de la pena que la ha permitido eludir el ingreso en prisión. “Es que yo nunca quise que él fuera a la cárcel. Solo quería casarme con la persona a la que quería”, dice Sara. El padre acepta el castigo, pero no la realidad. “Hablo poco con ellos. Cuando lo hago, por teléfono, tanto mi madre como mi padre solo me dicen que lo deje todo y vuelva a Pakistán”. La pareja vive feliz: los dos trabajan; ella, en un supermercado.

“Ese ‘sí’ me ha perseguido toda la vida”

En los matrimonios forzados, las coacciones son a veces más sutiles, o llegan disfrazadas de presión social y chantaje emocional. Es lo que le ocurrió a Henda, una mujer de 27 años nacida en Girona de padres senegaleses. Es la única de sus hermanas que no luce velo islámico, pese a que es hija del imán que dirige la oración para la comunidad subsahariana en Salt. “Siempre he sido la rebelde, y por eso creo que me pasó lo que me pasó”, explica en la sede de Valentes, donde ahora trabaja como administrativa.

Hace una década, cuando tenía 17, Henda estudiaba un ciclo formativo. Había empezado a conocer chicos en Girona y tenía una vida social normalizada. En verano, sus padres la llevaron a Senegal en lo que, según le dijeron, iban a ser unas vacaciones de placer. “Mis amigas me dijeron que no volvería. Pero no les creí. Además, mis padres me enseñaron el billete de vuelta para septiembre”. El viaje era, en efecto, un ardid para convencerla de que se casara con un primo de su etnia. Sus tíos empezaron a alabar las bondades del joven, diez años mayor que ella. “Y sí, era buen tío, muy majo... Pero es que a mí no me gustaba”, cuenta Henda.

Llegó septiembre y... ya no había billete de vuelta. “Mi madre me dijo que, hasta que no me casara, no podría volver. Vino mucha gente a pedirme que, por favor, por la etnia y por la cultura, me casara con mi primo”. A regañadientes, y después de haberse negado a ello “como 50 veces”, Henda acabó aceptando, si a eso se le puede llamar aceptar. No puede estar más arrepentida de haberlo hecho. “Ese me ha perseguido toda la vida. Porque más tarde, cuando logré separarme, mi padre me decía: ‘Tú dijiste que sí”. La ceremonia se organizó en apenas una semana. En la noche de bodas, ambos fingieron mantener relaciones sexuales. Pero las condiciones para volver a Cataluña se volvieron más exigentes. Henda solo podría regresar si se quedaba embarazada. “Por suerte, no tardé mucho. Era mi billete de vuelta”.

Ya en España, Henda dejó los estudios. Con 19 años dio a luz a su hijo, un varón, al que cuidó con ayuda de su familia. Empezó a trabajar y, dos años después, pudo traer al marido por reagrupación familiar. Ahí se dio cuenta de que la cosa no iba a funcionar. Y empezó a madurar la idea del divorcio. “Las amigas me decían que no me separara, que era haram [palabra que designa una conducta prohibida en la sharia o ley islámica]. Hablé con mi madre y mis tías y al final me impuse”. El padre, imán y por tanto con cierta ascendencia en la comunidad, recibió la noticia con ira e indignación. “Me dijo que no le hablara, que ya no era su hija, que no quería saber nada de mí, que le quería matar de vergüenza, que si la etnia, que si los tíos… Él no pensaba en lo que yo sentía, sino en lo que pensaría la gente”.

A diferencia de Sara, Henda sí mantiene ahora una relación más saludable con la familia. Un año después, el padre acabó aceptando la situación y también ha asumido, ahora, que haya decidido casarse libremente con otro hombre. Pero pasan los años, dice Henda, y la realidad de los matrimonios forzados sigue ahí, persistente, asaltando a las adolescentes. “Las madres empiezan hablando a las hijas de tal o cual primo, les enseñan fotos… Las chicas tal vez no se lo toman en serio, pero las cosas sí van en serio. Hay muchas que tienen miedo a decir que no y perder el contacto de los padres. Pero yo les animo a que sean valientes y, si se casan, que se casen con quien quieran”.

Un día internacional contra el matrimonio forzado

La asociación Valentes i Acompanyades apoya a las víctimas de matrimonio forzado, pero también promueve la "sensibilización" contra un fenómeno que persiste y se resiste a desaparecer, también en las sociedades occidentales. La entidad está impulsando una campaña para que se declare un día internacional contra los matrimonios forzados. "Se trata de que el tema vuelva a situarse en la agenda internacional y renueve la voluntad de la ONU de combatirlo", explica Pia Bosch, secretaria de la junta y persona que está impulsando la iniciativa. Este tipo de conmemoraciones tienen más probabilidades de prosperar si un Estado, en este caso España, presenta la propuesta ante la Asamblea General de Naciones Unidas.

En ese flanco está trabajando precisamente Bosch, que ha mantenido ya contactos con representantes del Ministerio de Igualdad. La propuesta, afirma, ha sido bien recibida. "El ministerio nos ha confirmado su interés, son conscientes de la afectación que tiene este asunto en mujeres que viven en nuestro país", explica Bosch. Tanto los estudios como la observación de las responsables de Valentes —una entidad única en España por sus funciones— demuestran que la realidad de los matrimonios forzados sigue arraigada. Un informe de Naciones Unidas alerta de que, al ritmo actual, llevaría 300 años acabar con esa práctica. "Se produce una mejora, pero muy lentamente", agrega Bosch. El asesinato, en 2022, de las hermanas Arooj y Aneesa, dos jóvenes pakistaníes residentes en Terrassa, puso el problema en el foco en España, pero los matrimonios forzados persisten y amenazan las vidas y las esperanzas de cientos de jóvenes.

Carme Vinyoles, directora de la entidad, explica que también se ha puesto en marcha una campaña para conseguir que municipios de Cataluña se declaren "libres de matrimonios forzados" y se comprometan a destinar recursos para erradicarlos. "Es una manifestación más de violencia machista", explica Vinyoles. Diversos ayuntamientos catalanes, muchos de ellos de la provincia de Girona, ya se han sumado a la iniciativa. Las mociones incluyen el apoyo a la propuesta de Valentes para lograr que la ONU declare un día internacional para eliminar los matrimonios forzados y los mal llamados "crímenes de honor".

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Sobre la firma

Jesús García Bueno
Periodista especializado en información judicial. Ha desarrollado su carrera en la redacción de Barcelona, donde ha cubierto escándalos de corrupción y el procés. Licenciado por la UAB, ha sido profesor universitario. Ha colaborado en el programa 'Salvados' y como investigador en el documental '800 metros' de Netflix, sobre los atentados del 17-A.
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