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Así fue la ‘rave’ del fin del milenio en Barcelona que duró casi una semana y se convirtió en “una de las más famosas de Europa”

La fotógrafa Molly Macindoe retrató la mítica fiesta junto a las Tres Chimeneas. El periodista Nando Cruz dedica un capítulo al resurgir del fenómeno en su próximo libro

Imagen de la fiesta de fin de año del año 2000 en Barcelona.
Noelia Ramírez

Mi imperio romano es la rave del fin del mileno de Sant Adrià. Hablo de la fiesta que duró casi una semana junto a las Tres Chimeneas en la Nochevieja del año 2000. Yo no fui porque estaba en otro sitio mucho menos interesante. Maldije esa elección fallida durante unos cuantos años, los que tuve aguantar las anécdotas de los que sí pasaron por aquel evento autoorganizado y gratuito porque todo el mundo sabe que la fiesta más épica siempre será en la que nunca estuviste. Leí en La Vanguardia en una escueta noticia en su edición de papel el 12 de enero de 2001 que en su pico de afluencia había más de 2.000 personas concentradas. Fue una free party con gente que escupía fuego y hubo hasta un dragón mecánico entre montañas de altavoces repartidas por distintas naves en esa tierra de nadie entre Barcelona y Badalona que ahora ocupan macrobazares. En el cambio de milenio, cuando no existían las redes ni los telediarios tenían la costumbre de buscar su rave simpática de fin de año, una comunidad de nómadas del techno venida de toda Europa aparcó sus camiones y se pasó una semana danzando con centenares de locales esporádicos junto a una Barcelona ajena a tremendo jaleo.

“Fue como estar en el escenario de una película distópica, una mezcla entre Mad Max y Blade Runner. ¡No solo fue una de las fiestas más famosas de España, sino de toda Europa!”, me contó hace unos años Molly Macindoe, fotógrafa traveller, que es como se conoce a las caravanas de comunidades que viajan de fiesta en fiesta por el mundo. A Macindoe la localicé a través de un amigo común en Londres por la reedición de Out of Order, su libro de fotografías de raves entre 1996 y 2006 en la que aparecían instantáneas de esa icónica fiesta de Nochevieja del 2000 y de otra junto al aeropuerto de El Prat durante San Juan de 2001. La inglesa captó la efervescencia raver mucho antes de que Sirât descubriese al gran público español las formas de vida de lo que el anarquista sufí Hakim Bey etiquetó como Zona Temporalmente Autónoma (ZTA). Como los huertos urbanos o las asociaciones autogestionadas, las raves son ZTAs, espacios temporales que eluden las estructuras de control social creando sus propios mecanismos de organización. Las raves no son utopías, algo que podría o debería suceder. Son algo que está sucediendo. Aquella macrofiesta sin patrocinadores ni hashtags ni entradas desorbitadas fue un espacio de esfuerzo colectivo nacido de la revuelta y de una vida momentánea y comunal.

Asistentes a la rave del fin del milenio en Barcelona.

Si la rave del fin del milenio pasó fue porque se organizó antes de la Ley de Espectáculos de la Generalitat de 2009. Esa fue la normativa que endureció las multas a las fiestas gratuitas y reguló el negocio de los afters. Se empezó a redactar en 2007, después del atropello mortal a un francés en otra free party masiva en un camping abandonado de Polinyà en la Nochevieja de 2006. Esa muerte marcó el fin de una era dorada de raves multitudinarias francesas, cuando los travellers cruzaban los Pirineos porque estaban perseguidos en su país. El movimiento tocaría techo en 2004, cuando el festival autogestionado D-Form, un teknival gratuito que nunca llegó a celebrarse en L’Hospitalet de Llobregat, plantó un camión con altavoces en medio de la plaza Catalunya y congregó a unos dos mil jóvenes que bailaron con pancartas con lemas como “Tripartit 2004, united colors of repressió”.

Aquellos también fueron los años dorados del Antisónar, cuando las fiestas autogestionadas y gratuitas se multiplicaban por Barcelona durante la semana del festival no solo en el descampado cercano de Fira Gran Via o en la playa de la Marbella. Históricas fueron las tardes y noches de aquellos años en la playa de El Prat, cuando centenares de coches taponaban los caminos de acceso al arenal y se congregaban miles de jóvenes bailando gratis buen techno, incluso de Djs en el cartel del festival, durante la semana del Sónar.

Uno de los asistentes a la rave del fin del milenio en Barcelona.

Desde entonces, ¿a Cataluña le cuesta más irse de rave? ¿Se ha normalizado la cultura del macrofestival con precios prohibitivos? “Las free parties siguen en el imaginario juvenil. Ya no son tan multitudinarias porque al final acabaron siendo problemáticas por competir con la oferta de pago que ofrecen los festivales en sí, pero no han desaparecido en ningún caso”, apunta el periodista musical Nando Cruz, autor de Macrofestivales (Ediciones Península). Cruz dedicará un capítulo a la cultura rave en Microfestivales, su próximo libro. “Existe un repunte de este tipo de fiestas, no son tan masivas como antes, pero sí que se ha reactivado desde la pandemia, cuando los chavales no podían salir porque estaban todas las discotecas cerradas”, aclara. Entre otros ámbitos a analizar, en su libro, el periodista hará un repaso histórico a la cultura rave y ejemplificará el cambio de paradigma en la opinión pública a partir de la fiesta de Nochevieja de 2022 de La Peza (Granada), la que conquistó a sus vecinos y a toda España por la sintonía que generó con los lugareños. “Históricamente, las raves han sido espacios de autogestión criminalizados por los medios de comunicación y perseguidos por el poder, pero exponen formas de organización mucho más horizontales y respetuosas con la gente no solo de dentro de la fiesta, sino de fuera. Cuando una rave acaba, todo se recoge, no queda ni un paper a terra y aquí no ha pasado nada. Es un modelo de ocio tan defendible como muchos otros”, sostiene.

Ya no hay caravanas aparcadas en Sant Adrià, pero la cultura resiste. “Nadie puede contabilizar cuántas raves se hacen, pero si tú estás en Barcelona y de repente te subes a Collserola con tus colegas y entre 20 o 30 montáis una fiesta, eso es una rave en formato reducido. El espíritu es el mismo”, destaca Cruz. El sentimiento que tan bien resumió la pensadora McKenzie Wark perdura, inmutable, sin importar el aforo: “¿Cómo es una rave? Un taladro en una sauna. Bailar, errar, soñar [...] Una apertura a la locura, a descubrimientos que se producen cuando nos perdemos”.

Rave fin de año 2000 Barcelona

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Noelia Ramírez
Periodista cultural. Redactora de S Moda desde 2012 y forma parte del equipo de Cultura desde 2022.
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