Morir a los 14 años por una cirugía plástica
La muerte de Paloma Nicole en México ha abierto el debate, de nuevo, acerca de quién puede decidir -¿una menor?- sobre el cuerpo de una mujer y no sobre si los controles a centros médicos son suficientes para evitar riesgos innecesarios


Hay personas que se operan los ojos para corregir problemas de visión y dejar de usar gafas. Hay gente que se somete a intervenciones dentales masivas con anestesia que no responden a una cuestión de supervivencia sino de elección. En estos casos, es raro que surja un debate sobre si el paciente que tuvo una complicación o incluso falleció en el procedimiento debió exponerse a ese riesgo. Me pregunto entonces en qué está enraizado el debate que resuena cada vez que una mujer muere en una operación de cirugía estética: ¿por qué lo hizo? Y si es menor, como ha ocurrido en México con el reciente fallecimiento de Paloma Nicole Arellano, de 14 años: ¿debería haber restricciones en torno a que los niños y adolescentes tomen este tipo de decisiones estéticas?
Esta semana, uno de los temas de conversación y discusión pública en México surgió a raíz de la noticia de la muerte de Arellano por complicaciones tras una cirugía de aumento de pecho. El padre de la joven denunció a la clínica privada, a la madre y al médico que la operó, que era pareja de la madre. Lo que reclama el hombre es que él nunca prestó su consentimiento para la operación porque la versión que recibió de la madre es que la adolescente tenía covid. Solo se enteró de lo ocurrido después, cuando ya estaba intubada. Posteriormente, murió.
De la indignación nacieron los cuestionamientos. Volaron los comentarios, los análisis y las sugerencias para prevenir este tipo de casos. En redes, en medios, y a pie de calle.
Cuatro días después del desenlace, se presentó una iniciativa de reforma a la Ley General de Salud mexicana que busca regular bajo qué criterios los menores de 18 años pueden someterse a cirugías plásticas -incluso con la autorización de sus padres o tutores-, así como para reforzar los requisitos para prestar el consentimiento. Por ejemplo, que haya valoraciones médicas y psicológicas o que se evalúe la capacidad de decidir del menor y de comunicar su decisión, según su madurez y desarrollo cognitivo. El objetivo último sería “garantizar por encima de cualquier interés el bienestar y desarrollo de niñas, niños y adolescentes” y evitar “que ponga en riesgo su vida o su futuro” en una intervención, explicaba el diputado proponente Gerardo Villarreal Solís, del Partido Verde Ecologista de México (PVEM).
“Debe haber controles estrictos”, dijo, aunque subrayó que la reforma no plantea una prohibición, ya que hay operaciones estéticas reconstructivas y funcionales que pueden mejorar sus vidas.
Pero hay que mirar más allá. El debate sobre si los menores -las menores- pueden decidir meterse a un quirófano para este tipo de cirugías de las que no depende su vida abre peligrosamente la puerta a cuestionarse lo mismo en intervenciones de interrupción del embarazo o procesos de transición de género. ¿Si tienes menos de 18 años, puedes decidir o no sobre tu cuerpo? ¿Debes o no operarte? Otra vez la misma discusión que, cómo no, generalmente se cierne sobre mujeres.
Si lo que ocurrió aquí -y ha ocurrido también en otros lugares y ya demasiadas veces- es que murió alguien en las manos de un cirujano sometiéndose a una intervención de la que, teóricamente, no dependía su vida, ¿por qué las dudas, cuestionamientos e impulsos reguladores no se centran únicamente en lo que pasó en la mesa de operaciones, en si el médico o la clínica cumplían con todos los requisitos y en si la Administración aplica controles exhaustivos sobre estos negocios para evitar riesgos innecesarios? Nadie pone en cuestión si una persona debió o podía consentir someterse a una operación de vista cuando esta sale mal. Pero sí con la cirugía estética.
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