La montaña baila en la Biblioteca
Joan Arqué y Guillem Albà dirigen la adaptación de la novela de Irene Solà ‘Canto jo i la muntanya balla’, en el teatro de La Perla 29


Canto jo i la muntanya balla es una fantasía rural en la que Irene Solà da voz, además de a entrañables personajes de la zona de Camprodon, a las nubes, a las montañas, a las brujas, a los corzos… La novela, que le valió el Premio Llibres Anagrama, se podrá “ver” a partir del 17 de febrero en el teatro de la Biblioteca de Catalunya gracias a la adaptación que ha hecho Clàudia Cedó en una producción de La Perla 29 dirigida por Joan Arqué y Guillem Albà.
La novela había cautivado a los directores, que fueron quienes osaron plantearse llevarla al teatro: “Lo primero que hicimos fue escribir una carta a los Reyes Magos”, dice Joan Arqué. Es evidente que se habían portado muy bien: “¡Nos dijeron que sí a todo!” Irene Solà les dijo que adelante; la editorial Anagrama no puso problemas para que hicieran la adaptación; Clàudia Cedó aceptó escribirla; Judit Neddermann dijo que por supuesto compondría la música… Y Oriol Broggi, director artístico de La Perla 29, les cedió encantado el espacio que le pidieron: la sala abovedada y de tierra de la Biblioteca de Catalunya: “Es un trasplante imaginativo poético, nada fácil”, advierte, expectante, Broggi.
El “equipo con el alma de la novela” que buscaban estaba medio hecho. Laura Aubert, Anna Sahun, Diego Lorca, Ireneu Tranis, Caterina Tugores y la guitarrista Amaia Miranda lo completan sobre un escenario pelado, como la montaña de Camprodon, un reparto que se desdobla para dar vida a múltiples personajes de la novela.
“El reto era trasladar unas palabras preciosas a unos actores pero también a unas marionetas, a unos gestos, a unos movimientos”, explica Albà, que valora tanto el espacio sonoro (de Joan Gorro) como la escenografía (de Alfred Casas y ‘la Closca’). “La tierra, una gota de agua o una nube son equivalentes de los seres humanos”, explic el codirector. El eje central de la obra es el de Domènec, el campesino poeta muerto por un rayo, y Sió, su mujer, de la perdida Matavaques, y sus hijos Hilari y Mia. Pero la magia de los picos entre Camprodon y Prats de Molló va mucho más allá: “¡A los humanos nos encantan los humanos! Pero hay otros personajes: las nubes, el agua, las montañas, las trompetas de la muerte, las brujas, los corzos o las mujeres de agua… Rozamos el fregolismo”, explica Albà. Todo discurre en una escenografía a cuatro bandas, absolutamente abierta, y, por supuesto, con un deje ripollenc en las voces.
Un desafío importante e ilusionante para el que Arqué y Albà que se aferraron al consejo de Broggi: “No tengáis miedo a equivocaros”, les había dicho. “Ya habíamos hecho el payaso juntos”, dicen los dos, que coincidieron en la deliciosa Rhum & Cia. Pero aquí no hay humor, han tenido que amoldarse a un libro “oscuro, con mucha crueldad”, en palabras de Arqué “Hemos hablado mucho entre nosotros”, revela Albà. El montaje tiene sus dos miradas, pero también las del resto del equipo. “Ha sido una creación muy colectiva”, cuenta Arqué. “Nos hemos escuchado mucho entre todos hasta hilvanar una narración llena de falsos diálogos, de magia… Hay cosas en la novela que están tan bien explicadas que hay que ir con mucho cuidado para no traicionarlas”.
La música que cuenta
Una de las apuestas del montaje es su banda sonora. La música (en vivo) la ha compuesto la cantautora Judit Neddermann. “Yo siempre he hecho canciones para mí y aquí querían música instrumental”, advierte. “Empecé creando músicas para los momentos que me parecieron del libro y les gustó, así que fuimos estirando de ese hilo”. La compositora valora que la mayoría de actores son también músicos: “Me han ayudado mucho”, confirma. La música, que se acopla a la perfección al espacio sonoro de la obra, incluye dos canciones, con textos de la novela: una de un poema y otra hecha “reordenando palabras de muchas páginas. “La idea es que, casi sin que te enteres, la música te haya entrado y te haya ayudado a entender lo que pasa en escena. Y se nos queda”, dice la guitarrista Amaia Miranda.
La música ayuda también a enlazar pasajes deslavazados de la novela. “Mantenemos esa fragmentación que da Irene Solà al libro”, dice Albà. “No siempre hay causa-efecto entre una escena y la siguiente, se dejan ir preguntas que luego ya se responderán”.
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