El alijo de hachís que desembarcaron menores en una cala de Algeciras
La Policía Nacional interviene casi 900 kilos del estupefaciente mientras los porteaba una veintena de menores vulnerables, una tendencia que va a más


La cala Arenas de Algeciras parece un escenario natural idílico desde el aire. Pero, a pie de tierra, el monte escarpado cuajado de espinos que la rodean complican el acceso al agua. La cosa se complica más si es de noche y tienes que subir la ladera, entre arañazos, y cargado con un fardo de hachís que pesa unos 40 kilos. La noche del pasado 22 de agosto unas 25 personas se afanaban en esa tarea para completar un alijo de hachís que acababa de llegar a bordo de una narcolancha. Sus siluetas se dibujaban como puntos luminosos en las cámaras térmicas de la Policía Nacional. “Parecían sherpas”, rememora uno de los investigadores responsables del operativo. La sorpresa fue mayor cuando descubrieron que esos porteadores que surcaban la montaña eran menores.
“Es el último rizo. Se demuestra que [los narcos] no tienen ningún escrúpulo, lo único que quieren es el beneficio económico y coronar [completar el alijo]”, denuncia un mando de Udyco Central de la Policía Nacional. La denominada Operación Campero se saldó oficialmente con el decomiso de los 21 fardos que los jóvenes dejaron en el camino —852 kilos— y la detención de dos menores que hacían de puntos —informantes— del alijo, en un operativo realizado por el Greco de Algeciras, con el apoyo de Vigilancia Aduanera. A través de ellos, junto a otras pruebas encajadas durante la investigación, los investigadores confirmaron que todo el grupo que movía la droga eran menores procedentes de zonas desfavorecidas de Algeciras y alrededores.
“Se aprovechan de su vulnerabilidad. Ya habíamos encontrado menores en operaciones anteriores, pero nunca una colla entera. Los chavales son más fáciles de captar y atemorizar”, detalla el agente que ha participado en el operativo. El investigador no oculta la sorpresa que le produjo el descubrimiento de lo que parecía un alijo más de droga, en una zona de costa virgen donde es relativamente común que las mafias locales intenten introducir cargamentos de hachís. Esa era la constancia de un posible alijo la noche del 22 de agosto fue la que puso en marcha a la policía en tierra y a los agentes de Vigilancia Aduanera en el mar, en un despliegue que se alargó durante buena parte de la madrugada. La zona es la misma en la que, al alba del pasado sábado, falleció el ocupante de una narcolancha después de que se chocase contra una patrullera de la Guardia Civil durante la realización de otro alijo.
El grupo, integrado por unos 25 jóvenes, entró en acción tan pronto que la narcolancha soltó los 21 fardos en la arena. Los chavales comenzaron la ardua subida por la ladera, hasta que se percataron de la presencia de los agentes y huyeron dejando la mercancía atrás. Dos de los que intentaban escabullirse fueron los únicos detenidos de la noche: un joven de 15 años, de origen marroquí y con residencia legal en España, y otro de 17 años español, cuyo padre había denunciado su desaparición apenas unas horas antes. La policía atribuye a ambos chavales tareas de puntos o informantes, un trabajo que el narco puede llegar a pagar entre 1.400 o 1.500 euros, como detalla el investigador.
La investigación, dirigida por el Juzgado de Instrucción Número 2 de Algeciras, se centra ahora en intentar averiguar quién fue el responsable de captar a los jóvenes. La policía tiene claro que en el alijo de cala Arenas hubo alguien que buscó a los menores, los convenció y les dirigió para saber cómo actuar. El siguiente paso es llegar hasta el responsable último del alijo. “La investigación continúa abierta”, apuntan desde la Policía Nacional, que este miércoles ha emitido un comunicado con los detalles de la operación.
“Los menores están ansiosos de entrar en narcolandia de una u otra manera. No ayuda la falta de oportunidades que existe en el Campo de Gibraltar. Es una salida para quien no tiene otra, no lo justifica, pero ocurre”, apunta una fuente cercana al narco que ha visto crecer el número de menores implicados en diversas tareas del narco. Es el caso del petaqueo o suministro de garrafas de combustible para aprovisionar a las narcolanchas, en el que muchos de los captados son menores. O la situación que se encontró la Policía Nacional cuando en abril de 2021 detuvieron a los 37 integrantes del clan de El Rubio, un narco que tenía como lugarteniente a su hijo de 17 años.
La Policía Nacional teme ahora que lo de la colla de menores de la cala Arenas no sea un hecho aislado y acabe por extenderse en el narco. “Es una tendencia que estamos detectando, el uso de menores en el servicio de logística en tierra”, explica el mando de la Brigada Central. Los narcos encuentran en esos muchachos vulnerables dos beneficios fundamentales: la facilidad de captación y la garantía de que esa mano de obra —de las más bajas de las mafias del hachís— no será carne inmediata de prisión o, directamente, ni siquiera acabará imputada, si son chicos menores de los 14 años.
En esos casos, el problema radica en los desajustes sociales que se producen, más allá de las implicaciones penales de los delitos. La propia Fiscalía Antidroga del Campo de Gibraltar y las asociaciones antidroga de la zona llevan décadas alertando de las generaciones perdidas que produce el narcotráfico y de las disfunciones que genera en los entornos familiares de los eslabones más bajos de los que se dedican a ese negocio, procedentes habitualmente de barriadas desfavorecidas de distintos puntos de la costa del Estrecho de Gibraltar. “Una vez que entran en esa dinámica, no salen, se acostumbran a un dinero que no es fácil, sino rápido”, denuncia esa fuente cercana al mundo del narcotráfico.
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