Javier Pérez (Political Watch): “La democracia tiene que volver a seducir”
“Nos estamos acostumbrando a vivir para nosotros y nos estamos desacostumbrando a preocuparnos por los otros”, dice el director de la organización


Javier Pérez (Boston, 44 años), director de la organización independiente Political Watch y premio al emprendedor social Ashoka Fellow 2025, escoge el madrileño Estadio de Vallehermoso para hacerse las fotos. Mientras pasea, cuenta el porqué de su elección: “Este lugar es el resultado de la lucha vecinal, porque Esperanza Aguirre quería convertirlo en campo de golf y gracias a los vecinos y su insistencia en los tribunales, ahora es de todos”. También es el lugar donde corre cada mañana.
Pregunta. Cuenta que su trabajo consiste en “fortalecer la democracia”. ¿Me lo traduce?
Respuesta. Para mí la democracia tiene más que ver con una asociación de vecinos, con una parroquia de barrio o con un parque donde la gente convive, más que con una ley y con un edificio. España es mucho mejor cuando las personas podemos participar proponiendo, decidiendo sobre cosas que nos afectan, pero no es fácil. Ahora mismo solo funciona con iniciativas quijotescas que van contra el sistema, y no a favor del sistema. Nosotros convertimos información pública en accesible y en inteligencia colectiva.
P. Son tiempos de desafección y cuestionamiento de la propia democracia. Ante eso, ¿qué siente?
R. La democracia tiene que dar resultados y volver a seducir. Necesitamos oportunidades en las que cuando la gente tiene algo que le preocupa o le duele tenga en lo institucional una mano, una cara y no una cita que no te dan, una ley que no entiendes o un impuesto que te suben. A pesar de que en España tenemos un derecho constitucional que es el de petición, las asociaciones de víctimas de la dana tuvieron que irse al Parlamento europeo para poder manifestar su dolor. No encontraron ni en las Cortes Valencianas ni en el Congreso de los Diputados esa mano que sí tuvo Bruselas. Lo público tiene que ser un aliado y no un enemigo. En nuestra organización estamos convirtiendo la información de lo que ocurre en el Congreso de los Diputados en información que para las organizaciones puedan hacer sus campañas y exigir a los políticos lo mejor de sí mismos y también estamos extrayendo a tiempo real todo el gasto público del Estado, comunidades autónomas y entidades locales, para que cualquier organización que tenga la mínima sospecha de que no se está haciendo buen uso del dinero público pueda investigar y denunciar. Y somos conscientes de la desafección. En Brasil, cada vez que se lanza una consulta pública responde una media de millón y medio de personas. En España, la media de personas que responden es de 40. Pero lo peor que le puede pasar a la participación es que la gente acuda y no pase nada. Eso solo crea desafectos.
P. Más primera persona del plural y menos del singular, dice. ¿Nos miramos demasiado el ombligo?
R. Totalmente. Yo creo que ahora una persona en España puede transitar una vida aparentemente sana sin tener ninguna experiencia colectiva. La gente puede evitar las asociaciones de vecinos, las de madres y padres del colegio… nos estamos acostumbrando a vivir para nosotros y nos estamos desacostumbrando a preocuparnos por los otros. La democracia es un virus que hay que inocular.
P. Hay dos lugares importantes en su vida: Boston y Vallecas.
R. Vallecas es mi barrio. Nací en un ambiente sencillo y humilde, tuve compañeros que no tenían regalos de Navidad, y a los siete años mi padre, que es profesor de universidad, se tomó un año sabático y nos fuimos a vivir a Boston, al campus del MIT. Imagínate el shock al llegar allí y al volver con nueve años recién cumplidos. Eso me hizo ser muy consciente del privilegio y la oportunidad por haber nacido en mi familia, y normalizar mucho que la gente extraordinaria y brillante es también muy normal. Me ha ayudado a comprender que un ministro también puede tener un agujero en los calcetines.
P. Qué me dice de estos dos nombres: Pablo Osés y Javier Ripollés.
R. Cuando temía once años los dos, que eran amigos de mi familia, formaron parte del movimiento por el 0,7% para luchar contra la pobreza. Consiguieron, con un tema que toca tan poco la piel y el bolsillo de la ciudadanía, sacar a miles de personas a la calle, primero en manifestaciones y luego acampadas en los centros de las ciudades y ellos dos en huelga de hambre. En un ejercicio de absoluta irresponsabilidad de mis padres me dejaron involucrarme en ese movimiento. De vez en cuando dormí en la tienda de campaña del Paseo de la Castellana, nos encerramos en la catedral de La Almudena un tiempo…y vi la realidad de gente que estaba poniendo su salud y su vida pro defender una causa de otros y la capacidad de movilización. Eso me enamoró y decidí que no tenía ni idea de cómo se podía vivir de eso pero que era a lo que me quería dedicar. Fui haciendo mis pinitos como voluntario hasta que llegué a la carrera, Derecho y Economía, que hice orientada a la cooperación internacional que luego se ha convertido en justicia social.
P. ¿Le han tentado para la política?
R. No. Alguna vez he coqueteado con la idea, pero ahora estamos en un momento complejo, donde lo que se pide es cortoplacismo y mala cara. Creo que mi aportación a la política es desde fuera.
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