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Santander sucio, Santander limpio: las dos almas de una ciudad entre quejas vecinales

Los conflictos con las empresas de basuras dejan zonas santanderinas muy desatendidas mientras los esfuerzos se centran en áreas turísticas

Santander
Juan Navarro

Da gusto pasear por la capa exterior de Santander, la turística, la del paseo de Pereda, la de La Magdalena, la del Sardinero, la del olor a mar, la de las rabas en la terraza y arena en los pies. La del turista y la del residente en zonas señoriales, muy distinta a la corteza interior santanderina, donde la basura desborda contenedores, no huele precisamente a agua salada y los vecinos dicen sufrir ratas merodeando entre detritus no recogidos y esparcidos por las gaviotas. El Ayuntamiento (PP) desmiente las acusaciones de suciedad y asegura haber resuelto los conflictos con la adjudicataria del servicio mientras la oposición y decenas de santanderinos inquiridos durante un día de patear su ciudad lamentan el deterioro y plasman esa sensación tangible al recorrer Santander: hay grandes diferencias entre sectores en función de su popularidad para los forasteros y de la renta de sus casas.

El recorrido comienza en los jardines de Pereda, donde los niños disfrutan de un tíovivo clásico en un parque donde hace unas semanas fueron grabadas ratas correteando entre árboles y bancos. El paseo lleva hacia la calle Alta y esos viejos restos del casco santanderino, quemado en 1941. Allí se encuentra la consejería de Vivienda de Cantabria, paradójicamente delante de un solar germen de plagas y lleno de basura de todo tipo. En las alcantarillas o colectores, dos tipos de pegatinas: unas informan de desratizaciones y otras de campañas contra las cucarachas. La falta veraniega de lluvias en una ciudad húmeda hace aferrarse los residuos, restos de aceites, heces perrunas y porquería las aceras; varios contenedores de los alrededores rebosan y la gente deja a su lado desde grandes cajas de cartón a mesas de madera, garrafas de plástico, cajas de zapatos o de jabón de Marsella, un saco con escombros de obra o una especie de estatuilla decapitada.

Suciedad en las calles de Santander.

Preguntar por los alrededores a personas dispares revela el descontento. Carmen de las Casas, de 75 años, toma el vermú con dos amigas y jura haber visto ratas “así de gordas”, abriendo exageradamente las manos; Encarna Manjón, de 76, recomienda no sentarse en unos bancos por donde campan los roedores. “Las gaviotas esparcen las basuras y hay gente muy cochina, pero tendría que haber más mantenimiento, a la vista está”, observa la primera, antes de abrir el gran melón cántabro: “Está todo abandonado, no sé si solo van al Sardinero, pero pagamos los mismos impuestos”.

Las señoras cargan contra la desigualdad que sufre Mariola Sánchez, de 56 años, 20 trabajando en ayuda a domicilio y pisando calles y barrios. “Hay mucha diferencia con El Sardinero”, lamenta, pues en áreas populares como esta ella se ha visto forzada a dejar pañales de los ancianos a quienes atiende expuestos en bolsas porque no caben en los cubos, al alcance de las ávidas gaviotas. “Los contenedores siempre están rotos”, critica, queja comprobable al recorrer la manzana. Carlos Espitia, de 35, reniega de que “está todo lleno de mierda” y señala una paradoja: un contenedor verde de vidrio junto a uno de esos modernos, subterráneos, que no funciona.

La cuestión salta a la política. El partido local Cantabristas denunció esta suciedad y convocó una manifestación liderada por una rata gigante, de cartón, como símbolo del problema. Manuel Núñez, miembro del partido, explica cómo la históricamente limpia Santander, con premios como la Escoba de platino hace una década por su pulcritud, se ha ido deteriorando. La última, los problemas con la empresa adjudicataria, cuya inoperatividad llevó a la alcaldesa, Gema Igual (PP), a firmar un contrato de emergencia que se extiende mucho más de lo previsto y recrudece el desbordamiento del servicio, especialmente ahora que en verano se multiplican los habitantes.

Portavoces municipales apuntan que “estamos en vías de licitar el nuevo concurso, tenemos un comité de expertos valorando las cinco ofertas que se han presentado”. “Mientras tanto, estamos con un contrato de emergencia que está llevando a cabo el servicio de forma rigurosa. En cuanto el comité de expertos decida se producirá la adjudicación, las previsiones son que para principios de 2026 tengamos la empresa nueva”, informan, mientras Núñez expone una “degeneración rápida” especialmente perceptible por el historial previo de buena limpieza.

“Entiendo que hay gente incívica, pero no me creo que la gente ahora sea más guarra que hace 10 años, hacen falta concienciación y sanciones”, comenta el santanderino, quien nunca había visto cucarachas en su barrio y a quien no consuelan los comentarios de madrileños en redes sociales protestando porque ellos están peor. Daniel Fernández, del PSOE de Santander, define a la urbe como “vertedero a cielo abierto” entre conflictos con las empresas: “La Santander de postal está algo más limpia, pero la recogida no es eficiente, fuera de eso hay cubos destartalados o de otras ciudades que trajeron los de la adjudicataria. Dijo Igual que era para ocho meses y van cuatro años”.

Un vecino con su perro va a tirar la basura en una calle de Santander.

Los pulsos políticos prosiguen mientras las calles siguen sucias. La calle de Isaac Peral, la de Guevara, la de Santa Lucía o la de Tantín presentan cubos rotos, con las bolsas y sus olores al aire, un pájaro muerto en la acera, montoneras junto a los contenedores y excrementos demasiado frecuentes. El escenario mejora al aproximarse hacia la zona del Sardinero, con bonitos espacios residenciales, casas nobles, muchas bolsas de playa y más presencia de forasteros en vías despejadas, sin acumulaciones de basura, orines de perro en el pavimento y ajena a las escenas vividas en otras partes de la urbe. Patricia Calderón, de 46 años, sale de un supermercado cargada con residuos rumbo a un contenedor roto. Limpio, pero roto. “Que si es mejorable, en mi barrio, Peñacastillo, no se ven ni barrenderos ni camiones de basura”, afea, pero sí “ratas como conejos”. Vuelve el discurso de antes: “El Sardinero está impecable, pero lo demás horrible, pagamos impuestos y nada, de los Jardines de Pereda y del Sardinero no se olvidan por el turismo”, sentencia.

Merche López, residente en esta zona y de 61 años, camina distraída. Sí percibe algo más de suciedad, pero nada reseñable, igual que Vega Rasilla y Cecilia Vallejo, de 18 y 17, que celebran que las playas están bien y no han visto nada flagrante en sus alrededores. El contraste lo aporta la burgalesa Sara Barriuso, de 33 años, cinco en Santander tras vivir en la capital y todo lo que conlleva: “Vivo por esta zona y el centro y las afueras no las piso, aquí está muy bien y comparado con Madrid es una maravilla”.

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Sobre la firma

Juan Navarro
Colaborador de EL PAÍS en Castilla y León, Asturias y Cantabria desde 2019. Aprendió en esRadio, La Moncloa, buscándose la vida y pisando calle. Grado en Periodismo en la Universidad de Valladolid, máster en Periodismo Multimedia de la Universidad Complutense de Madrid y Máster de Periodismo EL PAÍS. Autor de 'Los rescoldos de la Culebra'.
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