Ir al contenido
_
_
_
_
VIOLENCIA
Análisis
Exposición didáctica de ideas, conjeturas o hipótesis, a partir de unos hechos de actualidad comprobados —no necesariamente del día— que se reflejan en el propio texto. Excluye los juicios de valor y se aproxima más al género de opinión, pero se diferencia de él en que no juzga ni pronostica, sino que sólo formula hipótesis, ofrece explicaciones argumentadas y pone en relación datos dispersos

De Torre Pacheco y la cría de monstruos en Occidente

El episodio xenófobo español es parte de un amplio patrón de reacción en Occidente que bebe de una mezcla de malestares materiales y culturales espoleados por la ultraderecha

Irlanda del Norte inmigración
Andrea Rizzi

Hace dos décadas, el terrible atentado yihadista de Atocha no desató ninguna represalia generalizada contra la comunidad musulmana afincada en territorio español, una demostración de notable madurez social. Era otra España. Era otro mundo.

Hoy, el tejido sociopolítico de gran parte de Occidente es un inmenso terreno altamente inflamable. Uno en el cual basta un episodio real hábilmente manipulado, o incluso simplemente una mentira bien difundida y en conexión con retóricas políticas irresponsables de fondo para armar grandes incendios. El episodio de Torre Pacheco es parte de un diseño más grande propio de este nuevo mundo, de esta nueva España. Conectemos algunos puntos para verlo en su dimensión.

El pasado mes de junio se produjeron graves incidentes de corte racista en Irlanda del Norte a raíz de una agresión sexual cometida presuntamente contra una chica por parte de dos menores que aparecieron en juicio con servicio de traducción al rumano. Al otro lado de la frontera, en la República de Irlanda, desde 2023 se han registrado considerables disturbios xenófobos, con varios motivos, entre ellos la conversión de una antigua planta industrial en centro de acogida.

También en junio, Hichem Miraoui, de origen tunecino, fue asesinado a tiros en el sur de Francia. La Fiscalía Antiterrorista gala ha asumido la investigación del asesinato como un crimen de carácter racista vinculado a la extrema derecha, primera vez que lo hace desde su creación en 2019. El hombre detenido como presunto asesino había dejado un inequívoco rastro racista e islamófobo en las redes.

En Italia, hace una semana, la policía informó de investigaciones acerca de una banda que organiza expediciones punitivas contra migrantes. Se llama Artículo 52, en referencia al segmento de la Constitución que incluye la idea según la cual “La defensa de la patria es sacro deber del ciudadano”. En mayo, la policía alemana detuvo a cinco ultraderechistas que planeaban ataques contra migrantes.

En el Reino Unido, el verano pasado, se produjeron disturbios xenófobos a amplia escala.

La lista podría seguir, pero no hace falta. La sintomatología es evidente. ¿Cuál es la causa?

Se trata de las llamaradas más brutales de un fenómeno de reacción incubado en un caldo de cultivo compuesto por malestares de carácter material y cultural. Estos han sido hábilmente auscultados, comprendidos e irresponsablemente espoleados por fuerzas ultraderechistas.

Es importante analizar la conexión entre el factor material y el cultural. El descontento por situaciones de retroceso o precarización económica abonan el terreno para la cruzada cultural. Los excesos del capitalismo que desembocaron en la crisis de 2008, las consecuencias negativas de la globalización, en términos de deslocalización de empleos, o de las revoluciones tecnológicas, la dificultad de acceso a la vivienda en un mundo globalizado… todo ello ha contribuido a generar un malestar en clases populares que, como ya alertó Christopher Lasch en los noventa, asistían a una indignante desconexión de las clases superiores. En paralelo, se fue afianzando la mirada sobre los migrantes como rivales.

Por supuesto, hay gente rica que vota ultraderecha. Pero es especialmente sobre esa indignación popular que se ha ido edificando la catedral de la guerra cultural e identitaria. La reacción que se abate sobre los inmigrantes de forma indiscriminada y violenta nace sobre todo de ahí. Otra variante de la reacción es la que observa con recelo, o incluso hastío —llegando hasta la violencia—, el legítimo y necesario avance de las mujeres hacia la igualdad.

La añoranza de otro mundo, un mundo blanco y machista donde el pater familias tenía un empleo estable, tal vez en una fábrica, que permitía adquirir una vivienda y mantener mal que bien a la familia mientras los niños tenían perspectivas de poder vivir mejor, es parte importante de la cuestión.

Las ultraderechas —con su retórica cada vez más incendiaria, bien acusando a inmigrantes de comer mascotas, bien abogando por una expulsión masiva e indiscriminada de invasores que supuestamente arrasan toda una cultura— tienen una responsabilidad política primaria y gravísima en el estallido de estos incendios. La jurídica les corresponde a los jueces dirimirla, pero la política es cristalina.

Ello no significa que las fuerzas progresistas —políticas, culturales, mediáticas— estén exentas de culpa.

En algunos casos, sustancialmente desentendiéndose de problemas reales que procesos migratorios intensos generan. El correcto deseo de evitar estigmatizaciones indujo a veces un equivocado instinto, el de eludir detener la mirada sobre ciertas cosas, una suerte de negacionismo implícito de problemas reales. Y ello abrió terreno a los ultraderechistas.

En otros casos, más recientemente, la culpa es la contraria, una hipercorrección que ha conducido a políticas que se parecen a las de la derecha extrema y, de alguna manera, parecen consolidar un estado de ánimo xenófobo.

Por supuesto, cada país tiene sus circunstancias. En Alemania o Francia la subida de la ultraderecha tiene sobre todo a que ver con la masiva presencia de migrantes procedentes de culturas distantes y que sí, a veces, plantean problemas de integración. En Italia, con un prolongado fracaso del sistema político económico que ha causado un persistente estancamiento, una generalizada sensación de retroceso y pesimismo: un sálvese quién pueda.

En España, el asunto tiene mucho a que ver con la cuestión territorial. El nacionalismo separatista catalán sin escrúpulos propició el ascenso de un brutal nacionalismo español, uno agarrado de entrada a la bandera de la integridad territorial y que ahora avanza en una retórica racista sin contemplaciones.

Pero los denominadores comunes son fortísimos. Las ultraderechas son nacionalistas; y los nacionalismos siempre esconden, detrás de un manto cultural, un interés material.

En las dos décadas transcurridas desde los atentados de Atocha, el mundo se ha ido tensionando. No era aquel un tiempo fácil: se encaraba un despiadado terrorismo yihadista, y una abusiva ‘guerra contra el terror’ de EEUU y socios. Pero vinieron luego la crisis de 2008, la oleada de refugiados sirios de 2015 y sobre esa mezcla de malestares materiales y culturales empezaron a prosperar proyectos nacionalpopulistas. Ahora están desatados. Alimentan incendios por doquier. En España también. Y tienen un rasgo monstruoso. Los individuos que cometen delitos son criminales. Pero las ideologías con potencial de quemar la convivencia pacífica son monstruos. Todo apunta a que seguirán propagándose.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

¿Tienes una suscripción de empresa? Accede aquí para contratar más cuentas.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Sobre la firma

Andrea Rizzi
Corresponsal de asuntos globales de EL PAÍS. Autor de la columna ‘La Brújula Europea’, que se publica los sábados, y del boletín ‘Apuntes de Geopolítica’. Anteriormente fue redactor jefe de Internacional y subdirector de Opinión del diario. Autor del ensayo ‘La era de la revancha’ (Anagrama). Es máster en Periodismo y en Derecho de la UE
Rellena tu nombre y apellido para comentarcompletar datos

Más información

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_