Padres y madres de un colegio público de Granada se concentran cada mañana contra el genocidio de Gaza
Un pequeño grupo de progenitores protestan a las puertas del colegio de sus hijos contra la invasión israelí, desde las 8.45 a las 9.15


Esta es la historia de un pequeño grupo de padres y madres que pensaron que un pásalo de WhatsApp se quedaba corto como protesta contra la invasión israelí de Gaza. Es también la historia de un cierto desencanto por tanta gente como pasa de largo ante su protesta sin unirse a ellos. Y es, finalmente, la historia de unos padres con niños y niñas en edad escolar que ven cómo, a 3.500 kilómetros de su colegio, otros niños y niñas, iguales que los suyos, mueren bajo las bombas mientras las escuelas son arrasadas por el ejército israelí.
No superan la decena y a veces solo pueden acudir dos o tres, pero en Granada, hay unos padres y madres que cada mañana, de 8.45 a 9.15 desde hace dos semanas, se concentran a las puertas de su colegio bajo dos pancartas: “Contra el genocidio” y “No más niños muertos”, con la esperanza de poner su grano de arena al fin de la guerra. Quizá no consigan su objetivo, pero para ellos es un acto necesario.
El espanto hacía tiempo que rondaba a estos progenitores del colegio público José Hurtado, en la capital granadina. Un día, como a tanta gente, les llegó a su grupo de padres el video en el que, en 2040, las familias rememoran la aniquilación de Gaza y los jóvenes preguntan a sus mayores: “¿Qué estabas haciendo durante el genocidio?”, “¿Por qué no hiciste nada?”, o “¿Solo miraste?”. Mar Domech, una de las inspiradoras de estas concentraciones diarias, explica que el simple pásalo les pareció poco. “En vez de pasarlo, hagamos algo”, sugirió en el grupo. Mientras le daban vueltas a qué hacer, recuerda otro de los padres, Fernando Osuna, llegó la madrugada del 26 de mayo. Ese día, Israel bombardeó una escuela en Gaza que servía de centro educativo y refugio. De los más de 30 muertos, 18 eran niños. Esa masacre les convenció de que debían hacer algo. Y como lo que les unía era que sus hijos e hijas iban al mismo cole, alguien sugirió la idea de concentrarse diariamente a la entrada del colegio con alguna pancarta.
El arquitecto Nacho Rodríguez, padre de una alumna y responsable del diseño y confección de las pancartas, insiste en que lo que ocurre en Gaza les afecta como ciudadanos, pero también les como familias. “Nos interpela como padres que traemos al cole a nuestros hijos y nos resulta imposible imaginar que eso ocurra en un colegio”. La primera dificultad, propia de estos tiempos, fue encontrar el mensaje adecuado. Hubo mucho debate, recuerda Rodríguez. “Debía ser fuerte, pero no excluyente”. Debía facilitar una adhesión fácil, casi instantánea. Ese fue el primero de los chascos. Siempre pensaron que estar contra el genocidio es algo tan evidente que la concentración se convertiría, si no, en una cita masiva, sí en una muy concurrida.

Eso, sin embargo, no ha ocurrido, y el pico máximo de asistencia apenas ha alcanzado la decena de adultos y otros tantos niños y niñas. Gema Ocaña, una de las madres asiduas, explica que entre los paseantes y otros progenitores que llegan al colegio percibe dos tipos de actitudes: “Quienes miran al suelo y no quieren saber y quienes nos sonríen, nos hacen gestos cómplices, se ponen la mano en el corazón y cosas así”. Pero estos, por lo que sea, tampoco se unen.
Tampoco se quejan de ello. De hecho, se lo toman con humor. Cumplidores como son, los padres informaron a la subdelegación del gobierno de su concentración diaria. “Y una mañana, en la que apenas estábamos tres personas, llegaron dos policías de paisano que, además de pedirnos la documentación, se quedaron por aquí”, comenta Nacho Rodríguez. “Y se lo agradecimos, porque con ellos parecíamos el doble”, dice con humor. Pero eso no elimina su sorpresa.
Violaine Bailleul, madre de un niño de 10 años del José Hurtado, está sorprendida, para mal, de que las familias y el resto de vecinos no se unan a su causa. También Isadora Hernández, que no estaba en el equipo fundador, pero decidió unirse el primer día que vio la concentración. “Pensé que mucha gente actuaría como yo, pero no. Hay gente que hubiera esperado que se sumaría y no lo ha hecho y, aunque pocas, algunas personas nos miran con desaprobación”.

Al inicio del movimiento, pudieron colgar en el interior del recinto escolar una pancarta con el mensaje “Contra el genocidio”, pero una familia israelí se sintió interpelada, se quejó y tuvieron que quitarla. Para evitar eso, trasladaron su actividad al exterior del recinto. El director del centro explica a este diario que, independientemente de su opinión personal, este tipo de reclamaciones tiene un encaje difícil en un centro como el suyo. Sin embargo, los padres recuerdan, en palabras de Mar Domech, que “los colegios tienen asignaturas como valores y proyectos como Escuela de Paz o un programa de convivencia”. Sin embargo, y quizá para sorpresa de nadie, ni el conflicto en sí mismo, ni esta movilización, han servido para que se hable de este asunto en las aulas.
Ni en las clases del José Hurtado ni probablemente en las de otros centros. Domech relata que en su momento contactaron con FAMPA Alhambra, la Federación de Asociaciones de Madres y Padres del Alumnado de la Provincia de Granada, en un intento de ampliar su movimiento a la provincia. Solo un centro más hace algo similar, la Escuela Infantil Duende, también en la capital granadina. No pierden la esperanza de que alguien se sume a su iniciativa de aquí a final de curso, en Granada o en España, porque como dice Fernando Osuna: “Quiero pensar que hay una mayoría silenciosa que no puede soportar lo que sucede, especialmente en los últimos meses”.
Inasequibles al desaliento, estos padres y madres, ven recompensada su constancia con gestos como el ocurrido la mañana que este diario visita la concentración: una paseante les pide hacerse una foto porque tiene una amiga en Gaza y quiere enviarle esta foto de solidaridad. Eso les motiva a pesar de que, por unas cosas u otras, unos días son dos agarrando la pancarta y otros son diez. Porque, como dice Nacho Rodríguez, tenían un tercer lema que, aun sin estar impreso en ninguna pancarta, ponen en pie cada día: “No podemos mirar para otro lado”.
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