Un superviviente de ictus se convierte en un divulgador y educador sobre la enfermedad en Euskadi
Iñigo Uriarte sufrió un infarto cerebral agudo a los 45 años y ahora es un divulgador de referencia: “Al hospital no se va; al hospital te llevan”

Lo primero que pensó Iñigo cuando empezó el pitido es que llevaba puestos los auriculares y había algo que los interfería y provocaba ese ruido tan agudo. Se palpó los oídos pero no tenía ningún auricular. “¿Qué está pasando?”, se preguntó para sí. Era la hora después de comer e Iñigo estaba solo en su casa en Bilbao, de teletrabajo, preparando una reunión que iba a desatascar un proyecto complicado después de meses de estrés. Lo siguiente fue un dolor de cabeza repentino y fuerte, y un mareo intenso. “Hace años me había mareado y aprendí que era mejor tirarse al suelo para no darse un golpe en la cabeza”. Y es lo que hizo. Iñigo se tiró al suelo e intentó alcanzar la cama a gatas por el pasillo pero le falló una parte del cuerpo. “Afortunadamente, tenía tanto dolor e iba tan mal que no llegué a la cama. Si llego a la cama, no lo cuento”. Pudo estirar un brazo hasta el bolsillo, coger el móvil y llamar al 112. Los recuerdos permanecen borrosos pero se lanzó contra las llaves que colgaban de la cerradura de la puerta de casa y consiguió dejarla abierta. “Desde entonces nunca dejo la puerta cerrada con llave porque es mejor que te roben la tele a no poder abrir la puerta”. Iñigo no tenía fuerzas para más. Se quedó tirado en el suelo. “Me di cuenta de que ya no daba tiempo, ya está, se ha acabado”. Era el 23 de noviembre de 2022 e Iñigo Uriarte, un bilbaíno de 45 años, acababa de sufrir un ictus.
“No te rindas, chaval”, fue la primera frase que escuchó Iñigo, todavía tirado en el rellano de su casa. Era la voz de un ertzaina que había acudido a la llamada de urgencia. “Tuve la suerte de que fue todo tan doloroso y radical que se activó el código ictus y eso me salvó la vida”. El código ictus es un protocolo para detectar lo antes posible los síntomas y trasladar al paciente a un hospital que cuente con una unidad especializada en la enfermedad. “Esto hay que marcarlo a fuego: al hospital no se va; al hospital te llevan. Ese hospital al que vas puede que no tenga una unidad de ictus, o puede que no estén el anestesista o el neurólogo de guardia. Hay que llamar al 112 y que activen el código ictus”. El tiempo en estos casos es primordial para que los tratamientos sean efectivos. En el caso de Iñigo, los médicos pudieron hacerle a tiempo una trombectomía. “Te meten un catéter por la ingle hasta el cerebro para eliminar el trombo”.
En el hospital, antes de entrar en quirófano, Iñigo no acertó ninguna pregunta: no era 2019, no era marzo y lo que tenía delante no era un boli. Luego llegó la intervención. Cuando despertó en la UCI, parecía que habían pasado cinco minutos pero había sido un día entero. “Estaba ido y me dieron la comida y en la servilleta ponía ictus: no sabía lo que era un ictus, no tenía ni idea”. El que sufrió Iñigo es de origen desconocido. “Yo tuve un ictus, no sé por qué y tengo que convivir con eso”. El caso de Iñigo es además poco habitual porque, para la gravedad del infarto cerebral que sufrió, su recuperación ha sido muy rápida y las secuelas que le han quedado no son graves. “Tengo cierta falta de tacto en una mano y tendencia a caerme hacia un lado en determinadas circunstancias, intolerancia a algunos sonidos y, a veces, me entra una especie de apatía o pesimismo”, cita entre otras consecuencias que le ha dejado el ictus.

Cuando Iñigo volvió a casa, empezó a darse cuenta que su vida había cambiado: “No iba a ser el mismo”. Iñigo era un corredor de carreras de montaña y ahora le tocaba poner la ropa de deporte a la venta por internet. O no. Los médicos no le decían que no corriera pero tampoco se lo recomendaban. Un cardiólogo le hizo unas cuantas pruebas y le preguntó: “¿Esto te ha pasado corriendo alguna vez? Te ha pasado trabajando, ¿no? Pues el cardiólogo te dice que puedes correr”. Al día siguiente, Iñigo se puso las zapatillas y dio dos vueltas alrededor del hospital de Basurto. “Si me pasaba algo, estaba al lado del hospital”, dice. Y esa ha sido su terapia desde entonces. Correr. Y ha vuelto a las carreras de montaña.
Esa tenacidad por buscar la fórmula para poder seguir haciendo deporte le llevó a escuchar un podcast en el que Julio Agredano, el presidente de la Fundación Freno al ICTUS, contaba que, tras sufrir un ictus, había conseguido volver a montar en bici y participaba en carreras. Iñigo contactó con él y ahí surgió otro de los cambios en su vida: comenzó a colaborar con la fundación y se volcó en uno de sus proyectos, la certificación de “Espacios Cerebroprotegidos”, espacios públicos y centros de trabajo en los que se forma a los empleados para que puedan detectar y actuar en caso de que se produzca un ictus en sus instalaciones. “Detectar un ictus no es difícil pero hay desfibriladores en todas partes y no hay un cartel con cuatro instrucciones sobre el ictus”. Algo, por ejemplo, como el método FAST, un acrónimo en inglés de face (cara), arms (brazos), speech (habla) y time (tiempo), que ayuda a identificar un caso sospechoso: se le pide a la persona que sonría por si hay una asimetría facial, que levante los brazos por si no puede levantar uno de ellos y que repita una frase simple por si tiene dificultades o dice incoherencias. Y el tiempo: llamar cuanto antes a los servicios de emergencia en caso de que haya síntomas.
Iñigo está recorriendo diferentes empresas vascas relatando su testimonio para convencer a la gente de que haga esa formación. Para el año que viene puede que la iniciativa, avalada por la Sociedad Española de Neurología, llegue a más de un millar de trabajadores del País Vasco. “Creo que 2025 va a ser el año de la prevención del ictus en Euskadi”. Y la prevención es clave. Según datos del Ministerio de Sanidad, en España la enfermedad afecta a cerca de 120.000 personas cada año, de las que unas 25.000 fallecen y en torno a un 90% de los casos podrían evitarse con estilos de vida saludables.
Iñigo abrió además una cuenta en instagram (@ictuencer) y empezó a recibir mensajes de otros afectados. Los sigue recibiendo. Muchos enfermos tienen la necesidad de contar lo que les ha pasado y no saben dónde hacerlo. Tienen dudas sobre cómo afrontar sus secuelas y no tienen dónde informarse. O temores sobre su regreso al trabajo y los derechos que les asisten. “Una vez sales de la fase aguda, falta mucha información, la gente está muy perdida, la rehabilitación es muy cara y hay un sentimiento de falta de sensibilidad en el trato médico”. Iñigo lleva tiempo dándole vueltas a la posibilidad de crear una red que pueda ayudar en este sentido. También ha aprovechado las carreras de montaña para sensibilizar sobre la enfermedad. Hoy es viernes y mañana, por ejemplo, correrá 30 kilómetros entre barro por los montes de Araia (Álava). Lo hará con el dorsal 112.
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