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Resistir 100 años en Zamora: la historia de tres comercios centenarios en la ciudad más envejecida de España

La cantidad de empresas que hay en Zamora ha descendido un 14% en 25 años. Así subsisten ante las grandes superficies y la falta de relevo generacional una mercería, una librería y una churrería

Redondel comercio más antiguo de Zamora

Cuando se fundó la Mercería El Redondel, de Zamora, el rey de España era Alfonso XII y se había instaurado el “turno pacífico de partidos” entre conservadores y liberales. Era 1880. 145 años después, este mítico comercio todavía abre sus puertas cada día en plena plaza Mayor. No es el único, y, en un contexto de población envejecida, falta de relevo generacional y proliferación de los centros comerciales, es casi una heroicidad.

El número de empresas que operan en Zamora capital ha caído un 14,04% entre 2000 y 2025, con datos proporcionados por la Cámara de Comercio. Los establecimientos con más desapariciones son las pescaderías (-66,67%, de 33 a 11), las carnicerías (-55,21%, de 96 a 43) y las panaderías y pastelerías (-45,19%, de 104 a 57). Ergo, tres sectores absolutamente paradigmáticos de lo que se considera comercio de proximidad.

Lógicamente, uno de los principales motivos es la falta de relevo generacional. Según el INE, el porcentaje de población en España mayor de 65 años pasará del 20,4% actual al 30,5% en 2055. El efecto de esta variable se recrudece en Zamora, la capital de España con mayor índice de envejecimiento (333,74%), definido éste como el porcentaje que representa la población mayor de 64 años sobre la población menor de 16.

A pesar de todo, hay negocios de cercanía que resisten. David Gago, teniente de alcalde del Ayuntamiento de Zamora y encargado del área de Comercio, asegura que el modelo constructivo en España está diseñado para que en el centro de las ciudades haya bajos comerciales. “Es una estética de ciudad, con la que convivimos a diario. La pérdida de ese comercio implicaría un cambio en la estética y un vaciamiento del centro”.

Reniega de lo que denomina “modelo comercial estadounidense”, en el que “la gente va a comprar a grandes superficies comerciales a las afueras y luego vuelve a sus barrios sin pasar por el centro. Tenemos que poner en valor a los comercios centenarios y a la resistencia que hacen”, destaca.

El Redondel (1880)

El Redondel es el comercio más antiguo de Zamora.

Cuando en 1980 se inauguró en Barberá del Vallés (Barcelona) el primer centro comercial de España (ahora hay 585), El Redondel (el comercio más antiguo de Zamora) ya llevaba 100 años funcionando.

Es una mercería de las de siempre, de esas que tienen de todo y que siguen vendiendo 65 centímetros de goma, un metro de cinta o cuatro botones. No hace falta conocer su historia para advertir que no es un lugar convencional. Por si quedara alguna duda, las columnas del Monasterio de San Jerónimo que comparten espacio con los burros de camisas y abrigos lo corroboran.

Bajo la galería circular que se eleva en el entresuelo del establecimiento –que le dio nombre y que se mantiene intacta– Pablo Peláez Franco, que regenta el negocio junto a su hermano Eloy, relata que esa tienda (mucho más pequeña de lo que es en la actualidad) la abrió su bisabuelo, Ambrosio Santiago Lozano, en 1880.

En la publicidad de la época se decía que era un comercio “de géneros del reino y extranjeros. Paños y bayetas, tapabocas, mantas y mantonería. Quincalla, paquetería, mercería, bisutería, puntillas y adornos”.

Eloy y Pablo, los hermanos que regentan El Redondel, junto a las columnas del Monasterio de San Jerónimo.

“Mi padre –recuerda Pablo Peláez– fue el artífice de todo el crecimiento. Con él se pasó de una tienda de 60 metros cuadrados a la actual de 200”. En los años 60, hasta 1992, abrieron otra tienda, que se cerró para inaugurar una en la nueva zona comercial de la ciudad. Cinco años después, fundaron la tercera.

Leocadio falleció en 2014, con 95 años, y hasta el último día estuvo viniendo a la tienda, recuerda su hijo. Él y su hermano son los propietarios oficiales desde 2000, aunque llevan “toda la vida” trabajando en ella.

En la actualidad, entre los tres locales, son seis empleados y los dos dueños. Llegaron a ser 30 en la década de los 60: “Teníamos dos viajantes y vendíamos al por mayor a pueblos de Salamanca, León, Ávila, Segovia, Orense. Pero eso se ha perdido. En los pueblos ya no hay tiendas, incluso vendíamos a pueblos que ya no existen”, comenta Pablo Peláez.

Su sobrina estudia Enfermería, al igual que su hija, y tiene otro sobrino que es ingeniero. Así que, cuando se le pregunta por el futuro responde con sinceridad: “No lo sé. Esto cada día es más difícil, pero harán lo que quieran. Están estudiando (como hicimos nosotros) y también tienen la oportunidad de tener esta vida. Que decidan ellos”.

La Librería Semuret, inaugurada en 1900.

El tiempo dirá si El Redondel tiene relevo generacional. En la Librería Semuret (fundada en 1900) no lo hubo, pero sigue a pleno rendimiento gracias a la apuesta arriesgada de Judit Pino, una zamorana que, tras varios años fuera, volvió a Zamora en 2019.

Llevaba dos meses en la ciudad y, como ella misma confiesa, no sabía qué hacer con su vida. Todo cambió con la visita de una amiga, que, apenada, le dijo que venía de comprar el último libro en Semuret y le recordó cuando, en la Universidad, siempre le decían a Judit que le pegaba tener una librería.

Sin saber muy bien dónde se metía, fue a hablar con Luis González, que estaba al frente del establecimiento. En dos meses escasos todo estaba listo. Firmó el crédito el 7 de agosto de 2019 a las 11:00 horas. Solo 15 minutos después estaba sentada en la librería con una carpeta llena de pedidos para textos escolares. “Empieza por esto”, le dijo Luis (que la ayudó en su adaptación durante los seis primeros meses). “¿Y dónde pido?”, respondió Judit.

Desde ese día, su vida gira en torno a esta librería que, en 1900, y con denominación homónima, abrió Jacinto González. Conocida por todo el mundo como Librería Religiosa (por la venta de artículos para el culto), siempre estuvo ligada a Bazar J. Tras su desvinculación, en 1974, pasó a regentarla Luis González, hasta ese día de 2019 en el que Judit se enfrentó a la carpeta de pedidos.

Judit Pino ojea un libro en su librería.

El propósito de la ahora propietaria era mantener la esencia. Y lo ha logrado. El olor a madera, el crujir del suelo, el aroma del papel. Semuret tiene lo mejor de antes y de ahora. Judit Pino reconoce que le costó darse cuenta del negocio que había adquirido. Un lugar que admiraba y que había pisado como clienta en infinidad de ocasiones: “Durante el primer año, mucha gente abría la puerta para darme las gracias por mantener la librería. Yo estaba asustada (ella utilizó otra palabra)”, relata.

Ahora tiene a dos empleadas (una de ellas es su madre) y, a pesar de llevar seis años sin vacaciones, es feliz. No siempre ha sido así: poco después de coger la librería llegó la pandemia. “Yo fui todos los días, limpiaba, colocaba y, si alguien necesitaba una goma, me iba a su casa a llevársela”.

Por si fuera poco, ese mismo año, en 2020, decidió hacerse también cargo de la Editorial que seguía llevando Luis González. Desde entonces han editado alrededor de 50 títulos.

Semuret resplandece con una actividad frenética (solo en mayo de 2025 tienen 20 presentaciones de libros) y lo mejor de las librerías clásicas: “Yo le digo a la gente, toca, mira, aunque no compres”.

Foto del padre de Lorenzo (el dueño actual) que adorna una de las paredes de la churrería.

Son las 13:00 horas de un lunes de mayo, y la Churrería Lorenzo, ya con las llaves echadas, despide a sus últimos clientes del día. Una chica joven es la afortunada, ya que se lleva más churros de los que había pedido: “Es la última venta y los vamos a tirar”, le dice el camarero.

Cada día hacen más de 3.000 churros y 700 porras. Todo lo que no se vende va a la basura. Es más, comenta otra empleada, “cuando abrimos por las tardes, ni siquiera dejamos lo que hemos hecho por la mañana”.

Este año cumplen su centenario, aunque Lorenzo García (el dueño) resalta que el origen realmente es anterior. Advierte de que todo empezó con una churrería, que se llamaba La Bilbaína, y estaba en el Palacio de los Momos. Era de un hombre llamado Atilano y, en 1925, pasó a la calle en la que está hoy, pero a un local mucho más pequeño al lado del actual. Fue en 1960, cuando el abuelo de Lorenzo la compró por 500.000 pesetas, “que era muchísimo dinero para esa época”, subraya el propietario.

Años después, su abuelo se jubiló, su tío montó otra churrería y su padre se quedó ese pequeño local, que ya empezó a llamarse Lorenzo. “Yo llevo aquí toda la vida, con 14 años ya estaba echando una mano, pero hasta que volví de la mili no me contrataron oficialmente”.

Hace ocho años compró el local actual. Son cinco empleados y él, además de su padre que siempre está por ahí: “No puedes echarlo”, ironiza. Si piensa en el futuro (tiene 49 años) no lo ve nada claro: “Mi hijo no va a seguir la tradición. Esto hay que mamarlo. No sé qué va a pasar. Es complicado”.

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