El derrumbe de un puente en Soria obliga a rodeos de 45 minutos: “Es como si el otro lado fuese otro continente”
La caída de parte de un paso medieval sobre el Duero hace un mes trastorna la vida de miles de personas del entorno de San Esteban de Gormaz


Sentarse un rato sobre los sillares del puente medieval permite constatar los efectos del aislamiento de San Esteban de Gormaz (Soria, 2.935 habitantes) desde que un derrumbe provocado por las lluvias obligó a cortar el tráfico el cruce sobre el Duero, hace un mes. Un goteo de personas, en fila de a uno, desfila junto a las vallas de protección que custodian ingenieros y obreros. La mejor alternativa al paso ahora cerrado implica conducir 45 minutos por una carretera infernal o recorrer a pie grandes distancias. Mejor adaptarse, o intentarlo: un señor ha atado el azadón de la huerta al cuadro de su bici, un anciano con bastón tiene que reposar durante su caminar hacia el centro, una mujer empuja un desbordado carrito de compras, otra lleva a su perro con una pierna amputada al veterinario. Muchas familias han dejado un coche a cada lado del puente para moverse sin desvíos eternos. El trastorno afecta a miles de personas, no solo en San Esteban: hay decenas de pueblitos condenados a dar rodeos para ir a trabajar, al hospital o llevar a los niños al colegio. Los locales piden un puente nuevo, pero el Ministerio de Transportes insiste en reparar el viejo.
Desde el derrumbe parcial del puente, el Duero vuelve a ser frontera, como cuando Almanzor. En San Esteban de Gormaz se habla del muro de Berlín, de la valla de Melilla o, como sentencia un soriano, “es como si el otro lado del puente fuese otro continente”. Victoriano Miranda, de 67 años, tiene cita con el callista y camina dos kilómetros hasta la consulta. “Culpan a la crecida, pero las he visto mucho mayores; la culpa es del transporte pesado que lo ha reventado”, acusa, pues sobre el paso trascurre la nacional N-110 que conecta con Segovia y Madrid, con camiones y tractores paquidérmicos, habituales sobre los 16 ojos del puente medieval, que colapsó parcialmente el 11 de marzo. Desde entonces permanece cerrado, con escombros e incluso una farola caídos en pleno cauce del Duero. El grueso caudal de aquellas fechas obligó a dilatar varios días el inicio de las actuaciones, que los vecinos defienden que eran necesarias de hacía tiempo. “Luego se llenan la boca con la España Vaciada”, rumia Miranda, tras enseñar fotos de octubre que muestran las grietas del puente. Luis Benito, de 75, sonríe al admirar el ingenio que ha tenido de atar el apero a su bicicleta: “Tenemos que ir muchas veces, cargados como mulas, con el abono o las herramientas. Es una putada, hablando mal”. Hablando mejor, recuerda que hace décadas se pidió una infraestructura moderna que acabó olvidándose y que las pequeñas actuaciones poco aportaron. “Gotera que no se arregla, casa entera”, lamenta.
El abandono se ejemplifica cuando un obrero disuade al enésimo coche de intentar cruzar como si nada: tanto no se habrá hablado de ello pese a los rótulos viales o quejas desde Soria. Junto a las obras, en la zona sur, 80 vehículos ocupan una explanada hoy aparcamiento y plaza de toros durante las fiestas. Una mujer, de negro, corre y farfulla que llega tarde a un funeral y que ya ha cruzado antes ida y vuelta para llevar a los hijos al colegio. Silencio, que ha llegado Alejandro al puente. El cura, sombrero en todo lo alto, ejerce de portavoz: él administra la fe de 30 pueblos y también ha apostado un coche a cada lado del puente. “Estamos dejados de la mano de Dios”, lamenta. “Se me cae el alma a los pies [al] ver a los mayores aislados, es un martirio”, reconoce el sacerdote, que ironiza: “No hemos tenido respuesta del ministro [de Transportes, Óscar] Puente por el puente”.

El alcalde de San Esteban, Daniel García (PP), reclama “un puente provisional” y un posterior desvío, nuevo, para sacar al tráfico pesado del pueblo. Sus desencuentros con Transportes no supusieron avances: primero se barajó que los pontoneros del Ejército levantaran un paso temporal, pero el ministerio aboga por arreglar la vía medieval. El subdelegado del Gobierno en Soria, Miguel Latorre, ha anunciado que la obra estará terminada en dos meses y que una construcción nueva tardaría mucho más. Miles de personas se manifestaron el domingo 30 de marzo para reclamar “un puente del siglo XXI”. Mariángeles Maeso, de 60 años, censura la “politización” y se fija en los colores: “Como el alcalde es del PP y el Gobierno del PSOE, nos mandan a tomar por culo”. El alcalde denuncia que el corte al tráfico afecta, además de a cuestiones humanas, a empresas por el sobrecoste de los kilómetros extra o en la logística. También en clientela frugal atraída por carteles como el de “Mejor torrezno del mundo de 2023″ en un bar contiguo al Duero, cuyo dueño repite mantra: “Luego se les llena la boca hablando de la España Vaciada. Estamos en Soria, si fuese Barcelona, otro gallo cantaría”.
El rodeo forzoso refleja que en esta España Google Maps no siempre acierta. La ruta marca 35 minutos desde el centro de San Esteban hasta el otro lado del puente, tres minutos normalmente. El GPS conduce a la autovía A-11, otro histórico anhelo para huir de la pésima N-122, aún mayoritaria en Soria. A los 20 minutos, giro a Langa de Duero, hacia otro añejo puente donde solo cabe un vehículo. Toca esperar: un rebaño transita sobre esta vía pecuaria para paciencia de los coches o camiones. Después, seguir por una carretera donde orillarse cuando viene otro vehículo o casi esconderse si asoma un convoy, detenerse porque cruza un tractor con su apero, respirar si delante conduce un anciano prudente. El desbordamiento del Duero agravó durante varios días el problema porque cortó también este desvío angosto, sinuoso, bacheado, agrietado y parcheado, sometido ahora a un uso desmedido. Por fin, el lado sur, 45 minutos después. Acercarse al minúsculo Atauta (20 habitantes) refleja el hastío. Alfredo Palomar, de 63 años, resume: “La España despoblada… estamos apañados”. Domitila Rubio, de 88, sufre porque cada mañana su hija, enfermera, cruza el dichoso puente y ya varias veces ha acabado empapada por la lluvia. Tampoco quiere pensar demasiado en sí misma. Eso compete al médico Víctor García, de 61 años, quien suspira por estas semanas locas, y las que quedan, cada día dando vueltas por un pueblo. “Para pasar consulta, pues bueno, pero cuando pase algo grave veremos qué harán”, teme, más aún en Semana Santa, con más demanda asistencial. Una ambulancia no puede permitirse esperar detrás de rebaños, tractores o camiones si tiene que atender un infarto al sur de San Esteban de Gormaz.
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