La flor más buscada: el refugio en Ecuador que combate el tráfico ilegal de orquídeas
Esta flor que crece principalmente en los trópicos esconde también una historia de belleza, deseo y avaricia humana que pone en peligro su hábitat


En el ensayo La terrible historia de las cosas bellas, la periodista estadounidense Katy Kelleher exploraba el simbolismo, el misterio y la locura que despiertan las orquídeas y su enigmática naturaleza no solo como objetos de deseo estético, también como un reflejo de las contradicciones humanas en términos de belleza efímera y fragilidad. Alertaba además sobre el mercado ilegal de orquídeas y cómo la obsesión por poseer estas flores ha dado lugar a historias de robo y explotación de la naturaleza.
Ecuador es una de las capitales mundiales de las orquídeas debido a la enorme variedad y abundancia de estas flores. A una hora en coche de Quito, en la parroquia de Nono, la Reserva Orquideológica El Pahuma, en pleno bosque nublado, provee de hogar a más de 300 especies de orquídeas silvestres, además de ser el hábitat en el que se mueven los entrañables osos de anteojos y el insólito gallo andino de la peña, de un rojo escarlata alucinante, lo que atrae a numerosos visitantes con prismáticos.
Desde hace más de 20 años la reserva está administrada por la familia Lima, que han convertido estas 650 hectáreas de bosque en un centro de observación que da trabajo a muchas familias de la zona. René Lima, hijo del fundador, Efraín Lima, explica: “Dividimos el proyecto en turismo, alojamiento (hay hospedaje y camping) y conservación. Lo que no existe de ninguna manera es extracción. Y esa es nuestra lucha. Mi padre buscó el apoyo de la Fundación Ceiba y empezó a cultivar. Antes solo talábamos madera, no sabíamos de plantas, gracias a él empezamos a tener conciencia y conocimientos, recuperamos especies y ahora vienen turistas e investigadores. En Ecuador hay 3.500 y el 20% son endémicas”.
Empieza la floración y René muestra orgulloso especies protegidas, debidamente plantadas: Barba de Gato, Bailarina y Cara de Mono, que está, realmente, a la altura del nombre. Junto al guía Carlos Flores nos adentramos en el bosque nublado para subir el sendero de las cascadas y descubrir un jardín botánico bajo la humedad que desprenden los árboles.
En su novela El ladrón de orquídeas, Susan Orlean relató el robo de una de las especies más raras y valiosas en el Jardín Botánico de Estados Unidos en 1994 por parte de John Laroche, lo que le sirvió para tratar temas como la obsesión humana por la belleza, la naturaleza, la codicia y la conservación. A la vez que se investigaba el crimen profundizaba en la fascinación que despiertan las orquídeas en coleccionistas y científicos y el oscuro tráfico que se genera con ellas al convertirse en símbolos de desafío. “Las orquídeas no son flores para el corazón. Son flores para la cabeza. Para la mente que busca el conocimiento, para la mente que necesita el reto. Son demasiado difíciles, demasiado complejas, demasiado imponentes para que alguien que busque algo simple y fácil las aprecie. Las orquídeas no son para los débiles, no son flores que ofrezcan consuelo”, escribe.
Conforme ascendemos este laboratorio natural se aprecian macetas con más especies que Carlos muestra con la pasión de un científico y el temple de un farmacéutico: la orquídea guiadora, la orquídea rosada… Al ver una maceta vacía, confiesa: “Nuestro mayor problema son los robos. Hay que estar muy pendientes. Cada día alguien sube con la mochila medio vacía y baja con la mochila llena, le preguntas qué lleva y se enfada y se va a los gritos. No puedes hacer nada…, y nuestra misión es proteger las orquídeas endémicas como las del género Masdevallia, Oncidium o Cattleya”, que era una de las más apreciadas por Laroche. “Hay que acompañar la conservación de educación porque las orquídeas siguen siendo vulnerables al tráfico ilegal y la destrucción de su hábitat”.
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