Sandra y Ana
Nunca antes un suicidio por ‘bullying’ había causado semejante revuelo, un escándalo tan perdurable y profundo


Hace ahora cuatro años publiqué en estas mismas páginas un artículo sobre acoso escolar titulado Porque lo permitimos. No era el primer texto que escribía sobre el tema, que siempre me ha horrorizado de manera especial. El bullying en la infancia y la adolescencia es un infierno clamoroso y cercano, una tortura cotidiana de cuya existencia todos somos conscientes, aunque, no entiendo por qué, parece que preferimos ignorarla. Precisamente por eso perdura: porque lo permitimos. Y el caso de Sandra, la niña sevillana de 14 años que se ha suicidado tras ser sometida por otras tres chicas a un largo tormento, demuestra dicha permisividad: ese colegio de las Irlandesas de Loreto que no activa los protocolos y que mientras escribo esto aún no ha asumido de modo suficiente la responsabilidad, esas redes que nadie controla y que multiplican el suplicio de las víctimas hasta el infinito.
Una encuesta de 2023 de la ONG Educo.org concluía que el 30% de los chicos y chicas entre 12 y 17 años sufrían bullying. Es decir, casi uno de cada tres. Como, según el INE, en nuestro país hay unos cinco millones de chavales entre los 10 y los 19 años, esto significa, calculando a bulto y por lo bajo, que ahora mismo hay al menos un millón de menores sometidos a un suplicio cotidiano, angustiados y llorando a escondidas por las noches, aterrados de tener que ir cada día a clase. Y sólo estamos a mediados del primer trimestre escolar. Ese dolor y esa humillación son profundamente destructivos. Pueden llegar a matar, como en el caso de Sandra (más que un suicidio es un asesinato), y en cualquier caso dejan terribles cicatrices, traumas a veces insuperables que marcarán la vida entera de esos chicos. Cada año, cuando comienza el curso, pienso en ellos. En la multitud de criaturas que van a enfrentarse al sufrimiento. Maldito sea el sistema que permite esto, malditas las instituciones, los colegios, los padres que no están lo suficientemente atentos (no sólo a si su hijo está siendo torturado, sino a si su hijo es un torturador), malditos todos nosotros. Es incomprensible e inadmisible que no pueda combatirse este infierno en la Tierra.
Dicho esto, añadiré que, paradójicamente, la tragedia de Sandra me ha infundido ciertas esperanzas. No es, ni mucho menos, el primer suicidio por acoso escolar en España. Recuerdo por ejemplo a Jokin (14 años), que se despeñó desde un acantilado en Hondarribia en 2004 tras dos largos cursos de suplicio; o a Carla (también 14), que en 2013 se arrojó de otro acantilado en Gijón torturada por dos compañeras; o Arancha (16 años), con discapacidad intelectual y motora, que en 2015 se tiró de un sexto piso en Madrid tras sufrir brutales palizas y chantajes de un compañero a la vista de todos, que no hicieron nada. O Diego (11 años), que también en Madrid y en 2015 se lanzó a la muerte desde una quinta planta. Por citar a unos pocos. Pero nunca antes un suicidio por bullying había causado semejante revuelo, un escándalo tan perdurable y tan profundo. Tengo el presentimiento de que Sandra puede ser la gota que colma el vaso, el drama que origine un cambio estructural, la Ana Orantes del acoso escolar. Recuerdo muy bien a la valiente Ana, tan linda con su carita dulce y sonriente y su pelo hormigonado de peluquería de barrio, denunciando en 1997, en televisión, el brutal maltrato sufrido durante cuatro décadas a manos de su exmarido, del que había logrado separarse el año anterior. Días después de emitirse el programa, el monstruo la mató quemándola viva. Esta atrocidad marcó un antes y un después en la percepción social de la violencia de género y originó una cascada de leyes y medidas. Han seguido muriendo mujeres (y algunas abrasadas vivas, como Ana), pero la situación sin duda ha mejorado. Porque las cosas cambian si de verdad quieres cambiarlas. Un interesantísimo estudio sobre bullying realizado en 2023 por la Fundación ColaCao y la Universidad Complutense concluía que el 6,2% de los estudiantes (casi 220.000) afirmaba haber sufrido acoso escolar en los dos últimos meses, tanto en persona como en redes, y que el 20,4% (más de 44.000 víctimas) había intentado alguna vez quitarse la vida. Y añadían un dato espeluznante: el 17% de los acosadores presenciales y el 25% de los ciberacosadores también habían intentado suicidarse. Quiero decir que hay muchísimo sufrimiento que atender, muchas heridas que cauterizar, mucho trabajo por hacer. Pongámonos a ello.
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