Tontos y dañinos
Pretenciosos edificios que nos enferman, ventanas que no se abren, moquetas por las que caminas chisporroteando…


Hay pocos términos relacionados con la vida moderna tan ridículos como esa redonda bobería de los “edificios inteligentes”. Me pregunto a qué lumbreras, a qué retumbante ingeniero, arquitecto o quizá publicista se le ocurrió la expresión. Hoy debe de estar negándose a sí mismo mil veces: “¿Yooooo? ¡Noooo, yo nunca dije eso!”. Porque en cuanto sueltas lo del “edificio inteligente”, todo el mundo piensa de inmediato en un lugar incómodo, claustrofóbico, ilógico, desagradable y fallido. Esas construcciones son el ejemplo perfecto de que los supuestos progresos tecnológicos pueden acabar siendo una catástrofe si están mal pensados y mal ejecutados. Y para colmo, además, los etiquetan con un nombre pomposo del que se puede hacer un chiste fácil.
Y así, los llamamos “edificios tontos”, y a lo mejor hasta nos sonreímos al decirlo. Pero me acabo de enterar de algo que me ha dejado un tanto inquieta, porque la verdad es que yo no sabía hasta qué punto pueden ser dañinos estos espacios. Ha caído en mis manos un estupendo artículo de Laura Olías recientemente publicado en elDiario.es en donde se explica que hay un trastorno llamado lipoatrofia semicircular que está ligado a estos malditos edificios. Lo sufren sobre todo las mujeres y consiste en la aparición de unas depresiones subcutáneas, una especie de hoyos muy visibles (hasta tal punto que algunas de las afectadas los llaman “agujeros”), sobre todo en los muslos. Y resulta que hay una crisis de lipoatrofia en un edificio de Madrid, propiedad de la Comisión Nacional del Mercado de Valores (CNMV). Los primeros casos aparecieron en 2019, y al llegar la pandemia y pasarse 18 meses teletrabajando, varias de las mujeres se curaron, otras mejoraron y otras se mantuvieron estables, sin empeorar. Con el regreso a las oficinas todo se disparó. Hay 33 afectadas, y 22 de ellas han sido diagnosticadas en lo que va de año, lo que indica un repunte brutal. Todas trabajan en el edificio Edison de la CNMV. Un nombre, por cierto, muy adecuado, porque el miserable de Thomas Edison es un ejemplo de la inmoralidad de algunos avances técnicos: robó las patentes y las ideas de muchos inventores, entre ellos Tesla, y se hizo rico y famoso a sus expensas (recomiendo el maravilloso libro Relámpagos, de Jean Echenoz, para saber más).
La lipoatrofia semicircular, explica Laura Olías, fue descubierta en 1974 por dos médicos alemanes. Al parecer en 1995 hubo una ola de casos en oficinas bancarias de todo el mundo. En España se detectó por primera vez en 2007 en varios edificios de Barcelona (la torre Agbar, las oficinas de Gas Natural) y después en Madrid, en construcciones nuevas como la sede de Telefónica en Las Tablas. Porque hemos seguido levantando, sin que nos tiemble el pulso, estos inmuebles nefastos y antihumanos. Por lo visto la lipoatrofia también puede conllevar, en ciertos casos, dolores de cabeza o musculares y fatiga. Los síntomas se revierten cuando se evita la exposición dañina, aunque a veces pueden pasar años hasta la curación. Y las afectadas tienen miedo: es una dolencia tan nueva y se sabe tan poco que temen que tenga consecuencias aún no detectadas.
Y es que ni siquiera se sabe muy bien qué lo provoca: las ventanas no practicables, la sequedad del ambiente, la electricidad estática, los campos magnéticos… Ante la abundancia de casos, la CNMV asegura tomárselo muy en serio y ha aplicado una serie de medidas, como adaptar el mobiliario en los puestos críticos con sillas y alfombras antiestáticas y con la eliminación de estructuras metálicas, pero lo cierto es que el número de enfermas (porque es una enfermedad aunque sea leve) sigue en aumento, y solo ha mejorado una empleada que trabaja fuera del edificio. Las afectadas quieren que les permitan teletrabajar al 100%, pero la CNMV se niega. Mejor dicho, para poder teletrabajar a tiempo completo, las mujeres diagnosticadas tienen que seguir viniendo al edificio, ponerse peor y demostrar que su estado se ha agravado. Lo cual, la verdad, me parece un disparate colosal (una de las empleadas, que ha dejado de ir, ha sido sancionada y podría ser despedida). Pretenciosos edificios que nos enferman, ventanas que no se abren, moquetas por las que caminas chisporroteando y la obligación de seguir trabajando, angustiada, en un entorno que sientes que te daña, hasta poder demostrar que, en efecto, te has puesto peor. Pero qué disparate, repito. Y a eso lo llamamos inteligente.
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