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Emanuele Coccia, un filósofo observa la moda: “Los grandes grupos del lujo intentan mantener vivo lo que murió hace tiempo”

Este reputado filósofo y humanista estudia el uso de prendas como un fenómeno cultural y sociológico de primer orden, como una experiencia vital trascendental

Cuando Emanuele Coccia habla, diserta o elucubra, la moda calla. A veces, hasta escucha. El filósofo italiano (Fermo, 49 años), profesor asociado de la Escuela de Altos Estudios en Ciencias Sociales de París, pasa por ser su pensador de cabecera, aunque lo que tiene que decir no siempre les gusta a quienes manejan el negocio del vestir. Humanista radical, su radio de acción es en realidad extenso y dispar, que ha insuflado de metafísica lo mismo la botánica que la antropología, la arquitectura y la teología, el diseño y la sociología, en más de un centenar de ensayos no poco disruptivos por los que se le reclama en universidades de todo el mundo, pero también en los centros de poder estético-culturales.

“La moda es un arte ineludible: lo experimentamos todos, nadie escapa a su universalidad. Es un pedazo del mundo que te pones sobre la piel. Por eso tiene el enorme potencial de renovar nuestra relación con otras formas de vida y permitirnos comprender qué significa estar en la piel del otro”, concede a propósito de la materia que lo tiene más ocupado estos días, quizá porque el de la filosofía es, según reconoce, el lenguaje más adecuado para hablar de moda.

Coccia es coordinador del programa público de la Fundación Alaïa, colaborador de la Fundación Cartier para el Arte Contemporáneo y asesor/jurado del premio para estudiantes de moda International Talent Support (ITS), en cuya sede-museo de Trieste ha comisariado junto al historiador francés Olivier Saillard la muestra Fashionlands. Clothes Beyond Borders (puede verse hasta enero de 2026). Los últimos titulares los ha copado por ese erudito volumen que ha escrito a cuatro manos con el diseñador Alessandro Michele, La vita delle forme. Filosofia del reincanto (La vida de las formas. Filosofía del reencanto, publicado por HarperCollins en 2024, recién traducido al francés y, próximamente, al alemán), en el que retuercen las teorías del sociólogo alemán Max Weber y el filósofo francés Marcel Gauchet para evidenciar el papel de la moda en la reconciliación contemporánea de lo cuantificable con lo maravilloso.

Filósofos, sociólogos, semiólogos, economistas, literatos, pensadores de todo pelaje y condición se han ocupado de la moda desde que el mundo es mundo, o casi. Sin embargo, socialmente siempre ha tenido —sigue teniendo— muy mala prensa: es una cosa tonta, vacua, frívola, insustancial. ¿Por qué la mayoría de la gente la percibe así?

Por distintos motivos. El primero, el sexismo inherente al sistema cultural. La noción de moda moderna se estableció imponiendo a quienes se identificaban con el género masculino heterosexual un desprecio supino hacia la ropa. Por eso mismo, estos sujetos son las primeras y mayores víctimas de la moda. El problema es que fueron ellos los que, a su vez, impusieron la indiferencia hacia la moda en el sistema educativo: la historia y la teoría de la moda no se estudian como la literatura, la pintura o la arquitectura. De ahí la segunda razón: se escribe sobre moda de forma trivial, algo que no ocurre con ninguna otra forma de expresión creativa o artística. Por último, y no menos importante, existe un cierto cinismo que se regodea en considerar la moda un simple negocio, al que no se le reconoce valor cultural alguno. Aunque quizá eso sea otra consecuencia del sexismo propio del sistema cultural.

¿Cómo llegó usted a la moda?, ¿qué le impulsó a filosofar sobre ella?

Cuando comprendí que cada prenda es la formulación perfecta de la paradoja por la cual nuestra identidad, que solemos considerar algo puramente inmaterial (asociada a la conciencia, las opiniones y las creencias), se construye y alimenta de lo tangible. Solo la moda es capaz de insuflar vida a las formas para permitirnos habitar otras nuevas, transformándonos.

¿Entonces el hábito no hace al monje?

Sí y no. El hábito hace al monje, pero el monje también hace el hábito, le da sentido, significado.

Por lo que dice, se entiende que la ropa también se habita. Usted ha escrito un ensayo sobre la felicidad habitacional, Filosofía de la casa [2024, editado en español por Siruela], en el que identifica el artefacto físico, arquitectónico en este caso, con el psíquico (la casa, en tanto que construcción íntima, coincide con el yo). ¿Funciona la moda al mismo nivel?

Hay un desfile histórico de Hussein Chalayan [otoño/invierno 2000-2001, inspirado en los refugiados de guerra obligados a abandonar sus hogares y cargar con sus posesiones materiales a las espaldas] que lo ejemplifica a la perfección. Vemos a cuatro modelos utilizando las fundas, esto es, la piel, de otras tantas sillas para vestirse, y a una quinta, al final, que entra literalmente en una mesita circular que convierte en una falda. Es una metáfora para decir que la moda es lo que nos permite transformarlo todo. La ropa es como una casa que deviene piel, una radicalización del hogar, del ámbito doméstico. Si la moda pasa hoy por ser un poder social universal, capaz de expresar la más esquiva de las idiosincrasias al tiempo que permanece legible para los demás, es solo por su habilidad para construir figuras y patrones visibles que expresan la naturaleza genérica de la vida humana.

Sus intereses son en realidad muchos y muy dispares. Ha filosofado sobre la vida secreta de las plantas, la metamorfosis y el cambio que explican la continuidad de las especies, la publicidad como discurso moral y fuente de saber, la imaginación según Averroes y, ahora, la moda como arte metafísico. ¿Hay algún hilo conductor que unifique semejante flujo intelectual? ¿Podría ser, precisamente, la moda?

La verdad es que no me preocupo de lo que haya escrito en un momento u otro, de si existe conexión entre mis obras o no. Cuando me pongo con un libro es porque tengo una obsesión que me impide hacer cualquier otra cosa, leer, estudiar, lo que sea; solo puedo vivir en ese universo sobre el que quiero escribir. Aunque sí creo que tengo una manera recurrente de plantear los temas que trato, en el sentido de que la cuestión fundamental en mis ensayos siempre es la vida y su forma, y las formas de vida que producimos juntos. En el caso de las plantas, por ejemplo, sería la forma que el mundo debe adoptar para poder habitarlo. Y en el de la moda, la forma en que altera y cambia nuestro cuerpo. Por eso la moda me parece el arte más interesante, porque es el que cada ser humano utiliza para darse forma.

Además de la capacidad de transformación, le otorga a la moda un genuino poder libertador. Pero luego la opinión, el sentir popular, es que la moda nos esclaviza, a los consumidores y a quienes trabajan en ella en condiciones de ­explotación.

La libertad es siempre una dialéctica, no es una condición pura. Hay libertad solamente cuando se lucha por ella, porque nunca viene dada: para que haya libertad tiene que haber esclavitud. Eso en el marco teórico. Por otro lado, el hecho de que el trabajo en la moda esté determinado por la esclavitud o la explotación no depende de la moda en sí, sino de las corporaciones multinacionales que se empeñan en producir de manera avariciosa, primando el beneficio económico antes que el capital humano. Son esos gigantescos entramados empresariales los que, de hecho, están matando la moda ahora mismo. Los cambios continuos de directores creativos en las firmas de lujo, que no hay mes en que no caiga alguno, son una manera de asesinarla. El problema radica en que el sistema está en manos de financieros y ejecutivos para los que confeccionar ropa y hacer churros es lo mismo, no en la idea de la moda per se.

¿Entonces la moda ha muerto? O se encuentra en estado terminal, para el caso…

Es curioso, porque estos supergrupos están intentando mantener vivos a los muertos. ¿Por qué continuar Alexander McQueen? Su genio ya no está entre nosotros y nadie va a poder hacer lo que hacía él. A mí me resulta muy extraño, sobre todo si pensamos que esa cantidad ingente de dinero que utilizan para prolongar artificialmente la vida de aquello que murió hace tiempo —o para crear un culto alrededor de una persona fallecida— se podría destinar a ayudar a los jóvenes, a que los nuevos diseñadores puedan crecer y desarrollar sus marcas. No es una cuestión comercial, sino cultural, propiciada por unas corporaciones que ni son valientes ni tienen imaginación y prefieren exprimir estos cadáveres. Ese espíritu de muerte, que es el que de verdad esclaviza la moda, recorre todo el sistema, incapaz de librarse de tal deseo necrófilo.

¿Ha hablado de esto con Alessandro Michele? Lo digo porque, de alguna manera, él contribuye a la zombificación que refiere desde su posición como director creativo de Valentino, que sigue viva solo porque pertenece a uno de esos entramados financieros.

Bueno… Tendrías que dirigirte a él, yo no puedo responder en su nombre [sonríe]. Lo único que puedo decirte es que el problema no está tanto en los diseñadores como en los directores ejecutivos, los presidentes o los dueños de las empresas de moda. ¿Cómo es posible que los propietarios de legados como los de Balenciaga o Chanel los escondan en algún sótano de París, temerosos de mostrarlos y compartirlos con la gente por si los copian? Es una actitud ridícula e irresponsable desde un punto de vista cultural. Los creadores más interesantes hoy, como Alessandro o Hedi [Slimane], son aquellos que entienden que la suya es una responsabilidad con la población global e intentan producir de una manera específica, que nadie ha explorado antes, en contextos de muerte como el actual. Creo que si estas magnas casas de moda se transformaran en formas de arte, sin estar ligadas a un pasado, quizá habría una vía de escape. Como ha hecho Rei Kawakubo.

Pero, a ver, la moda en sí, como insiste, ¿no tiene culpa de nada? ¿No lleva el clasismo de serie? ¿Qué pasa con el lujo, por ejemplo? ¿O me va a decir que la idea de la moda es democrática?

Lo que la moda debe hacer no es distinguir clases, sino capturar el espíritu de su tiempo. De hecho, ese es su compromiso radical desde los años cincuenta y sesenta del siglo pasado, cuando las casas de alta costura comenzaron a pasarse al prêt-à-porter y llegó el divorcio definitivo con la idea de la moda como instrumento de distinción, clase o prueba de superioridad económica y social. Eso fue lo que le otorgó su enorme potencial democrático. Por desgracia, en las últimas dos décadas, muchas empresas han intentado volver a la idea de la moda como lujo, que es exactamente lo contrario, limitando su acceso a muy poca gente. Una concepción extremadamente conservadora y reaccionaria. El lujo no es moda. La moda puede, por supuesto, abrazar e incluir el lujo, pero el lujo no es necesariamente moda. Lo que estos holdings están haciendo es sumamente peligroso, porque no se trata solo de política económica: es un intento de matar el espíritu de lo que es la moda.

¿Hay solución?

El sistema ha colapsado, está a punto de la autodestrucción. No funciona. Mira las cifras: Kering [el segundo entramado de lujo francés en dominio global, con marcas como Gucci, Saint Laurent, Bottega Veneta, Balenciaga, Alexander McQueen y Brioni] ha caído ¿cuánto en lo que llevamos de año, un 30%, un 40%? Es muy importante ahora mismo imaginar y crear redes, sistemas, ideas alternativas para que la moda tenga futuro. Lo bueno es que muchos estudiantes de moda ya no quieren trabajar en estos grandes grupos, hay una resistencia enorme y algunos han empezado a construir sus propias vías de desarrollo. Vender sus creaciones como piezas únicas en galerías de arte, que además los representan comercialmente, sin ir más lejos.

Los finalistas de la última edición del International Talent Support (ITS) de Trieste, uno de los concursos más prestigiosos del circuito de plataformas de lanzamiento de nuevos diseñadores y del que usted es asesor y jurado, redactaron un manifiesto al respecto que leyeron en la gala de entrega de premios. “Adiós a los días de los creadores invisibles, los becarios silenciados por un sistema corrupto que [nos] tritura para llenar los bolsillos de unos pocos”, clamaban. ¿No estaban pecando de ingenuos?

Tal vez haya una cierta ingenuidad en sus reclamaciones, pero estoy convencido también de que solo ellos pueden imaginar nuevas formas de producción. No sé cuál podrá ser su futuro, pero sí veo una señal de que las nuevas generaciones ya piensan en un sistema económico alternativo al actual. Lo interesante, además, es que a este premio concurren estudiantes de todas partes del mundo, y que por ahí adelante la gente hace cosas muy distintas a lo que vemos en las llamadas capitales de la moda. El problema son las revistas y medios convencionales, que solo se ocupan de mostrar los desfiles, no lo que de verdad ocurre en las calles. En la calle, la moda cuenta otra sociedad. Las pasarelas solo nos hablan de una sociedad muy vieja y moribunda, al menos en Occidente, porque si te vas a Shanghái es posible atisbar el futuro. En París es como un sueño de muerte, de nuevo porque el sistema está en manos de necrófilos.

Concluyamos: ¿la moda es un truco?

No es un truco, es un instrumento de lucha y de invención. Y de sueño también.

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