Simetrías genéticas

En el canto décimo de la Odisea, Circe, la hechicera de Eea, convierte a los compañeros de Ulises en cerdos tras haberles ofrecido un banquete en el que dan rienda suelta a su gula. ¿Por qué en cerdos? Bueno, porque este animal está asociado a lo bajo, lo impuro, lo hediondo, lo meramente instintivo, qué sé yo. De este modo, la maga pone de manifiesto la animalidad que late en los seres humanos. En ningún cerdo, sin embargo, late humanidad alguna. Había ahí una asimetría parcialmente corregida por el cuento de Los tres cerditos, universalizado por Walt Disney para acentuar la carga simbólica de la moraleja: da igual que no provengas de una estirpe noble ni heroica ni bella si eres prudente, trabajador y, en general, buen tipo.
Bien, eso por lo que respecta a las artes. Ahora, en cambio, ha sido la ciencia la ocupada de atribuir rasgos humanos al cochino. Fíjense en lo limpios que se muestran los de la imagen. Parecen recién salidos del baño y no tienen moscas en los ojos (a las moscas les encantan las lágrimas de cualquier ser vivo: deben de resultar muy nutritivas). Por otra parte, no se aprecia en el recinto un solo excremento, ni un pegote de barro, ni ninguna cáscara de plátano o monda de naranja. Eso, por lo que se refiere al exterior, pero es que, además, han sido modificados genéticamente de modo que sus vísceras se asemejen a las nuestras para que podamos trasplantárnoslas. Y funciona. Los hemos humanizado, en fin, después de que nosotros lleváramos siglos emporcándonos tanto en la literatura como en la vida. Ahí están, observándonos.
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