Ir al contenido
_
_
_
_

Teju Cole: “La maldad arraiga en la vida cotidiana cuando la gente decide no reconocerla”

El profesor de Literatura en Harvard y firma habitual en ‘The New Yorker’ y ‘The New York Times’ acaba de publicar el ensayo ‘Papel negro’, que indaga en lo oscuro, las penumbras y lo menos visible

Anatxu Zabalbeascoa

Teju Cole nació en Kalamazoo (Míchigan) en 1975 porque sus padres estaban estudiando allí. Con cinco meses llegó a Lagos. Creció en Nigeria y, con 17 años, regresó a Estados Unidos cuando sus padres reunieron el dinero para hacerle estudiar allí. Hoy tiene una visión amplia y desprejuiciada del mundo. Su novela Ciudad abierta fue aclamada y premiada por la crítica y su último ensayo, Papel negro (ambos libros editados por Acantilado), indaga con valentía sobre lo que vive en la oscuridad. En el Centro de Cultura Contemporánea de Barcelona empieza agradeciendo la preparación de la entrevista. Y advirtiendo que si hay algo que debamos evitar, lo haremos.

“Somos la manera en que ampliamos nuestros horizontes”. ¿Cómo amplió los suyos?

[En lugar de responder, señala con el dedo el nombre anotado en la lista de preguntas: Obayemi Babajide Adetokunbo Onafuwa]. Justo eso es lo que debemos evitar.

¿Por qué? ¿Se llama Teju Cole?

Sí.

¿Qué pone en su pasaporte?

No está evitando la pregunta. ¿Hablamos de los horizontes? La manera en que entiendo el mundo tiene que ver con sentir curiosidad por él, estar abierto a él, aprender de él y tratar de amarlo cuando es posible. También me parece importante no limitarse demasiado por preconcepciones. La cultura, la sociedad y la educación nos empujan con frecuencia hacia alguna estrechez de miras. Puede ser una identidad de grupo o filiaciones que se supone que no debemos cuestionar.

¿No está cómodo con los límites?

No sé de dónde lo saqué, pero siempre he sentido una simpatía radical por lo que parece lejano y resulta que no lo es tanto. Si miro una estampa japonesa de finales del siglo XVIII y algo me conmueve deja de estar lejos.

“Cuando miro un retrato de Rembrandt no soy un intruso. Lo valoro más que algunos blancos”.

Como americano sé que si escribo la palabra “blanco” en un ensayo alguien se enfadará. Estamos habituados a hablar de negros, pero los blancos no tienen raza. A veces lo que consideramos alta cultura es, en realidad, una abreviatura para una identidad tribal blanca. Somos blancos y, por lo tanto, nos gustan las catedrales góticas, Beethoven, Rembrandt…

Reivindica que la escultura Ife está a la altura de Ghiberti o Donatello y que las koras de Malí tienen la ambición de los Conciertos de Brandeburgo.

El mundo completo es mejor que el mundo a trozos. Lo que me interesa de Rembrandt no es que fuera un gran retratista de holandeses ricos en el siglo XVII. Lo fascinante es que supiera hacer algo superlativamente bien. Esa calidad excede su contexto, lo lleva a un lugar glorioso. Miramos hoy uno de sus retratos y alguien que murió hace más de cuatro siglos está a nuestro lado. Dejas de ver a un comerciante, no te fijas en su parecido al retratado, ha excedido eso. Ya no tiene que ver con la cultura holandesa del siglo XVII, tiene que ver con el poder de un artista de hacer algo. Y lo mismo ocurre con la escultura Ife, lo que te llega no es antropológico.

¿Es espiritual?

Los trabajos son locales, pertenecen a un contexto, pero los mejores consiguen esa dimensión espiritual y eso es universal.

“La inseguridad y la pérdida de seguridad rodean al ser humano”, escribió también.

¿Quién no ha sentido eso? En pintura existe el memento mori.

Recuerda que eres mortal.

Todo arte nos recuerda nuestra temporalidad. Pero el memento mori lo hace con intensidad: una calavera o una fruta demasiado madura… Si das con una pintura que te atraviesa vas a recordarla por ella y por el momento en que la viste. Sabes que se convertirá en memoria. Y que volverá a ti cuando tu vida sea otra. Todo eso te llega en ese momento.

Si te tomas el tiempo de pensarlo.

Si estás despierto ante la vida que vives.

¿Siempre está y ha estado despierto?

No siempre. Fui un niño extraño. Tenía experiencias intensas con las artes visuales. Luego, con la literatura y con el cine. Lo último, la fotografía y la música. Ha sido una progresión. Todos sabemos que la vida no dura para siempre, pero a mí el descubrimiento de la fugacidad me convirtió en alguien hiperdespierto.

Estaba destinado a ser médico. Su madre era enfermera. Sus padres pudieron enviarle a Estados Unidos a estudiar…

No terminé de estudiar Medicina.

Le debe a sus padres que el narrador de Ciudad abierta sea psiquiatra.

Les debemos tanto a nuestros padres… Pero también es importante tratar de hacer nuestro camino. Cuando estudiaba Medicina tenía dos intereses: las enfermedades infecciosas y la psiquiatría. Supongo que hacer un narrador psiquiatra fue una manera de explorar el camino no elegido. Cualquier novela es una exploración de un camino no tomado. La ficción es “si yo fuera otros”.

El protagonista es un psiquiatra solitario.

Mi novela no es autobiográfica, pero especula sobre quién habría podido ser. No puedo pensar en ninguna ficción que admire que no tenga la mancha de la vida real.

¿Es un solitario? Le agradece a su esposa, Karen, que le permita estar en soledad.

Mi soledad es para proteger mi trabajo.

¿A qué se dedica su esposa?

Es trabajadora social en Nueva York.

No tienen hijos.

Iba a decir no que yo sepa. Pero eso solo es divertido si lo dice una mujer.

¿Puedo preguntar por qué?

Porque no los echo en falta. Mis amigos que son padres los echaban en falta.

Ciudad abierta es una carta de amor a su ciudad de adopción. Y a la costumbre de pasear y pensar.

Estuve casi una década escribiéndolo. Estaba listo. Podía asociar pensamientos. Me interesan las lagunas, las voces que todavía no están. Prestar atención a lo que la historia no termina de ver.

¿Como la industria del Holocausto?

O la fachada de libertad europea. A España vino gente de izquierdas a luchar en el lado de la República. Yo no creo que hiciera eso. No iría a un lugar a luchar. Tengo ideas políticas claras. Incluso algunas por las que estaría dispuesto a morir. No he encontrado ninguna por la que esté dispuesto a matar. Y puede que eso sea parte de mi mundo soñador, porque en la vida real parece que tienes que ser capaz de matar o de desear la muerte de otros.

Tener el sentido del mundo que despliega en sus escritos ¿le ha hecho perder algo?

Mi sentido del mundo es un poco el sentido de un soñador. Me gusta cómo ha buscado en las sombras, preguntando por las pérdidas porque las hay. Y no triviales. Una es una falta de pragmatismo a la hora de solucionar problemas reales.

En Papel negro es crítico con Estados Unidos.

La maldad arraiga en la vida cotidiana cuando la gente decide no reconocerla como maldad. En esta Administración todo es malo, pero incluso en la de Obama, en la frontera con México, ocurrieron deportaciones inhumanas. Separar a la gente de sus hijos es malvado. La maldad nos rodea. Pero no siempre queremos verla. Ayer estuve en Portbou. Me gusta ir a esos lugares porque no me interesa el conocimiento teórico. En Portbou es posible sentir lo que significa tener que huir de España sin nada y llegar a un lugar que no conoces. Es como si dejaras de ser humano. Que hoy exista una nostalgia por ese horror es inhumano. Relacionarse con el dolor de los otros de una manera vaga es no saber lo que significa ser humano. Lo que te permite conocer ese horror es preguntarte quién está siendo tratado hoy así.

Estamos rodeados de ejemplos: Gaza, Ucrania…

“Quien cierra los ojos frente a la realidad facilita su propia destrucción”. Esa es una cita de James Baldwin con la que estoy de acuerdo. El totalitarismo te puede derrotar, quitar el pasaporte, encarcelarte…

Usted tiene nacionalidad estadounidense.

Pregunte a los encarcelados por Putin. Cualquier cosa es posible. Lo que no pueden controlar es lo que pensamos. Esa será siempre una libertad. La cuestión es… a qué coste. El totalitarismo no puede extinguir el espíritu humano. Tal vez ese sea uno de los trabajos de los escritores: recordar eso.

“Me siento yo en cualquier lugar”.

No soy nada nacionalista. Para mí conectar como ser humano es mucho más importante que tener una identidad colectiva.

Cuando regresó a Lagos, donde había crecido, se obsesionó con la corrupción y escribió Cada día es del ladrón.

Pero también Estados Unidos es un país corrupto. Lo lleva siendo mucho tiempo. Nuestro sistema político depende completamente del dinero. Los políticos emplean gran cantidad de tiempo recaudándolo para ganar las elecciones. En general, la persona que más gasta es la que las gana. Hemos tenido elecciones de senadores que han costado cientos de millones de dólares. Eso no tiene nada que ver con Trump. Por eso afirmo que no sé cómo se puede decir que Estados Unidos no es un país corrupto. La gente que dona el dinero… ¿esperará algo a cambio, no?

El poder es corrupto. ¿Los ciudadanos?

No puedo ir a un hospital y darle a un médico una propina para que me dé un tratamiento. Pero las empresas farmacéuticas consiguen leyes favorables. Que no demos 20 dólares a un policía para que nos deje irnos no significa que no seamos un país corrupto.

¿Los ciudadanos son conscientes?

Muy pocos piensan en Estados Unidos como en un país corrupto. Y ahora lo es mucho más con Trump saltándose las leyes.

Combina amor a la humanidad con erudición. ¿Escribe para los happy few?

Escribo para los happy few con la esperanza de hacerlos infelices.

Toni Morrison escribió sobre la diversidad de la negrura.

Me canso de escribir que África no es un lugar. Son 54 países. La versión hollywoodiense de “Tenía una granja en África” no es África.

¿Cuál es su relación con África hoy?

Nací en una familia yoruba. Crecí en Lagos [Nigeria]. Esa infancia me dio un marco para entender el mundo. Fui educado en idioma yoruba y en inglés. Ética yoruba y ética cristiana. Ese inicio casi doble fue un punto de partida fundamental para dar forma a lo que he hecho con mi vida. El diálogo está en mi cabeza. Sin África no funciono en este mundo. Pero mi mundo es muy grande. Mucho. Y muy abierto.

Es un inmigrante cultural, no alguien que haya llegado a un país para sobrevivir.

No soy el tipo de migrante habitual. No llegué a la frontera mexicana con Estados Unidos caminando. Pero todos tenemos altibajos en nuestro camino. Al principio del estalinismo, cuando apresaban a la gente en San Petersburgo, las mujeres hacían cola día y noche con la esperanza de conseguir información. Entre esas mujeres estaba Anna Ajmátova. Corrió el rumor de que era poeta. Una anciana le preguntó si podía describir lo que estaba ocurriendo. Dijo que sí. Lo pienso a menudo porque, décadas después, Stalin sigue en el poder en Rusia. Millones de personas más van a morir. ¿De qué sirve que ella lo describa? Sirve porque su trabajo es describirlo. Y mi trabajo es describirlo también. Para mí el arte de describir es sagrado. Porque sé lo que hace por mí la serenidad espiritual. Cuando la fidelidad al lenguaje se siente como lo más necesario del mundo. Yo he oído eso: ¿puedes describir esto?

¿Le interesa describir lo que está ocurriendo en Estados Unidos?

Si digo no, ¿quién va a decir que sí cuando me ha sido dado describir como trabajo?

¿El conocimiento lo ha fortalecido?

No creo que sea fuerte. Vivimos en un mundo en el que tienes que plantearte ¿cómo sobrellevaría vivir encarcelado? Como ciudadano piensas: eso no me puede pasar a mí. Hoy sí. Estaba a dos kilómetros de la manifestante que encarcelaron en Massachusetts. No había dicho nada que yo no hubiera dicho más veces. ¿Somos fuertes? ¿Tenemos la fortaleza para afrontar el final de nuestra vida? No lo sabemos, pero… tendremos que hacerlo.

En Papel negro se muestra más vulnerable.

Cada proyecto te centra más en el testigo singular que eres como ser humano. No es que mi visión sea importante porque sea la mía. Una visión es importante cuando se acerca mucho a la realidad.

Expresa tantas certezas como dudas.

Me da mucho miedo la fe ciega, los creyentes.

¿Los fanáticos?

Fui un cristiano creyente inquebrantable hasta pasados los 20 años. Sé lo que alguien que cree y no duda tiene en la cabeza. Me da igual lo que crea: fundamentalistas hindúes, islamistas, evangélicos, Opus Dei, marxistas, un fundamentalista del veganismo, nacionalistas catalanes, apologistas del franquismo… cualquier fundamentalista me da miedo porque cuando lleguen al poder yo seré el primero contra el muro.

¿Por qué?

Porque no soy un fundamentalista. Mis creencias son contingentes, están sujetas a cambios. Escucho a quien piensa diferente. Y no quiero que nadie sea asesinado. Aceptar la incertidumbre forma parte de esto.

Mucha gente muy religiosa no respeta los derechos humanos.

Es la condición humana. A mí no me cuesta pensar en un cura corrupto porque el poder corrompe. Y la certidumbre, también. Pero los débiles y los inciertos también pueden ser corrompidos. El mal puede aparecer en cualquier lugar. Lo que ocurre es que algunos lo aceptamos; hay una parte mala también en nosotros. Es importante estar atento. Mientras que para los fundamentalistas todo el mal está en otra parte. Eso, en ideologías y en personas, hace mucho daño.

Además de escritor y profesor es fotógrafo.

La cámara llegó a África como parte de la parafernalia cultural, con el fusil y la Biblia. Lo escribió Yvonne Vera. Y lo cierto es que una cámara y un arma se disparan. La fotografía, como la aviación, tienen un rol histórico que tiene que ser analizado. Muy poco después de que los hermanos Wright consiguieran hacer volar un avión en Carolina del Norte, los italianos bombardearon el norte de África. Desde el aire se ha matado a millones de personas y, a la vez, si quiero visitar a mi familia en Lagos tengo que subirme a un avión. Una herramienta muy útil puede utilizarse para hacer mucho daño. Intento que mi trabajo como fotógrafo sea interesante y ético.

¿Qué le enganchó a la fotografía?

El encuadre. Tienes un rectángulo en el que tienes que meter algo que existe en el mundo pero no es obvio. Ahí llevo mi manera de observar. No es más fácil que dibujar o pintar. Tienes que colaborar con la realidad para hacer visible algo que no se ha visto antes.

“Nos debemos la vida”.

Vivir en un mundo seguro es peligroso. Si alguien dice: vive cada momento lo mejor que puedas, no hay mucha controversia. Si alguien dice “el suicidio es malo”, yo diría que ocasionalmente es una solución; en general es demasiado pronto y, con frecuencia, equivocado.

¿Mantener la cabeza abierta es complicado?

Es una gimnasia. A veces te debes la vida; otras te debes la muerte. Todo puede cambiar.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

¿Tienes una suscripción de empresa? Accede aquí para contratar más cuentas.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Rellena tu nombre y apellido para comentarcompletar datos

Más información

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_