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De mansiones de OnlyFans a ‘realities’ de convivencia extrema: dentro del ‘boom’ de la experimentación comunitaria

Los programas de telerrealidad y las redes reflejan la última oleada de búsqueda de nuevas modalidades de vida compartida

Participantes de 'The Real Housewives of Atlanta', programa emitido de marzo a julio de este año.

Las crisis económicas siempre han sido detonantes de nuevos modelos sociales, pero lo que observamos hoy rebasa cualquier reajuste coyuntural. Desde las mansiones de OnlyFans hasta los pueblos integrados solo por mujeres, asistimos a la mayor oleada de experimentación comunitaria desde los sesenta, aquella década que colocó el sueño hippy frente al espejo del capitalismo tardío y acabó engendrando Arc House, Twin Oaks y la siempre citada Arcosanti.

La Bop House, bastión viral donde conviven hoy creadoras de contenido para OnlyFans —plataforma online donde los usuarios pagan por material exclusivo, sobre todo sexual—, asegura haber facturado 15 millones de dólares en dos meses. Las paredes de la mansión funcionan como un set de rodaje ininterrumpido. La psicóloga Cristina Marín explica: “La gente que busca este tipo de modelos de convivencia extrema está buscando un cambio, evidentemente, en contraposición a los modelos tradicionales”. Los antecedentes televisivos a estos modos de vida resultan reveladores. Como subrayan Rafa de Jaime Juliá y Daniela Varela, responsables del podcast especializado en realities y cultura popular Las auténticas señoras de la calle Lista, fue Kid Nation el que llevó los realities al límite. ¿La premisa? Sobre las ruinas del pueblo de Bonanza, en Nuevo México, unos niños intentan crear una sociedad con una supervisión mínima por parte de adultos. El programa de CBS de 2007 trasladó a 40 menores a esta localidad abandonada; durante las semanas de rodaje, un niño sufrió quemaduras, varios bebieron lejía por error y trabajaban 14 horas diarias. Años después, el programa sigue sorprendiendo por su crudeza.

“Gente que se aparta de la sociedad existió siempre”, apunta De Jaime. “Pero crear grupos afines resulta hoy más sencillo porque todo está a un clic”, añade Varela, que cita otros formatos televisivos extremos: The Real Housewives reúne señoras desconocidas y las embarca en un viaje con alcohol. Acapulco Shore mete a veinteañeros en una casa y les ordena salir cada noche”. De Jaime apunta un matiz importante: “En Supervivientes existe un sistema de emergencia; si alguien sufre disentería, llega el helicóptero”, recordando que la televisión mantiene redes de seguridad ausentes en la convivencia en el mundo real.

En ese extremo opuesto, alejado de las pantallas, se puede situar la aldea de Umoja, en Kenia, donde en 1990 se fundó una comunidad formada por mujeres violadas por soldados británicos en la que, todavía hoy, están acogidas 40 familias. Muy distinto resulta Noiva do Cordeiro, en Brasil. La prensa propagó en 2014 la historia de un “pueblo de mujeres que buscan hombres”, un bulo desmontado por National Geographic. En realidad se trata de una comunidad de 350 residentes con distribución de género equilibrada, independencia femenina y el objetivo de ensayar otra manera de vivir.

Aunque Cristina Marín identifica aspectos positivos en este tipo de modelos de convivencia —“pueden ser más flexibles”—, también ve riesgos: “Estas comunidades pueden generar aislamiento social, que es inevitable si solo me junto con personas que piensan como yo”. También detecta ciertos ecos sectarios: “Una cosa es que aparentemente sean colaborativos y otra que desembarquen en una jerarquía donde alguien saca tajada”.

¿Qué nuevas máscaras adoptará la convivencia extrema en la siguiente recesión global? Tal vez surjan microciudades de nómadas digitales financiadas con criptos, o refugios climáticos levantados por la industria tecnológica. El impulso late: reinventar la vida en común cuando la realidad aprieta.

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