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Dos trucos y cinco preguntas que ayudan a disfrutar el verano como un niño

Para disfrutar las vacaciones como en la infancia hay que desconectar de todo lo que no sea realidad inmediata y rescatar la mente de principiante

Trucos y preguntas que ayudan a volver a disfrutar el verano como un niño

Poco después de haber cruzado la frontera para exiliarse, Antonio Machado moría en una pensión de Colliure. En el bolsillo de su abrigo, su hermano José encontró el último verso del poeta. “Estos días azules y este sol de la infancia”.

Puede hacernos pensar en los veranos de nuestra niñez, donde un día parecía contener una vida entera. Algo que contrasta con la pobreza temporal de los adultos, para quienes las vacaciones pasan como un suspiro, a veces acompañado de cantidades ingentes de estrés.

¿Existe alguna manera de volver a ese lento “sol de la infancia” que vimos en películas como Moonrise Kingdom, de Wes Anderson, o en la mítica serie Verano azul?

Tenemos al menos dos formas de intentarlo.

La primera es, aunque parezca paradójico, dejar de gestionar el tiempo. Es decir, al menos en vacaciones, renunciar al impulso de aprovecharlo, fragmentarlo, optimizarlo. Esta es una de las ideas del ensayo Cuatro mil semanas —la media de una vida humana—, del periodista británico Oliver Burkeman. En sus propias palabras: “Cuanto más intentas gestionar tu tiempo con el objetivo de lograr una sensación de control total (…) más estresante, vacía y frustrante se vuelve tu vida”.

Contra esa visión utilitarista de nuestros días, horas y minutos, Burkeman nos habla del tiempo profundo de los bebés. La magia que nos produce estar con ellos, según sugiere este autor, es que fluyen en el tiempo “sin cortes”, en una experiencia continua que se vive como la atemporalidad de un presente interminable. Eso es algo que un niño hace de forma natural, por eso nos parece que viven en un mundo distinto, mientras que el adulto tiene verdaderos problemas para permanecer aquí y ahora. Nos proyectamos al pasado con tristeza o ira, al futuro con miedo o con planes por cumplir. El runrún mental impide entregarse al momento y disfrutar de él, con lo que los días pasan en un suspiro.

Para fluir lenta y plenamente con el tiempo, es indispensable desconectar de todo lo que no sea la realidad inmediata. Guardar el móvil en un cajón, vivir “sin hora”, permitirnos improvisar y, cada vez que notemos que salimos del presente, ordenarnos: “Vuelve”.

La segunda forma de revivir el sol de la infancia es rescatar al niño que sigue viviendo en nuestro interior. En su ensayo La última vez que fuimos niños, la psicóloga Ángela Sannuti dice que todo adulto lleva en su interior un “niño primordial”, un niño íntegro, “lleno de cualidades que nos pertenecen y que nunca hemos perdido”. Cita a la actriz y poeta Goliarda Sapienza, que opinaba que el adulto ha sofocado a su propio niño, que “tiene que salir para ser alegre, curioso, potente”; dejar de ser un adulto aburrido y permanentemente angustiado.

Este poder infantil en el zen se llama “mente de principiante”, que es la capacidad de asombrarnos ante el mundo, libres de ideas preconcebidas, como si hubiera sido creado hoy. Volver a mirar la realidad sin filtros nos permitirá vivir el tiempo profundo de los bebés. Y si bien el trabajo puede mantenernos en una fatiga sostenida que nos lleva al agotamiento, las vacaciones son una oportunidad de oro para descansar, refrescarnos y cultivar la curiosidad. Caminar por nuevos paisajes, conocer a otras personas, descubrir libros y actividades. Si adoptamos una actitud de explorador sentiremos vibrar en nuestro interior el espíritu aventurero de los niños.

Tal vez entonces recordemos, como señalaba Randy Pausch en su charla La última lección, los sueños infantiles que dejamos atrás y que ahora podemos retomar. Quizás abandonaste el dibujo porque algún adulto te dijo que eso no era productivo, o renunciaste a otros proyectos que querías hacer para dedicarte a algo “serio”. Ahora es el momento de recuperarlos. Summertime, la canción de Gershwin para la ópera Porgy and Bess, promete: “Tiempo de verano, y la vida es fácil”. Puede ser así si ponemos en el trabajo, los compromisos, las preocupaciones y el resto de los agobios mundanos el cartelito mental de cerrado por vacaciones.

Si te cuesta salir de tu rol de adulto estresado, tal vez estas preguntas te ayuden a hacer el clic mental:

1. ¿Quién eras de niño y qué te apasionaba hacer?

2. ¿Por qué dejaste de hacerlo?

3. ¿Cómo puedes recuperar ese tesoro de la infancia?

4. ¿Qué querías ser de mayor?

5. ¿Cuál era tu lista de deseos?

Una vez tienes claro esto, se trata de levantar la mirada hacia el cielo para recobrar el sol de la infancia.

La dedicatoria de Saint-Exupéry

El autor de El Principito decidió iniciar su novela así: “A Léon Werth. Pido perdón a los niños por haber dedicado este libro a una persona mayor. Tengo una excusa seria: esta persona mayor es el mejor amigo que tengo en el mundo. Tengo otra excusa: puede entenderlo todo, hasta los libros para niños. Y tengo una tercera excusa: esta persona mayor vive en Francia, donde pasa hambre y frío (…). Si todas estas excusas no son suficientes, quiero dedicar este libro al niño que este señor ha sido. Todas las personas mayores fueron primero niños. (Aunque pocas lo recuerdan). Corrijo entonces mi dedicatoria: A Léon Werth cuando era niño”.

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