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La polarización de la política estadounidense llega a las canchas de baloncesto

Tal vez a su pesar, la estrella de la WNBA Caitlin Clark se ha convertido en la jugadora fetiche del trumpismo. La progresía ya tiene también su estrella, Paige Bueckers

Caitlin Clark (right) and Paige Bueckers, during a game in Indianapolis on July 13.
Miquel Echarri

El baloncesto femenino pedía a gritos una rivalidad de ese calibre. Caitlin Clark contra Paige Bueckers, la reina de Iowa contra la princesa de Minnesota. Dos mujeres blancas de la misma edad y estatura que comparten posición en la cancha y batieron plusmarcas de éxito precoz en el baloncesto universitario antes de dar el salto a la WNBA, la mejor liga del planeta. Clark fue la número uno en el draft de abril de 2024 y fue a parar a Indiana Fever, una franquicia en horas bajas a la que clasificó para los playoffs por primera vez en 10 años. Bueckers, tras romperse el ligamento cruzado y pasar año y medio en el dique seco, entre 2022 y 2023, fue número uno de abril de 2025 y aterrizó en Dallas Wings, un equipo sencillamente desastroso al que, gracias a ella, se le empieza a intuir un futuro brillante.

Pero las similitudes acaban ahí. Clark, tal vez a su pesar, es el orgullo de la cadena Fox y de podcasters ultraconservadores como Joe Rogan, blanca, católica y del Medio Oeste. Domina con férula de hierro el más afroamericano de los deportes. Si cuesta situarla en el espectro ideológico es porque rara vez habla de política, aunque sí se quejó, en cierta ocasión, de que su nombre fuese utilizado en campañas racistas y misóginas, como el conato de linchamiento digital que padeció en 2023 una de sus rivales, la afroamericana Angel Reese.

Paige Bueckers (left) and Caitlin Clark during an NCAA game in 2024.

A Bueckers nunca le ocurriría algo así. Racistas y misóginos la aborrecen desde que, con apenas 19 años, agradeció el ESPY Award a la mejor atleta universitaria con unas palabras que la persiguen desde entonces: “Las mujeres negras dominan el 80% de las estadísticas individuales de mi deporte, pero, por alguna razón, la prensa deportiva prefiere centrar su atención en atletas blancas como yo, como si ellas no existiesen. Quiero dedicar este premio a las personas afroamericanas que hay en mi vida y en mi equipo”. Cuando pronunció ese par de frases, en julio de 2021, el movimiento Black Lives Matter estaba en pleno apogeo. Bueckers ofreció su apoyo a la que consideraba una insurrección cívica contra “un estado de cosas injusto que debería acabar lo antes posible”.

Etan Thomas, redactor de The Guardian, dedicaba hace unas semanas a Bueckers una completa semblanza en la que intentaba explicar por qué, pese a sus extraordinarias cualidades como deportista, la de Minnesota nunca acumulará tantos contratos publicitarios ni será tan popular como Clark en “la América profunda”. Sencillamente, tiene opiniones propias y las expresa sin reticencias. En su faceta de influencer, no dudó en compartir, en su último año universitario, que durante el mes de ramadán se levantaba antes del amanecer para prepararle el desayuno a su compañera de equipo, la musulmana Jana El Alfy, de manera que pudiese encarar con el estómago lleno la jornada. Este acto de franca amistad y respeto intercultural (Bueckers, como Clark, se considera cristiana practicante) le granjeó una avalancha de mensajes de odio, y lo mismo ocurrió con detalles sobre su vida privada que han ido trascendiendo, como sus relaciones sentimentales con hombres negros o los cánticos y plegarias, en la tradición del góspel sureño, que se acostumbró a compartir con sus compañeras de equipo antes de los partidos.

En su popular comedia Bananas, Woody Allen atribuía a una ficticia Miss América este par de líneas de diálogo: “Las diferencias de opinión deben ser respetadas, aunque no cuando son demasiado diferentes. Ningún ciudadano debería pensar de manera muy distinta al presidente y el vicepresidente de Estados Unidos”. Tal vez ese sea el único lunar atribuible a Paige Bueckers, la otra esperanza blanca del baloncesto profesional estadounidense: que, siendo quien es, una mujer de piel clara nacida en Minnesota, piense como piensa y no muestre el menor reparo en expresarlo.

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Sobre la firma

Miquel Echarri
Periodista especializado en cultura, ocio y tendencias. Empezó a colaborar con EL PAÍS en 2004. Ha sido director de las revistas Primera Línea, Cinevisión y PC Juegos y jugadores y coordinador de la edición española de PORT Magazine. También es profesor de Historia del cine y análisis fílmico.
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