Padres, amigos, barrios... La importancia de la educación más allá de los centros educativos
Las experiencias estresantes en la primera etapa de la vida son a veces difíciles de evitar, pero de su impacto depende cómo reacciona el entorno

La experiencia educativa nos marca de forma fundamental en nuestro recorrido vital. Cuando los profesionales de salud mental nos referimos a la experiencia educativa no solo hacemos referencia a la etapa escolar formal, sino también a la educación que recibimos en nuestros hogares familiares o a cómo nuestros entornos y contextos —el barrio, nuestro pueblo, ciudad o los espacios que habitamos— también nos construyen.
La mayoría de las ocasiones ponemos el foco en los sucesos estresantes a los que los y las menores se pueden exponer en las primeras etapas de la vida, pero olvidamos con demasiada frecuencia el impacto que tiene la falta o ausencia de aspectos importantes con los que todas las personas deberíamos contar para sentirnos seguras. Muchas de ellas acuden a las consultas de psicología en la edad adulta expresando algún tipo de dolencia emocional que se manifiesta, en la mayoría de ocasiones, en forma de alteración de lo que, hoy en día, conocemos como salud mental. Trastornos de ansiedad, del estado de ánimo, baja autoestima, dificultades en las habilidades sociales, trastornos de la conducta alimentaria o trastornos obsesivo compulsivos, son muchas de las formas que tiene nuestro sistema mental de expresar el sufrimiento humano.
El meta-análisis llevado a cabo por Moore y colaboradores en 2017 indicó que las experiencias de acoso escolar están asociadas a un riesgo de dos a cuatro veces mayor de desarrollar trastornos internalizantes (como la ansiedad y la depresión). Lo curioso es que la experiencia de acoso en sí misma no es el único factor condicionante, también tiene relevancia el tipo de respuesta que dan las figuras adultas a la situación. Hay ciertas situaciones que pueden ser difíciles de evitar, pero lo que sí se puede gestionar es el tipo de respuesta emocional y educativa que se puede dar tanto a las y los menores que son víctimas del acoso como a quienes ejercen estas conductas.
Y cuando hablamos de respuesta, no se trata de algo que tan solo atañe a los centros educativos —que por supuesto son clave en el abordaje de estas situaciones—, sino también a las familias o personas cuidadoras y a otros agentes que podemos estar implicados (servicios sanitarios y sociales, por ejemplo). La responsabilidad es compartida y es de todas las personas adultas. Por ejemplo, una menor que sufre acoso sexista sistemático por parte de algunos de sus compañeros, que experimenta una disminución de su autoestima, que no se atreve a recurrir a su profesorado por vergüenza y que se encuentra atravesando un proceso de separación de sus progenitores que está implicando mucha tensión necesita la respuesta colaborativa de todas las partes implicadas. Un sistema por sí solo (ni educativo, ni sanitario, ni comunitario) no podrá dar respuesta a las necesidades de esta menor.
Aunque no es necesaria una experiencia de acoso escolar para que nos encontremos con secuelas psicológicas relevantes en la vida adulta. Muchas personas usuarias de los servicios de salud mental relatan haber sentido intranquilidad en los espacios educativos (en casa, en el colegio o en el barrio) por diversos motivos, entre los que sobresale el miedo a no ser queridas o aceptadas. Otras explican que, aunque no recibían acoso directo, nunca se sintieron parte de un grupo o no fueron tenidas en cuenta suficientemente. Diversos estudios muestran que entre el 60% y el 90% de mujeres (según el estudio) han experimentado vergüenza o malestar por su cuerpo durante la etapa escolar y universitaria. Son datos impactantes que invitan a reflexionar sobre si estamos destinando el tiempo suficiente a abordar estas cuestiones.
Los centros educativos hoy en día se enfrentan a una situación social compleja. Los y las profesionales de la educación son cada vez más capaces de identificar y responder ante situaciones de potencial sufrimiento, pero la respuesta educativa, sin el soporte de otros agentes es insuficiente. Necesitamos tender puentes entre el sistema educativo, el sanitario y el sistema comunitario. Y por supuesto, debemos transformar las relaciones para que estas sean colaborativas y constructivas. Esto en ocasiones se vuelve complejo en un momento social atravesado por la inmediatez, el individualismo y la idea de que las soluciones a los problemas o las dificultades deben venir desde fuera, cuando en realidad, lo que le ocurre a un menor —en sentido negativo— es el resultado de un fracaso de todas las partes implicadas en su desarrollo.
De alguna manera, parece que en las consultas de psicología, entre otras funciones, también cumplimos la de facilitar la reparación de daños que podrían haber sido evitados. O quizá no. No en su totalidad. Quizá algunas situaciones de malestar personal y social no son evitables y esto puede tener que ver con la complejidad de vivir en convivencia en una sociedad plural que tiene sus fracturas y vulnerabilidades
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