Ir al contenido
_
_
_
_
Las copas y las letras
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Lo mejor que podemos hacer por nosotros mismos

Quizá nuestros esfuerzos por ser mejores se han sustanciado en no empeorar tanto como podríamos haber empeorado

Hemingway con una caña de pescar y un marlín al lado del capitán Joe Russell.
Ignacio Peyró

Conocernos a nosotros mismos es liberador, dicen, pero con el tiempo descubrimos que es más bien decepcionante. Hay más de 100.000 libros de autoayuda en Amazon, lo que, paradójicamente, señala la mejora moral más como una de nuestras carestías que como uno de nuestros fuertes. Así, del mismo modo que los bajos fondos de Whitechapel eran el reverso de los salones victorianos, hay que ir a esos estantes para ver el envés de una época que nos ofrece mucho pero parece exigirnos demasiado. Existe una autoayuda para cada obsesión. Cómo atraer la prosperidad gastando a manos llenas. Cómo ser sabio leyéndote las solapas de los libros. Superar la ansiedad (sin renunciar a dos litros de café al día). Seguramente estos libros incumplan tantas promesas como los de “Alemán sin esfuerzo”. Pero importan por señalar no tanto la voluntad de superarnos como la dificultad de lograrlo.

A cualquiera, de cuando en cuando, le da un momento moral. El otro día me dio a mí. Llegaba tarde a un sitio. Me dije: “¿Cómo es posible? Tengo 44 años. Llevaré, por tanto, 35 intentando mejorarme: rendir más, distraerme menos, ser más amable…, ser más puntual. Bien: largas décadas de esfuerzos, y el resultado es que estamos donde estaba”. ¿No hay nada que podamos hacer por nosotros mismos?

Hay una escuela que dice que carácter es destino: si no puedes vencer tus defectos, únete a ellos. Es un planteamiento interesante si tenemos detrás una obra poética para sustentar el malditismo. Al resto nos resulta poco útil. Víctor Hugo pedía a su criado que se llevara su ropa: así no le quedaba otra que quedarse en casa a escribir. El de Buffon cobraba más si lograba que el escritor se levantase pronto: llegó a despertarle con un cubo de agua fría. Hemingway, por su parte, contaba las palabras que escribía cada día: debía hacer el doble si al siguiente quería ir a pescar. Esta tensión por mejorarse es una de las lecciones de los grandes: al joven Lincoln le quitaron de su cuarto las cuchillas de afeitar para que no se le ocurriera hacerse daño; después, escribe David Brooks, se puso a estudiar a todas horas —son remedios de otro tiempo— “Euclides y gramática”. Sin embargo, no todo sale bien. John Cheever quería ser responsable: “Esta mañana de lluvia puedo irme por el camino del bosque”, escribe, para luego confesar: “Más bien voy a coger el de la alacena y me voy a preparar un dry martini”. “He ahí a un hombre débil”, anota, “un hombre sin carácter”. Por supuesto, todos —también Cheever— sabemos que, pese a no conseguirlo, intentarlo no es ocioso.

Claro que importa la tensión por mejorar. Fuerzas para pagar unos zapatos y terminas por reinventar la prisión por deudas. Te dejas ir más allá de la lujuria del homme moyen sensuel y un día te ves disfrazado de la rana Gustavo en una orgía. Eres el niño que no quiere compartir merienda y terminas trabajando en el sector finanzas. En algún lugar leí, a propósito del alcoholismo, que no se pueden dejar los espirituosos sin cambiar de espíritu. Pero no todo son esfuerzos pavorosos. Ya cada día decimos que vamos a ir a no sé qué acto que nos aburre porque nos vendrá bien. En casa metemos ántrax antes que camembert porque el camino a la perdición está rodeado de los quesos que nos gustan. Y dejamos pasar el primer whisky porque el segundo nos encanta y el tercero ya nos enamora.

No solo caemos todos sino que caemos en las mismas cosas. Alguien dijo que no hay placer como el de saltarse la misa del domingo: no conocía el de dormir cada día la hora del gym. A las dos de la tarde, no eres tú: cualquier ser humano se convierte, ante un cuenco de almendritas, en una procesionaria. Por supuesto, siempre nos quedará un consuelo: quizá nuestros esfuerzos por ser mejores se han sustanciado en no empeorar tanto como podríamos haber empeorado. Lo que ganemos en humildad ante la constatación de nuestra imperfección, con todo, es difícil de medir, y comprobar nuestras limitaciones bien puede llevarnos a sentimientos menos franciscanos que coléricos. Pero aquí podemos también exhumar esa vieja consideración según la cual el viaje es el camino y no la meta. Y no será un camino malo si aún sabemos que no debemos trasladar a la terapia lo que podemos asumir con la moral, creemos que portarse bien es —pese a todo— superior a sentirse bien y que la autoexpresión es importante, pero menos que el autodominio. Lo mejor que podemos hacer por nosotros mismos, al final, es no desesperar de nosotros mismos.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

¿Tienes una suscripción de empresa? Accede aquí para contratar más cuentas.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Sobre la firma

Ignacio Peyró
Nacido en Madrid (1980), es autor del diccionario de cultura inglesa 'Pompa y circunstancia', 'Comimos y bebimos' y los diarios 'Ya sentarás cabeza'. Se ha dedicado al periodismo político, cultural y de opinión. Director del Instituto Cervantes en Londres hasta 2022, dirige el centro de Roma. Su último libro es 'El español que enamoró al mundo'.
Rellena tu nombre y apellido para comentarcompletar datos

Más información

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_