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El banquete, el bar, el patio y la peluquería: cuatro escenas a puerta cerrada que explican (y mueven) la cultura en Madrid

La capacidad madrileña para unir y hermanar a personas de distinto pelaje en familias sociales de creación espontánea y duración impredecible es única e histórica, desde el Café Gijón hasta nuestros días: estas escenas creativas, que parten del ocio y la amistad, definen y mueven la cultura que nos rodea. Cuatro de ellas nos abren sus puertas y nos revelan sus dinámicas

EL BANQUETE 1. Diego Grimaldi. Estilista. 2. Enol Blasco. Estilista. 3. Elizabeth Duval. Escritora y filósofa. 4. Marta Peirano. Escritora e investigadora especializada en tecnología y poder. 5. Fernando Navarro. Guionista y novelista: 'Segundo premio' es su último éxito. 6. Aurora Nacarino-Brabo. Diputada por el Partido Popular. 7. Lisandro Silva Echeverría. Guitarrista. 8. Belén García Mendoza. Artista plástica. 9. Beatriz Moreno de la Cova. Estilista. 10. Jacobo Bergareche. Escritor: su último libro es 'Amistad' (Debate), junto con Mariano Sigman. 11. Jorge de la Cruz. Escultor y gestor cultural en Lab of Experimental Art. 12. Santiago Isla. Novelista, su última obra es 'El hombre de mi vida' (Círculo de Tiza). 13. Claire Tati. Cantante. 14. Kike Garcinuño. Artista
Tom C. Avendaño

La puerta se abre y el paisaje se lee como un cuadro barroco. Dos mujeres, políticas de partidos opuestos en la vida pública, en este salón comparten chismes y cenicero. Una reconocida estilista escucha a un guionista, a un novelista y a un profesor de guitarra hablar de la soledad que conlleva el acto creativo. Una pintora debate con su galerista cuántas barras hacen falta para construir una casa de pan y qué supermercado las hace mejores. Y un consagrado escritor, con delantal y una copa de vino, nos pide que entremos rápido porque está desatendiendo las cocochas y el pisto que tiene al fuego.

—Entra. Hay comida para una boda de Bilbao.

Jacobo Bergareche entiende casi científicamente el poder del banquete, de unir en un entorno amable a gente de distinto pelaje y disfrutar de la mezcla. Su último libro trata, en parte, sobre ello. “La ciencia de la amistad es bastante similar a la biología: se trata de encontrar patrones comunes en un abismo de diferencias”, escribe en Amistad (Debate), junto a Mariano Sigman. Pero él también es artífice de uno de los nudos sociales principales de Madrid: las cenas que ofrece en su casa se basan en el contacto directo con la otredad, con aquellos que piensan distinto a uno.

—No sé cuántos seremos para cenar. Nunca lo sé, la verdad.

Pero el poder del banquete no es exclusivo de esta casa. La mejor metáfora de Madrid, mejor que un oso, un madroño, una movida o una puerta que ahí está, seguramente sea una mesa a rebosar de gente que no tenga otro vínculo en común que estar en esa mesa en ese momento. La unión casi aleatoria de personas dispares en un mismo entorno, generalmente distendido, la conexión entre ellas, la creación de intereses comunes, la forja de familias sociales que perduran en el tiempo, es la gran especialidad capitalina, un patrimonio inmaterial que ha propiciado desde las tertulias del Café Gijón hasta la Movida o “los pijos del Vips de López de Hoyos”, como los bautizó el diario Abc en los ochenta. Del underground en los noventa a la modernidad de Malasaña. Las hay de todos los tamaños, relevancia y diversidad. Estas son cuatro. Podrían ser muchas más. Y permiten entender cómo funciona la cultura en Madrid.

En casa de Jacobo Bergareche, en una esquina de la mesa con ajetreo de platos y codos, está, por ejemplo, Beatriz Moreno de la Cova, desde hace años una de las estilistas más admiradas del país, y nos explica la mecánica. “¿La moda ahora de la gastronomía como punto de encuentro? Jacobo siempre lo ha entendido muy bien”, sentencia. “Él lo hace a través de una paella, que es un círculo”. Y señala a todos los invitados. Resulta imposible impedir que la vista salte de uno a otro, como un largo movimiento de cámara que recorre la mesa.

La artista Belén García Mendoza, a la sazón esposa de Bergareche, hace de historiadora. “En los 20 años que llevo casada con Jacobo, hemos tenido varias vidas juntos: esta de las cenas para 25 ha venido de la mano de la cocina. En cuanto supo hacer un perol y alimentar a 25 personas, invitó a 30”, explica.

“A 25, querrás decir”, le corrige su amigo el escultor Jorge de la Cruz.

“No, a 30. Es un hombre posibilista”.

Elizabeth Duval, filósofa, escritora y, hasta marzo, una de las dirigentes de Sumar, añade: “Jacobo hereda la costumbre de hacer las cocinas de su abuela”. Hay en la pared una fotografía de una mujer mayor, inmensamente feliz con el mar de fondo y un cigarrillo en los labios. “Fuma los mismos cigarrillos que yo”, sonríe Duval.

A su lado, Aurora Nacarino-Brabo, diputada del Partido Popular, apostilla: “La gastronomía es algo que se cuida, pero la celebración aquí es de amistad. Si yo llego y Jacobo me da un big mac, me lo comeré y será el mejor big mac que he comido en mi vida”.

Otro invitado, el novelista Santiago Isla, quien acaba de publicar su tercera obra, El hombre de mi vida (Círculo de Tiza), lo ve parecido: “La gracia para mí es que me acerca a mundos que, ya sea por edad o por ocupación, muchas veces me habían resultado más ajenos, pero que en esta casa son naturales”.

“Efectivamente”, asiente Marta Peirano, también escritora e investigadora especializada en tecnología y poder. “Las cenas de Jacobo para mí son el primer lugar donde puedes encontrarte con gente que no está en lo mismo que tú, que no está viendo las mismas series que tú, que no está votando al mismo partido”. Alguien interrumpe con un brindis. Peirano retoma su hilo: “Es importante esa capacidad de conocer a gente que no es necesariamente de tu cuerda, pero sí puede estar en tu vida. En las veces que he estado en esta casa no se ha discutido de política. Y no porque no se hable del tema”.

“Un patrón en la vida son las personas que unen tus mundos y que crean uno nuevo conjunto del cual no tienes que hacerte cargo directamente”, alerta el guitarrista argentino Lisandro Silva Echevarría, y escenifica: “Abuela, este es mi amigo yonqui. Amigo yonqui, esta es mi abuela”. Todos ríen. “Eso es el contacto con el otro”.

Hay por ahí una pareja de estilistas, Diego Grimaldi y Enol Blasco, que lleva ya años por estas cuatro paredes y le han pillado el tranquillo: “Al final, conoces a alguien que esa noche es tu mejor amigo. A lo mejor solo es esa noche, pero a lo mejor en la siguiente esa persona ya es tu viejo amigo y tu mejor amigo es otro”, explica Blasco. “Aquí siempre he tenido conversaciones para el recuerdo. Aunque no siempre te acuerdas muy bien”.

Fernando Navarro, guionista de películas como Segundo premio, lo resume así: “Los escritores como yo pasamos 28 horas al día encerrados en una cueva. Juntarnos con Jacobo nos permite conocer gente con la que puede darse una mezcla bastante razonable entre la bondad y el despropósito, la locura con unos pocos valores”.

Sigue hablando sobre la música, pero está lejos y cuesta oírlo sobre el sonido de tantas conversaciones simultáneas. “Cuando vas a una cena de compromiso, la gente habla en orden: hay silencios, fachadas, armaduras. Pero cuando la gente está en familia, habla por impulso, comparte, se hace barullo, desorden. El barullo es bonito, es Nochebuena”, explica el artista Kike Garcinuño.

La música es una parte importante de la comunidad que se ha formado. “Vine a unas cenitas aquí, con sus sobremesas, con Jacobo: ‘Cántanos algo en francés”, rememora Claire Tati, quien era neurocientífica cuando empezó a venir a estas cenas. “Jacobo es muy entusiasta, si vas a comer una tortilla con él, es la mejor tortilla que ha comido en su vida. Todo así. Cuando empecé a cantar, parecería que a él le gustaba. Me lo creí. Y le estoy eternamente agradecida porque me dio el empujón que necesitaba”. Ahora, Tati es cantante de profesión.

El círculo vuelve a Beatriz Moreno: “Ahora que nos dividen tanto, Jacobo siempre nos ha unido”.

Bergareche prefiere que la velada y la comida hablen por él y no da declaración oficial. Sí sentencia, de forma solemne y druídica, una explicación: “Comer bien, hablar mucho, cantar juntos”.

Ningún cronista es tan imprudente como para describir la perfecta felicidad de un grupo de amigos visto desde fuera; uno que ríe, que canta mientras Lisan toca la guitarra, otros que se buscan con la mirada, sin levantar el móvil, una escena que permanece hasta bien pasadas las tres de la madrugada. Pero sí se puede contar que se ha visto crear un espacio común, un ambiente mayor que la suma de sus componentes: muchas personas relajadas y dispares se han encontrado en la otredad. Comer bien, hablar mucho, cantar juntos. Madrid.

PALABRAS MENORES (DE 35 AÑOS). 1. Jesús Pascual. Cineasta (su documental '¡Dolores, guapa!' está en Filmin) y autor de 'Querer como las locas' (Cántico). 2. Pablo Caldera. Escritor. Ha publicado 'El fracaso de lo bello' (La Caja Books) y dirige el 'podcast' 'Los excesos', del Círculo de Bellas Artes. 3. Vicente Monroy. Programador de la Cineteca de Madrid y autor de 'Breve historia de la oscuridad. Una defensa de las salas de cine en la era del ‘streaming’ (Anagrama). 4. Juan Gallego Benot. Poeta, autor de 'Las cañadas oscuras' (Letraversal). 5. Alfredo Suárez Palacios. Escritor, obra por publicar. 6. Jorge Salanova. Escritor, obra por publicar. 7 y 8. José y Casandra. Propietarios de Julifer y El Chulo. 9. Óscar García Sierra. Autor de 'Facendera' y 'Ropa tendida' (Anagrama). 10. Miguel Zamorano. Autor de 'Adoración' (Alba).

Otra escena. Esta no es tanto gente dispar que se beneficia de la absoluta otredad, sino de cómo los talentos más o menos afines se afilan entre ellos. En La Latina está el bar El Chulo, donde es más que probable encontrar a algunos de los escritores (¿generación El Chulo?) menores de 35 más aclamados de las letras españolas de cuantos viven en Madrid. Allí está Óscar García Sierra, autor de los éxitos de crítica Facendera y Ropa tendida en Anagrama: a su alrededor y con él en el centro, se articula, entre unas paredes de rojo crepuscular, una red de autores, músicos (uno de sus mejores amigos es Martín Vallhonrat, de Carolina Durante, por ejemplo), cineastas, artistas (como Ramón Duerto), actores (el Goya a mejor actriz relevación que Laura Weissmahr ganó en febrero está ahí, detrás de la barra), gestores culturales. “No todos los amigos son comunes, pero todo el mundo tiene como dos personas en común. Es la forma de tejer todo esto”, explica. Sobre el papel no comparten nada, pero atmosféricamente hay un hilo común en la forma en que observan las periferias, absorben (o rebaten) a autores que hasta anteayer eran los jóvenes, y a veces es posible incluso encontrar el nombre de uno en las fajas del otro.

Este grupo lleva permutando desde 2019, cuando se juntaban en un bar llamado El Clavel, en San Bernardo; de ahí se pasó al Julifer, en Lavapiés, tras la pandemia. Ahora es El Chulo. “Óscar es como Allen Ginsberg: el misterioso profeta que nos lleva por rincones oscuros”, explica Vicente Monroy, programador de la Cineteca de Madrid, poeta y autor de Breve historia de la oscuridad (Anagrama). “Nos conocimos en Twitter en 2012, teníamos un grupo de poesía con Luna de Miguel, Los Perros Románticos. Todavía somos de esa época en que la vida virtual servía para acabar en un bar con alguien”.

Por aquí ha pasado Sara Barquinero (Los Escorpiones), Anna Pacheco (Estuve aquí y me acordé de nosotros), Alejandra Arroyo (San Sebastián de los Reyes). Elizabeth Duval, quien todavía ejerce sin desgaste su ubicuidad en la escena madrileña, anda por aquí también: hay autores sin obra publicada aún, como Jorge Salanova o Alfredo Suárez Palacios (al tiempo). “Esto solo puede darse en Madrid porque en las periferias no hay salidas para este tipo de inquietudes”, razona Suárez Palacios. “Ninguno de nosotros era alguien en el mundo de la cultura”, resume Miguel Zamorano, el único madrileño del grupo, que acaba de publicar Adoración (Alba). Monroy: “Nos tuvimos que buscar entre nosotros y agruparnos”. “Muchas veces ni siquiera hablamos de lo que escribimos. Es algo más atmosférico”, alerta Carla Nyman, directora escénica y autora de Tener la carne (Reservoir). “Sería muy difícil hacerte amigo de alguien así, a quien ves por su trabajo”, añade el poeta Juan Gallego Benot (Oración en el huerto, Las cañadas oscuras). A su lado, su marido, el escritor Pablo Caldera: “El estado previo suele ser más interesante que la obra y ese estado previo es este espacio común donde nos encontramos ahora mismo”.

COMPARTIR RAÍCES 1. María Lemus, diseñadora en María Ke Fisherman. 2. Gema del Valle, Subterfuge Records. 3. Vicent Guijarro, Maquillador. 4. Manuel Guillén, NIM Salón. 5. Juan Vidal, diseñador. 6. Natalia Infantes, NIM Salón.

La fuerza centrífuga madrileña es más potente cuando menos productivo se es. Esta siguiente historia empezó en Valencia y ya es casi mitología capitalina. En los primeros dos mil, el ilicitano Manuel Guillén, que estudiaba danza, se lesionó. “Me quedé tiradísimo, sin saber qué hacer”, rememora hoy. Improvisó trabajar en la peluquería de un primo de su madre. “Empecé barriendo y al poco me vi lavando cabezas, cortando pelo, tintando”. Aquella peluquería se convirtió en su salvavidas y, al poco, en su hogar. Decidió que aquello era lo suyo. Tras una época feliz en Barcelona, se mudó a Madrid. Asociado con Natalia Infantes, fundó NIM Salón, el templo color rosa chillón que ha infundido con su capacidad para crear hogares. Es la peluquería habitual de apóstoles de la modernidad como Samantha Hudson y su mánager, Gema del Valle, de Lola Rodríguez (Veneno), María Escarmiento, Javiera Mena, la entrevistadora Mariang Maturana (La pija y la quinqui), los artífices del ocio nocturno Laura Vandall y Edgar Kerri (el local Cha Cha). Hace unos años, la artista no binaria Arca se cambió de peinado ante miles de espectadores en el escenario del Sónar: ese peluquero era Guillén (nombre artístico, Xoxoni). “A veces la gente me recuerda que NIM se conoce desde fuera de Madrid, y siempre me sorprende. Para mí es mi casa, un espacio rosa donde estamos todo el día metidos en familia. Solo que esa familia es la que es”. Y señala a la familia social que ha ido haciendo con los años, los diseñadores María Ke Fisherman, el diseñador Juan Vidal, el maquillador de estrellas Vicent Guijarro (habitual de Amaia).

El poder fusionador de NIM es su falta de pretensión: uno aquí puede charlar tanto con Carmen Machi o Julieta Venegas como con un desconocido. “¿La primera vez que alguien me habló de Samantha Hudson? Manu, mientras me lavaba la cabeza”, confiesa Del Valle, quien inició ahí una relación profesional con Hudson que ha resultado en uno de los mayores estrellatos LGTBIQ+ de la actualidad. “Manu es mágico”.

13 RÚE DEL PINCEL.  1. Raquel Sías, Galería El Chico. 2. Luis Úrculo, arquitecto y artista. 3. Berta Reino, This Side Up. 4. Javier Aparicio,  Galería El Chico, sentado en una silla Uprooted chair 02 de su vecino, Jorge Penadés 5. Isabella Machado, This Side Up. 6. Cecilia Gandarias, This Side Up. 7. Marisa Lull, actriz y profesora de interpretación. 8. Bruno Lara, This Side Up. 9. 'Chata'. 10. Clara Sancho, diseñadora.

Un último escenario. Cuando Cecilia Gandarias y Bruno Lara llegaron al edificio de Ronda de Toledo, 16, en 2019, para instalar su editorial y estudio de diseño gráfico, This Side Up, su cuadrilla de vecinos era otra. Muchos oficios típicos de La Latina. Alguna cabecera seductora (la revista Neo2 y el programa de radio Carne cruda se hacían desde allí). Un gimnasio. Poco más. “Pero, un poco por coincidencia, un poco por efecto llamada, ha ido llegando más gente”, alerta Gandarias. Hoy, en Ronda de Toledo, 16 se agrupan algunos de los nombres propios más interesantes de las artes gráficas españolas: Jorge Penadés, el artista Luis Úrculo, el estudio de Clara Sancho; las galerías de arte contemporáneo El Chico y Picnic. También las maestras de actuación Marisa Lull y Carla Calparsoro, dos fotógrafos, la agrupación Teta & Teta (también conocidos por el Instagram @molaria) y la marca de jerséis Babaà. “La gracia es que desde este edificio-colmena producimos cosas con proyección internacional”, sonríe Gandarias. This Side Up ha sido responsable en los últimos años de las campañas del Museo del Prado, además de catálogos y libros de arte.

“Era el lugar con mayor densidad de artistas que había visto. Y le da luz del norte: indirecta, dura casi todo el día, ideal para trabajar y dibujar”, explica Luis Úrculo. Clara Sancho vino atraída por el ambiente. “He conocido aquí a mucha gente con la que he colaborado”, avisa. “Yo no quería una galería sino un podcast”, rememora Javier Aparicio, de El Chico. “Fue el edificio lo que me empujó a abrir una plataforma de talento local. Este periodo de moda en que se encuentra Madrid pasará. Y cuando lleguen las vacas flacas, tener un tejido local de talentos y contactos será lo que nos haga subsistir”.

Especial Madrid de 'El País Semanal'

Esta historia forma parte de un especial dedicado a la ciudad de Madrid publicado en 'El País Semanal'.

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Sobre la firma

Tom C. Avendaño
Periodista de EL PAÍS SEMANAL. Fue subdirector de la revista ICON. Publica en EL PAÍS desde 2010, cuando escribió, además de en el diario, en EL PAÍS SEMANAL o El Viajero, antes de formar parte del equipo fundador de ICON. Trabajó tres años en la redacción de EL PAÍS Brasil y, al volver a España, se incorporó a la sección de Cultura.
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