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Qué hacer 24 horas en Alcázar de San Juan, un lugar de La Mancha que no hay que perderse

Un humedal, mastodónticas locomotoras de vapor en las calles, cuatro molinos y una taberna de toda la vida donde hacen 600 pizzas al día trazan una ruta por esta ciudad en la provincia de Ciudad Real

Qué hacer en Alcázar de San Juan

En Alcázar de San Juan hay molinos de viento y numerosos recuerdos de El Quijote y de Cervantes. Pero no es un lugar de La Mancha rústico y viejuno, sino una ciudad de servicios populosa (32.000 habitantes), con estación de tren importante —es uno de los principales nudos ferroviarios de España—, buenos hoteles y restaurantes, monumentos impecablemente restaurados y un complejo lagunar que hace frotarse los ojos a los ornitólogos porque era un vertedero hasta los años ochenta del pasado siglo y ahora es una reserva natural donde anidan aves tan raras y amenazadas como la malvasía cabeciblanca.

Con todo lo que vamos a comer, porque Alcázar de San Juan forma parte de la Red de Pueblos Gastronómicos de España, mejor empezar el día dando un paseo por el Complejo Lagunar, una reserva natural de 695 hectáreas.

8.00 Paseo alrededor de la laguna de La Veguilla

A diferencia de otras lagunas manchegas, que están secas hasta que no cae un diluvio milagroso, la de La Veguilla (1) tiene agua todo el año. Es una de las tres que forman el Complejo Lagunar de Alcázar de San Juan y la más cercana a la población: a solo un kilómetro. Lo del agua tiene truco: es reciclada, procedente de la depuradora de Alcázar y Campo de Criptana. Y también tiene truco la vegetación ribereña: los tarayes son Tamarix canariensis, que fueron plantados hace 40 años para restaurar el espacio, al igual que las alcaparras locas (Zygophyllum fabago), que absorben los metales pesados. Mientras rodeamos a pie la laguna —3,5 kilómetros; una hora o poco más—, la educadora ambiental Vicky García Navarro (647 42 74 53) explica todo lo anterior, nos ayuda a localizar las aves más curiosas —las grullas invernantes, las cercetas pardillas y las malvasías cabeciblancas— y también a identificar libélulas, mariposas y endemismos como el Limonium carpetanicum, una planta amante de la sal que bordea estas lagunas endorreicas.

Quien prefiera dar un paseo más urbano, su opción es el parque Alces (2), que es un pulmón verde grandecito, de 20.000 metros cuadrados, donde abundan las ocas y los árboles exóticos: cipreses azules, olmos siberianos, ginkgos bilobas, catalpas, palmeras… En su entrada hay una locomotora de vapor, la 030-2216, del año 1880 y 43 toneladas. Y hay otra más llamativa en el extremo contrario, donde confluyen las avenidas de Herencia y de Adolfo Suárez: la 240-2244, de 1921, que mide 20,855 metros, pesa 108.050 kilos —de ahí, que fuera conocida como Mastodonde y alcanzaba una velocidad de 105 kilómetros por hora. Estos dinosaurios de hierro son testimonio de la larga historia de amor entre los alcazareños y el ferrocarril, que se remonta a 1854, cuando la línea Madrid-Alicante se hizo pasar por aquí. En 1860 también lo haría la que iba de Madrid a Andalucía. Luego el AVE tiró por otro lado, pero quien tuvo retuvo, y por su estación siguen pasando más 200.000 viajeros al año.

9.30 Desayuno casero o chocolatero

No lejos del parque Alces, en el número 35 de la avenida de la Constitución, hay un lugar idóneo para desayunar, donde hacen cafés de especialidad, tostadas de pan de masa madre con semillas y dulces caseros: Quiero Coffee (3). Su bizcocho vegano cubierto de pepitas de chocolate es lo mejor de lo mejor.

Pero si somos muy chocolateros, entonces iremos a la céntrica calle Emilio Castelar. Aquí, en el número 48, está la pastelería La Rosa (4), que presume de tener 108 años y de contar con el Mejor Chocolatero de España 2025, Jesús Quirós, que ha sido seleccionado para defender el dulce orgullo patrio en el World Chocolate Masters de París 2026. El bombón con el que ganó el pasado mes de marzo el campeonato nacional concentra en 13 gramos un montón de texturas y sabores: crema caramelizada con chocolate rubí, compota de mango y fruta de la pasión, canela, limón y naranja. Desde entonces ha hecho 12.000 de ellos y los vende a un euro, casi todos por encargo. Si no hemos sido previsores y ya no le queda ni uno, Quirós nos recomienda probar cualquier hojaldre suyo o una sencilla bamba de nata.

10.30 En el Torreón del Gran Prior

Alcázar de San Juan se llama como se llama porque fue un alqáṣr, una fortaleza mora, y porque en ella se establecieron los Hermanos Hospitalarios de San Juan de Jerusalén, de Rodas y de Malta. El Torreón del Gran Prior (5), cuyo origen se encuentra en un antiguo palacio almohade del siglo XIII, es casi lo único que queda en pie de aquello y lo más alto de la ciudad: parece una vela roja de cumpleaños clavada sobre una torta glaseada, que ese es el dulce típico de Alcázar de San Juan y así se ve desde su azotea la población, pues la mayoría de las casas son bajas y blancas, como es de ley en La Mancha. En sus tres plantas hay un moderno museo donde se cuenta la larga película de los caballeros de San Juan o de Malta, incluido el episodio de El halcón maltés —la supuesta estatuilla de una rapaz incrustada de gemas que aquéllos regalaron a Carlos V en 1530, que se inventó Dashiell Hammett en 1929 y John Houston llevó al cine en 1941, con Humphrey Bogart en el papel estelar.

Al pie del torreón está el protagonista de otra gran película. Es Cervantes, que nació en Alcalá de Henares (Madrid) en 1547 y, 11 años después, no se sabe cómo, volvió a hacerlo en Alcázar de San Juan. Los alcazareños muestran orgullosos la pila donde fue cristianado, ahí al lado, en la colegiata de Santa María la Mayor (6), y la partida de bautismo de un tal Miguel, hijo de Bias de Cervantes y de Catalina López, fechada el 9 de noviembre de 1558, con una nota marginal de 1748 que indica: “Este fue el autor de la historia de Don Quixote”. La verdad es que, de haber nacido en 1558, Cervantes no habría perdido la movilidad de un brazo en la batalla de Lepanto (1571), sino el biberón. No se puede tachar de ilusos a los alcazareños. Después de todo, el hijo más famoso del escritor, Don Quijote, lo es por haber visto lo que nadie más en el mundo: gigantes en lugar de molinos, castillos en vez de ventas y a una princesa afincada en El Toboso.

12.00 Más recuerdos de Cervantes

En la plaza de Cervantes (7) hay un monolito con la efigie del escritor y una placa de cerámica que dice: “En una casa situada en este mismo lugar nació Miguel de Cervantes Saavedra”. No queda ni rastro de tan señalada vivienda, pero hay otra en la ciudad donde, echándole más fantasía, podemos imaginarnos a Alonso Quijano. En la Casa del Hidalgo (8) hay lanzas en astillero, adargas y yelmos para disfrazarnos de caballeros andantes. Es un museo muy interactivo y divertido, pero, al tiempo, muy serio, pues ocupa la antigua Casa del Rey, que fue residencia del gobernador de la Real Fábrica de Pólvora de Alcázar de San Juan desde el siglo XVI, y se conserva tal cual, con su patio de columnas, su bodega, su aljibe y sus mil cacharros a mano, para que uno vea y palpe cómo era la vida cotidiana en La Mancha en la época de Cervantes.

Otro intenso recuerdo cervantino, que además de verse y tocarse, se saborea, es el Guiso de las Bodas de Camacho, un menú que todos los restaurantes de la ciudad ofrecen el último fin de semana de noviembre por 22 euros. El guiso consta de gallina de corral y bolas de relleno —pan rallado, huevo, perejil y jamón— y, como no es nada grasiento ni pesado, le preceden unos entrantes —lomo de orza, chorizo y queso manchego— y le siguen la típica bizcochá —torta de Alcázar empapada en leche, con limón rallado, azúcar y canela—, un mantecado y una mistela. El menú también incluye “vino hasta hartar”, como dice gráficamente Víctor García Chocano, el tabernero al que se le ocurrió hace 25 años este ágape quijotil y el que lo hace mejor y lo sirve con más gracia.

14.30 Las Cancelas, una taberna-pizzería

Las Cancelas (9), el restaurante de Víctor García Chocano, está decorado con platos de Talavera, juguetes antiguos y cien recuerdos del club de sus amores, el Real Madrid. Vamos, que es una taberna pintoresca y el sitio ideal para zamparse en noviembre el guiso. Curiosamente, el resto del año es una exitosa pizzería, donde hacen 600 masas al día. La pizza La sonrisa de don Quijote, con queso manchego y membrillo, está muy rica, pero la De mi tierra, con carne de cordero y pistachos, lo está más.

Una propuesta gastronómica más elaborada se hallará en el restaurante La Rabiosa (10). Los pistachos de kilómetro cero de Ecomancha fermentados con miel en la olla coreana Ocoo que ofrecen de aperitivo son una buena demostración de lo que aquí hacen y son capaces. Pero al ver la vajilla en la que sirven algunos platos solo se nos ocurre un adjetivo: chanante. Por ejemplo: el curri rojo de caldereta de cordero lo presentan en la cabeza hueca de un Don Quijote que, al sentir el picante, echa humo por las orejas.

Una comida más sencilla y ligera, a base de calamares, huevos rotos, conservas premium y buenos vinos, se puede disfrutar en el bar La Viña E (11), en la plaza de España.

17.00 Los cuatro gigantes del cerro de San Antón

Rocinante, Dulcinea, Barcelona y Fierabrás. Tales son los nombres de cuatro gigantes de brazos largos —“algunos de casi dos leguas”, como decía flipando Don Quijote— que dominan la ciudad desde el cerro de San Antón (12). El último molino mueve las aspas en fechas señaladas para reproducir una molienda tradicional y puede visitarse todo el año (viernes, sábados y domingos) para admirar su monstruosa maquinaria y el inmenso panorama del Campo de San Juan. Este sí que es gigante. Hay que tener cuidado con el coche, porque la carretera es estrecha y suben y bajan por ella muchos ciclistas.

En el Granero de las Monjas, donde las clarisas del convento de San José almacenaban el cereal antes de subirlo al cielo de los molinos, está instalado el museo de la Alfarería Manchega (13), donde pueden verse 150 piezas de formas y nombres bien curiosos: alcabuces, botijas, ollas vidriás, tenajas… Curioso también el oficio de los lañaores, que iban de pueblo en pueblo reparando cacharros rotos de barro con lañas (grapas de metal) y, aunque una cosa no tuviera nada que ver con la otra, arreglaban paraguas. Pero lo más curioso del museo y lo que atrapa todas las fotos es un burro de cerámica rosa que porta varios cántaros en unas aguaderas de esparto.

18.30 Tortas, quesos, vinos y cabezudos

Hora de comprar cosas ricas para llevar a casa. Las tortas de Alcázar, las auténticas, las hacen por la mañana en Las Canteras 1850 (14) y las venden a todas horas en todas partes. Antonio Carrazoni y sus cuatro empleados elaboran 12.000 cada día. También podemos visitar la fábrica de Quesos Don Miguel (15), comprar el semicurado de vaca, cabra y oveja —bueno y barato— y probar uno exquisito que están testando: el de oveja con aceite ahumado de arbequina y pétalos de rosa. Y habrá que probar y comprar algún vino, porque el de este municipio es el tercer viñedo más extenso de la DO La Mancha. Ángel Ortega, gerente del consejo regulador, nos habla de un blanco que le pirra: el Airén Gran Prior de la Alameda. Y de un tempranillo excelente que hacen en el vecino Campo de Criptana: El Vínculo Reserva.

Aunque son carillos y difíciles de transportar, merece la pena echar un vistazo a los gigantes y cabezudos que hace el artesano Enrique Redondo y también a su casa-taller, porque está construida con tres antiguas tinajas de vino de 16.000 litros, como si allí viviera un hobbit manchego. Hay que llamar antes (666 71 44 40), por supuesto. En cambio, no hay que llamar para curiosear en dos tiendas antiquísimas de la calle Emilio Castelar: Casa Escudero (16), “el almacén de La Mancha”, según dice el rótulo, de 1900; y Moisés Mata (17), librería, papelería e imprenta desde 1925, en un edificio precioso.

21.00 Parada y Fonda

Parada y Fonda (18) se llama el mejor restaurante de la ciudad, un establecimiento joven con mucho ventanal, cocina a la vista y decoración que recuerda a los trenes Talgo de los años cincuenta. Los callos melosos picantes y el flan de leche de oveja son suculentos a más no poder, dos humildes obras maestras de Carlos Carpintero. También podemos cenar, y tomar algo después, en la vermutería La Lagarta (19), en La Quintería (20), en Cartelera Gin’s (21) y, ya solo beber, en Rebel Rebel (22).

Y para descansar, en Alcázar de San Juan el descanso espera en dos buenas opciones: el hotel Intelier Airén (23), moderno y confortable junto al parque Alces, y Casa del Médico (24), un hotel boutique en la que fue casa de Magdaleno García Alcañiz y Negrillo (1856-1926), doctor alcazareño famoso por sus acertados diagnósticos a simple vista y porque lo primero que hacía al visitar a un enfermo era abrir las ventanas y ventilar. La suite fue un laboratorio de medicina.

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