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Todo lo que esconde El Salvador: de albergar la “Pompeya de América” a ser el nuevo paraíso del surf

El país de Centroamérica cuenta con tres bazas indiscutibles para atraer al viajero: sus volcanes, sus yacimientos arqueológicos mayas y sus excepcionales playas. Sin olvidarnos de su gastronomía y su fauna

El Salvador turismo

Hasta la fecha, El Salvador era un destino casi ignorado por el turismo más convencional. El más pequeño de los países centroamericanos, con apenas 21.041 kilómetros cuadrados (un poco menos que la provincia de Badajoz o que la Comunidad Valenciana), ha empezado a despuntar en los últimos años como alternativa a otros rincones más saturados. Con una interesante cultura prehispánica y una naturaleza volcánica tan impresionante como la de sus famosos destinos vecinos (Guatemala, Costa Rica...), El Salvador permanecía en la sombra hasta que llegaron las primeras celebrities de todo el mundo en busca de un rincón discreto para pasar sus vacaciones y de buenas olas para surfear.

El Salvador cuenta con tres bazas indiscutibles para atraer a los viajeros: sus volcanes, sus yacimientos arqueológicos mayas, algunos tan excepcionales como la Joya de Cerén (conocida como “la Pompeya de América”), y sobre todo, sus excepcionales olas: estamos en el nuevo paraíso internacional del surf, más auténtico que ningún otro rincón de la costa del Pacífico.

Tras unos años convulsos, el país es ahora seguro, las carreteras son buenas (mucho mejores que en los países vecinos) y se puede disfrutar con tranquilidad de su naturaleza, playas salvajes, paisajes volcánicos, zonas termales, restos arqueológicos mayas e incluso de uno de los mejores cafés de América. Entre las mayores ventajas del país está su tamaño, pequeño y accesible, de forma que podemos despertarnos en su capital, visitar parques naturales por la mañana, hacer surf a media tarde y regresar para cenar en San Salvador. Todo está cerca y es cómodo. En pocos kilómetros se cambia de paisajes de forma total: desde las cálidas playas del Pacífico, hasta las elevadas cumbres de la cordillera del Bálsamo.

Pese a todo, sigue siendo uno de los diamantes en bruto de la región, con una apuesta casi revolucionaria por el turismo sostenible. Los primeros en regresar, tras años de violencia, han sido los surfistas: sus olas son perfectas para cualquier época del año y, de hecho, la Asociación Internacional del Surf ha escogido el país en varias ocasiones para sus campeonatos mundiales. Conviene ir antes de que se ponga de moda.

Una capital desconocida presidida por una biblioteca ultramoderna

Son muy pocos los viajeros que confesarán conocer San Salvador, pero la capital es sin duda el mejor lugar para comenzar a recorrer el país y es perfecto tomarla como referencia: desde aquí todo está cerca y bien comunicado, incluso las olas.

San Salvador es un muestrario de la cultura, la identidad y la diversidad salvadoreña, que se resume muy bien en dos museos: el MUNA y el MARTE. El primero es el Museo Nacional de Antropología Dr. David J. Guzmán (MUNA), donde se recorre la historia del país, desde la época prehispánica hasta la actualidad. El complemento es el Museo de Arte Moderno (MARTE), donde se muestra el arte salvadoreño desde el siglo XIX hasta la actualidad. En el mismo MUNA podemos también probar una faceta interesante de la cultura del país, la gastronomía, ligada a la etnología: su restaurante El Xolo es un homenaje al maíz criollo y a los productos locales, donde los nuevos chefs de moda trabajan con ingredientes de comunidades indígenas salvadoreñas, consiguiendo una versión muy original.

El Centro Histórico de la capital está rehabilitándose muy rápidamente y allí todo gira en torno a la plaza Gerardo Barrios, donde se alzan sus edificios más clásicos y simbólicos que conviven con el nuevo icono del país: la Biblioteca Nacional (BINAES), abierta hace unos años como un símbolo cultural y de innovación tecnológica. Este espacio cultural, abierto las 24 horas del día todos los días del año, se ha convertido en la punta de lanza de la renovación de país: una biblioteca ultramoderna frecuentada a todas horas por niños y adultos, que disfruta de conexión de internet 5G, biblioteca y cineteca, salas de realidad virtual, laboratorios de robótica… Todo, en seis pisos adaptados a diferentes grupos de edad e intereses.

En Barrios están también la catedral Metropolitana y el palacio Nacional, un edificio del siglo XIX que sustituyó a otro más antiguo, arrasado en un incendio. También clásico, de lo poco que queda en pie, es el Teatro Nacional, el más antiguo de Centroamérica. Fue construido por un arquitecto francés en 1917 y no le faltan toques afrancesados de diversos estilos (renacentistas, romántico o Art Nouveau) que le convierten probablemente en el edificio más bonito de la ciudad.

Foto aérea nocturna de la catedral Metropolitana de San Salvador, en la plaza Gerardo Barrios.

A pesar de los terremotos, que han destruido a menudo sus edificios y calles, San Salvador tiene un centro urbano agradable que se renueva a marchas aceleradas y que se complementa con otros barrios de moda, más residenciales, como Antiguo Cuscatlán, la zona del centro comercial Multiplaza, muy cerca del cual está uno de los templos más visitados e icónicos de la ciudad, el de San Salvador, y también el enorme parque del Bicentenario. La última muestra de la renovación urbana del centro histórico es el mercado de San Miguelito, que se acaba de inaugurar, un inmenso centro de 45.000 metros cuadrados, donde se reunirán miles de vendedores de artesanía, puestos de comidas y otros negocios. Y con una inmensa azotea para contemplar las mejores vistas de la ciudad.

Renovación gastro: del pupusódromo hasta la alta restauración

Sin ser El Salvador especialmente reconocido como destino gastronómico, cada vez se valora más la fusión de sabores y productos, que tiene como referencia inevitable la famosa pupusa. Es una tortilla de maíz rellena de lo que sea: queso, chicharrón, frijoles o loroco, y que se sirve con salsa de tomate y encurtido. Las hay por todas partes, desde los más humildes carritos hasta los restaurantes de categoría. La otra gran comida popular es la yuca con chicharrón, que no es otra cosa que yuca frita con trozos crujientes de cerdo, servida también con salsa de tomate.

La bebida local es la horchata, una mezcla de arroz, canela y vainilla. De postre, los tamales de elote, una especie de maíz dulce, o los nuégados, fritos y con toque azucarado. Otros productos imprescindibles en la mesa salvadoreña son el loroco (que se usa para todo), el chipilín, una hierba para salsas, o el atol de elote, una bebida caliente. Todo muy sencillo, pero va ganando en sofisticación en algunos restaurantes del país.

Pupusas tradicionales de queso.

El mejor lugar para probar las omnipresentes y populares pupusas es lo que los salvadoreños llaman el Pupusódromo, en Olocuilta, en la carretera entre el aeropuerto y el centro histórico. Allí hay más de una veintena de puestos donde probar por poco dinero todos los rellenos imaginables de esta imprescindible tortilla gruesa de maíz (también las hay de arroz o yuca).

Para ir sobre seguro o para descansar de los platos locales, encontraremos un remanso de buena cocina internacional y sofisticada en cualquiera de los restaurantes del Real InterContinental San Salvador, el mejor hotel de la ciudad, cerca del centro histórico y perfecto como base para recorrer el país en excursiones de uno o dos días. Aquí están dos de las mejores propuestas para comer: el que es sin duda el mejor restaurante asiático de la ciudad, Nau, y, si optamos por la carne, el Faisca do Brazil (especializado en “rodizio”).

Como tercera opción gastronómica, está la avenida del Hipódromo, en la zona de San Benito, una elegante calle donde se suceden los restaurantes de nivel, especialmente el Brutto, o incluso un español, Donde Mikel, por si nos invade la nostalgia.

Volcanes cercanos y baños en un cráter: El Boquerón y Coatepeque

Muy cerca de la capital, a los salvadoreños les encanta ir a pasar el día a Los Planes de Renderos. Si queremos conocerlos en familia, no hay más que ir a este popular espacio y unirnos a ellos caminando por los senderos, montando en bicicleta, asomándonos a los miradores o comiendo pupusas o riguas en sus restaurantes informales.

Al otro lado de la ciudad está una de las reservas naturales más importantes del país, el Parque Nacional El Boquerón, casi un oasis presidido por el cráter del volcán de San Salvador, a 1.800 metros de altitud, al que se deben gran parte de las destrucciones periódicas de la ciudad. Treking, caminatas en la naturaleza recorriendo este cráter de 1,5 kilómetros de diámetro y mucha vida silvestre a simple vista. El volcán es impresionante, con 110 km cuadrados divididos en tres partes: El Picacho, su punto más alto; El Boquerón, el cráter; y El Jabalí.

El volcán de Santa Ana, también conocido como Ilamatepeq, un destino muy popular entre amantes del senderismo.

La naturaleza volcánica del país deja su cicatriz también en otro de los lugares más interesantes (y visitados) del país: el volcán de Santa Ana, el Ilamatepec o el Izalco (apodado como “El faro de América”), y sobre todo su lago volcánico, el Coatepeque, que significa en náhualt “Cerro de Culebras”. El lago se formó en una gran erupción volcánica hace miles de años y cuenta con dos pequeñas penínsulas (Los Anteojos y la Isla del Cerro) donde los indígenas pipiles construyeron un templo y un monolito a la diosa Itzcueya. Hoy los salvadoreños lo frecuentan mucho para observar aves, practicar el ciclismo, la pesca, el buceo o el kayak, para disfrutar de sus aguas termales naturales o para asomarse a sus miradores y disfrutar de una espectacular vista al lago volcánico.

Joyas arqueológicas inéditas y una Pompeya en Centroamérica

Una de las mayores sorpresas de El Salvador es su pasado precolombino y las rutas arqueológicas que llevan hasta sitios como la Joya de Cerén, conocida como la “Pompeya de América”: una erupción volcánica del volcán Loma Caldera, en el año 650 d.C., detuvo el tiempo y sepultó completamente la ciudad bajo más de cinco metros de cenizas. Se puede conocer cómo era la vida cotidiana de los mayas en esta región, pero también detalles sobre su religión, su artesanía, la agricultura... Se sabe, por ejemplo, que los agricultores, tras una dura jornada de trabajo, se relajaban en la sauna. Lo que no se han encontrado son cadáveres humanos, por lo que se deduce que pudieron huir a tiempo. Por su espectacular estado de conservación, La Joya de Cerén fue declarado Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO en 1993.

Y Cerén no es el único yacimiento que merece la pena: Chalpuapa impresiona con su arquitectura monumental, con unas imponentes pirámides. O San Andrés o Cichuatán, famoso sobre todo por su ron, con todo el esplendor de las culturas mayas, que pueden ser paradas de una ruta arqueológica de lo más interesante y desconocida.

Yacimiento maya de Joya de Cerén, conocido como “la Pompeya de América”.

Otra de las joyas arqueológicas que merece la pena descubrir es el Parque Arqueológico de Tazumal, a 80 kilómetros de la capital, en una zona que reúne varios sitios (Pampe, El Trapiche, Las Victorias, San Francisco, Nuevo Tazumal, Casa Blanca…). Fue el escenario de un importante y sofisticado asentamiento maya entre los años 100 y 1200 d.C., donde desarrollaron una cultura propia con influencias de los diferentes pueblos de la zona, desde los mayas a los toltecas. En la zona de Tazumal se han encontrado desde vasijas hasta joyas de jade, cerámicas o piezas del juego de pelota, que muestran la relación con las diferentes culturas prehispánicas. Pero la joya de todos los hallazgos fue la llamada Estela de Tazumal, una escultura de 2.65 metros de altura y 1.16 de ancho.

Un poco de arquitectura colonial: la Ruta de las Flores

Además del pasado maya, El Salvador conserva rastros de su herencia colonial española, sobre todo en la región occidental, que se puede recorrer siguiendo un itinerario por cinco pueblos conocido como La Ruta de las Flores, que enlaza rincones como Nahuizalco, uno de los centros indígenas más importantes del país y con el mercado nocturno más impresionantes. O como Ataco, un pueblo pintoresco de calles empedradas, casas de colores intensos y con una tradición artesanal y artística en forma de tiendas de artesanía o murales coloridos. Otra parada es Juayúa, famosa por su iglesia del Cristo Negro y un mercado de fin de semana donde se pueden probar los productos locales y los platos más típicos. Más adelante, Ahuachapán es parada obligada por el Balneario de Santa Teresa, de aguas termales, y por las calles adoquinadas del centro histórico, con edificios coloniales bien conservados. Como lo son también los de Apaneca, un pueblo colonial rodeado de montañas y cafetales que invitan a ser descubiertos caminando, en bici o haciendo un recorrido por las fincas cafeteras.

Ataco, un pueblo pintoresco de calles empedradas y casas de colores intensos en El Salvador.

No todos los pueblos coloniales están en esta Ruta de las flores. Suchitoto es posiblemente el lugar con mayor tradición colonial, con edificios bien conservados que nos trasladan a otra época, como la iglesia de Santa Lucía o el teatro, de clara influencia española. Los artistas locales han formado aquí una comunidad en torno a sus talleres y galerías. Suchitoto está a orillas del lago Suchitlán, así que se puede combinar la visita con paseos por el entorno natural.

Ecoturismo de interior La Palma, Chalatenango, y El Pital

Suchitoto está camino del interior rural, donde pocos turistas llegan, pero sí muchos locales que se animan a practicar el ecoturismo rural. Apenas hay una hora de camino desde la capital hasta Chalatenango, y un poco más allá, La Palma y El Pital. La Palma es el mayor pueblo artesanal del país, un centro turístico en plena montaña, que es también la cuna del más famoso de los artistas salvadoreños, Fernando Llort. Muy cerca está Miramundo, parte de un cerro envuelto en un bosque nebuloso, que es el lugar más frío del país.

Para ir a la parte más alta del país tendremos que llegar a El Pital, en la frontera con Honduras, envuelto en un bosque húmedo, donde los más aventureros practican la acampada y el ecoturismo, la observación de flora y fauna y el senderismo.

Alfombra de nubes sobre el cerro Eramón, en Chalatenango.

Aves, tortugas y ballenas, listas para avistar

Las ballenas se han convertido en una de las atracciones más llamativas para quienes recorren el país. Por ejemplo, en Los Cóbanos, un pueblo de pescadores en el occidente de El Salvador, donde cada año se acercan los cetáceos en su escala anual, entre noviembre y abril, antes de seguir en su ruta migratoria desde Alaska hasta Ecuador.

Otra experiencia interesante es el desove de tortugas, que ocurre en muchas de sus playas, como las de San Diego, Los Cóbanos y Jiquilisco. Aquí, las tortugas marinas se acercan por la noche a las cálidas arenas para poner sus huevos bajo la luz de la luna.

Cría de tortuga marina en El Salvador.

Y están por supuesto las aves: más de 500 especies se pueden avistar de forma ocasional o permanente en El Salvador, pero hay lugares convertidos en meca para el turismo ornitológico, particularmente en la Bahía de Jiquilisco, una zona de litoral formada por una red de esteros y canales que se llenan de vida con las muchas aves que pueden ser contempladas en un paseo en lancha a través de un verdadero bosque de manglares salinos. Solo aquí hay más de 280 especies, algunas raras de ver o en peligro de extinción, como el ostrero americano, el chorlito de Wilson o la garza cucharón.

El oriente salvaje y Surf City: el imperio de las olas

Si hay algo en lo que El Salvador deposita su esperanza para atraer a los viajeros son las impresionantes olas del océano Pacífico, en una costa de más de 300 kilómetros, que tiene la ventaja de ser muy accesible desde la capital. Hay más de 60 lugares para surfear en el llamado Oriente Salvaje, que abarca la parte central de la costa, desde playa Las Flores, en San Miguel, hasta el golfo de Fonseca y sus islas de La Unión.

La costa salvadoreña se ha convertido en meca del surf sobre todo gracias a Surf City, un proyecto para promover el surf internacionalmente. Se han ido mejorando las infraestructuras (carreteras, accesos a las playas, alojamientos, servicios turísticos...), pero intentando poner el foco en la sostenibilidad y en entorno natural, que aquí está todavía poco alterado.

Una persona surfea en la playa de El Tunco, El Salvador.

El destino más codiciado en esta costa observada desde tierra por las cumbres volcánicas es El Tunco, así llamado por el nombre de la enorme roca que vigila las aguas y que se refleja en los fondos azules y en el blanco de la espuma de sus aguas. Sus arenas son negras, flanqueadas por mangos y palmeras, y sus calles son las de un destino joven y surfero, con puestos de tablas, tiendecitas de artesanías, vendedores de cocos, bares y fachadas pintadas por artistas urbanos. Pero es el surf quien domina todo, menos por la noche, donde lo suyo es presenciar una de las mejores puestas de sol del Pacífico o tomar algo en alguno de sus bares. El Tunco está a solo 45 minutos de la capital, así que es también perfecto para una escapada.

Más allá de El Tunco, hay otras playas más tranquilas: Sonsonate, La Libertad, La Paz y El Sunzal. Aquí la oferta gastronómica es amplia pero un buen sitio para probar su pescado y marisco es el Mercado del Mar de la playa de la Libertad donde se pueden comprar piezas frescas en los puestos que ponen los pescadores junto a sus barcas de colores, o en los restaurantes con música donde se pueden probar frescos. Y por supuesto, pupusas por todas partes. En la misma zona, un sitio delicioso para probar marisco y pescados es Hola Beto’s, frente a unas puestas de sol espectaculares.

Puesta de sol en la playa de El Tunco.

Pero a lo que venimos aquí es a surcar olas, y allí están algunas de las mejores del mundo, como la más famosa, la de El Sunzal, donde empezó todo: rodeada de cafetales, lagos y volcanes, y con la ola más consistente del país, con ondulaciones de tamaños impensables. Aquí se forjó la cultura del surf salvadoreño, cuando apenas iba gente a surcar las olas.

Según los expertos, algunas de las mejores de la costa salvaje son la de Punta Roca, que rompe de derechas. O la de Las Flores, otro rompiente precioso, con una ola larga, de derechas, tubos grandes y giros grandes. Los expertos destacan también Punta Mango, una ola interesante, con un poco de arena, sin grandes hoteles o lugares de ocio, así que está menos concurrida, más natural; y el Zonte, con olas muy diferentes, de izquierdas o derechas, que lo hace perfecto para entrenar. Otra ola perfecta es La Bocana, tal vez la mejor de izquierdas del país.

Días de pesca y calma en el Golfo de Fonseca

También en la costa, pero mucho menos visitado que Surf City, el Golfo de Fonseca es una de las zonas de ocio junto al mar en la que encontraremos más locales que turistas. También allí hay olas estupendas, como las de San Miguel o La Unión, pero, sobre todo, una serie de islas volcánicas, como Meanguera, Conchagüita o Zacatillo, a las que muchos van a pasar el fin de semana para pescar y pasar unos días tranquilos en familia en playas casi desérticas, comiendo buen pescado recién sacado de Pacífico. Tal vez el lugar más popular de la zona es el mirador de Conchagua, desde el que se contempla el Golfo y las montañas, y como playa, las de la isla de Meanguera, de arena volcánicas y rodeadas de abundante vegetación. Un buen lugar para tomar como base de la visita puede ser el Comfort Inn La Unión, un hotel muy confortable y sobre todo, con unas estupendas vistas al Golfo de Fonseca y al volcán de Conchagua.

Barcos pesqueros con el volcán de Conchagua y el cerro Cacahuatique como telón de fondo, en El Salvador.

Un paseo para los muy cafeteros

A pesar de su tamaño, El Salvador tiene una de las mejores producciones de café de Centroamérica y este cultivo es una parte fundamental de su cultura. Incluso existe la llamada “Ruta del Café”, que reúne algunos de los mejores rincones del país marcados por su cultivo y su degustación. Se trata de que los visitantes puedan conocer las zonas cafeteras, participar en ciertas temporadas de los procesos de producción del café y también disfrutar al final de una buena taza de café. La mayoría de los cultivos están a altitudes superiores a los 900 metros y predomina el cultivo artesanal, en suelos de origen volcánico. Recorrer los senderos del café permite además disfrutar del paisaje, en medio de los cafetales, con vistas al lago de Coatepeque o el volcán de Izalco, con la posibilidad de observar aves, reconocer las artesanías locales o probar algunas de las especialidades de la gastronomía local.

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