Sercotel Gran Bilbao, luminosidad bilbaína

Habrá quien piense que este hotel de apariencia pulcra, luminosa y moderna se encuentra fuera del centro histórico y algo lejos de los principales atractivos turísticos de Bilbao. Pero en verdad que basta con descender unos diez minutos por la calle Atxuri para zambullirse gozosamente en el entramado pintoresco de las Siete Calles, donde se arraciman la catedral, la iglesia de San Antón, el museo arqueológico y el mercado de la Ribera, transformado recientemente en un espacio gastronómico único de 10.000 metros cuadrados, una de las mayores superficies comerciales cubiertas de Europa.

Detrás de una fachada de ventanas asimétricas se abre un vestíbulo diáfano y polivalente, muy a la moda, que permite a la clientela deambular por los diferentes espacios sin rigidez. Instalaciones impecables que facilitan, según los diferentes momentos del día y sus múltiples ambientes, el descansar, el conversar, tratar de negocios, picotear, ir de copas… Todo al cuidado, siempre solícito, de una plantilla muy bregada en la hotelería profesional. Un servicio pródigo en atenciones y cercanía al huésped, ya sea corporativo, ya proveniente de los planes del Imserso, bajo la batuta joven y dinámica de Jorge Álvarez.

Quienes pretendan algo más que un tentempié en la zona de cafetería pueden bajar a la planta menos uno, donde funciona un restaurante de calidad muy superior a lo esperado. Estamos en Bilbao y aquí es difícil comer mal en ningún lado.

El despliegue de instalaciones continúa en unos salones de reuniones con distintas capacidades y atmósferas. Grandioso es el auditorio, donde se celebran conciertos y espectáculos musicales ambientados con una iluminación led de colores variables a tono con la identidad corporativa de cada evento.

La hora de la ducha

Las 204 habitaciones también convencen por su amplitud, su excelente estado de conservación y, sobre todo, por su luminosidad, un factor importantísimo en Bilbao. No faltan los adminículos de aseo convencionales, ni un acceso wifi gratuito. Quizá resulte en exceso intenso el verde oliva que bruñe la pared de los cabeceros, así como el efectismo visual de las luminarias sobre la cama. Pero la ducha se sobrepone a esta exaltación del color con un chorro disperso y abundante. Uno se pasaría aquí las horas muertas bajo el agua. O la vida entera entre las manos de un masajista concertado previamente en la recepción del hotel.

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