El manejo del tiempo
En la hipercomunicación y la prisa no puede existir un equilibrio sostenible


Lo peor que le puede pasar a la lucha por la ecología es dejarse engatusar por los guiños cosméticos. Ya lo vimos con la pelea por la cooperación internacional, que fue gastada por un acercamiento banal, que acabó de golpe cuando llegó la crisis. Otro mundo no era posible, pero sí otra camiseta y otra pegatina y diversas naderías con apóstoles de usar y tirar, que hicieron caja y desaparecieron del mapa con la recaudación. Las angustias para traer del otro lado del Atlántico a la joven Greta a tiempo para la Cumbre del Clima que tendrá lugar en Madrid han tapado toda conversación inteligente sobre el asunto. La primera contradicción consiste en ver esa ciudad donde sus gobiernos locales han decidido desmontar los pocos avances dados en salud del aire y restricciones a la contaminación ofrecerse de anfitriona ideal sin que se les caiga la cara de vergüenza a sus actuales responsables. Más importante aún es comprobar que una generación joven y motivada no es capaz de empujar a sus mayores a una concienciación sobre el asunto. El voto reciente en Murcia, tras la afrenta ecológica del mar Menor, es entristecedor. Puede que la principal traba resida en sus propias incoherencias vitales. No se trata de hacer del viaje de Greta una ridícula epopeya, sino de entender que es el uso que hacemos del tiempo lo que está reñido con lo sostenible.
De una manera algo desmesurada e impráctica, se ha puesto el acento sobre la propensión al vuelo comercial. Pero es la explotación insana del mercado turístico lo que debería corregirse. Y, sin embargo, ahí los primeros contribuyentes al atasco son los propios jóvenes. Sin olvidar la desmesura de un comercio de la inmediatez que ya ha destrozado el tejido comercial de nuestras ciudades. Los pequeños negocios languidecen ante la fortaleza de la compra por Internet. Un modelo dañino y reaccionario que prima a los monopolios sobre la distribución de la riqueza. Sin esa distribución es imposible aspirar al equilibrio ecológico. Porque la primera norma para salvaguardar la naturaleza que nos rodea es evitar que la necesidad nos convierta en depredadores sin freno. El destrozo en nuestro país nace de la presión para no regular; es ahí donde el dinero se hace dueño de todas las motivaciones y lo mismo da cargarse un mar o una montaña si se promete empleo y beneficio. En la extrema necesidad no hay mesura ni autocontrol, solo urgencias.
Más de 8.000 vehículos de reparto de Amazon entran cada día en el centro de Madrid para satisfacer el ansia desenfrenado de comprar barato y de inmediato. Son agentes de la contaminación y el colapso que se teledirigen en la distancia irresponsable por nuestra acción de consumo. Es ahí quizá donde los jóvenes deberían arrancar su reflexión. En la hipercomunicación y la prisa no puede existir un equilibrio sostenible. Lo quiero ahora, lo quiero ya, lo quiero más barato que en ese otro punto de venta donde se suman al precio los derechos laborales, los buenos materiales y la atención al cliente. Es la comida rápida, la compra compulsiva, el evento impuesto frente al criterio personal, el visionado por impacto y la aceleración desmedida del tiempo íntimo la que corrompe toda emoción de lucha. Queda pues el lema gracioso, la chapa en la solapa y poco más como toda victoria del movimiento.
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