Tres días
Muchos franceses no han visto diferencia entre Le Pen y Macron porque carecen de inteligencia ética


El sábado fue jornada de reflexión y reflexionamos: ¿Cómo es posible que aún existan comunistas, fascistas y nacionalistas en un país civilizado? Después de setenta años sabemos ya con todo detalle sus crímenes, su inevitable deriva totalitaria, su profundo arcaísmo. No son ni de derechas ni de izquierdas, son del exterior de la democracia y conducen a décadas de infelicidad, crímenes y sumisión. En Francia han resucitado los tres cadáveres. También en España, aunque con diversos disfraces. Hay algo profundamente psicótico en ese deseo de ser conducido y anulado.
El domingo era el día de la votación. En un país donde obreros comunistas y burgueses fascistas ya se han unido y no engañan a nadie, sólo quedaba la amenaza de la abstención. ¿Verdaderamente era honrado abstenerse en esas circunstancias? Es la célebre equidistancia catalana o la indiferencia vasca ante los asesinatos. Muchos franceses no han visto diferencia entre Le Pen y Macron porque carecen de inteligencia ética. A las 20.00 sabíamos que la abstención había sido la más elevada desde 1969. Un síntoma preciso sobre la debacle moral del país. También nos enterábamos, gracias a las encuestas belgas, de que había ganado Macron por 65 a 34. Parece un triunfo, pero no tanto. Ese 34% de votantes fascistas en Francia, el doble que en la última elección de presidente, es un desastre. Macron está solo. No le siguen masas de furiosos obreros y campesinos. La formación de su primer gobierno será la clave para adivinar si tiene posibilidades de ganar las inminentes elecciones. Es allí donde le espera Le Pen con su cocktail molotov.
El lunes felicitábamos a Albert Rivera que ahora tienen un padrino poderoso. Y el martes leemos “Le Pont Mirabeau” de Apollinaire.
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