Tontas listas
Demasiadas mujeres dejamos que los hombres nos saquen las castañas del fuego y luego queremos ser dueñas de nosotras mismas


Rosalía Iglesias es una señora muy vistosa, mayestática y consciente de sí misma que sale de vez en cuando en los telediarios. Da gloria verla en esos planos en bucle tan del gusto de los programas de actualidad rabiosa, esquivando cámaras y micros con el vaivén de su pelazo, su bolsazo, sus gafazas de ir de incógnito y el aire de aquí estoy yo porque he venido de las muy divas de la vida. De esa guisa, espalda erecta y testa altísima, la hemos visto entrar y salir de su casa en el Madrid más pijo, ir a ver a su marido al presidio entre mujeres de camellos y acudir al juzgado por el proceso contra su esposo, Luis Bárcenas, y ella misma por fraude y blanqueo, en el que se le piden a ella 24 años de cárcel. Antes muerta que sencilla.
Con todo, lo que más me fascina de la doña es su cara de no me puedo creer lo que me está pasando, te lo juro, o sea. Si ella solo acompañaba a su esposo al banco, como está mandado. Si ella solo firmaba lo que él le ponía por delante, como han hecho las señoras toda la vida. Si a ella, y le parece “una estupidez decirlo”, todo lo que hace ese hombre le parece divino. Si ella, en fin, es la esposa modelo. Entendiendo perfectamente la doctrina Rosalía —conozco a unas cuantas de todos los estatus, y una misma no sabía ni leer las facturas hasta ayer mismo—, la conclusión es demoledora. “No soy tonta”, se ha excusado Iglesias en el banquillo sin que nadie se lo pidiera. Por supuesto, nadie lo duda. Pero, entre la confianza ciega, la obediencia debida, la cooperación necesaria y la ignorancia deliberada —como sé la respuesta, no pregunto y ya trinco yo también, si eso— hay cien términos medios. Sumisas, subsidiadas, subalternas, comodonas, confiadas o cómplices. Demasiadas mujeres dejamos que los hombres nos expliquen todo, nos lleven las cuentas y nos saquen las castañas del fuego, y luego queremos ser dueñas de nosotras mismas. En el pecado llevamos la penitencia.
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