Tibieza española con Rusia
El Gobierno solo ha reaccionado tras las protestas de la OTAN en el asunto de la flota rusa camino de Siria

Ha sido ante las protestas de sus aliados en la OTAN, secundadas por muchas organizaciones humanitarias, y no a iniciativa propia, que el Gobierno español ha tomado medidas para evitar el bochorno provocado por la escala técnica en Ceuta de la flotilla rusa que se dirige a las costas sirias a reforzar las operaciones militares de El Assad.
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Es cierto que constituye una práctica regular el que buques de guerra rusos reposten en Ceuta —ciudad española que, por cierto, no está bajo el paraguas protector de la OTAN— y que cuando Moscú solicitó el permiso origen de la polémica era imposible saber que los navíos iban a acompañar al portaviones Almirante Kuznetsov camino de Siria. Así mismo, la desacti-vación del asunto, primero con una petición de información por parte de España sobre el destino de los barcos y la posterior retirada de la petición de repostaje por parte de Rusia, evita un conflicto entre Moscú y Madrid —y tampoco pone en riesgo futuras escalas rusas en la ciudad española— al tiempo que permite demostrar a la OTAN que ha sido sensible a sus quejas.
Pero también es cierto que hasta que la OTAN no expresó su preocupación por boca de su secretario general, Jens Stoltenberg, el Gobierno no adoptó ninguna decisión. Más lejos fue Guy Verhofstadt, quien recordó que nuestro país ha firmado una declaración sobre los crímenes de guerra de Rusia en Alepo. Resulta desconcertante que un Gobierno que ha expresado su preocupación por la situación de la población civil en esa ciudad siria —como hizo en junio desde las páginas de este periódico el ministro de Exteriores, José Manuel García-Margallo— recurra a un tecnicismo en vez de posicionarse claramente junto a sus aliados. Máxime cuando desde junio el número tres de la Alianza es un español, Alejandro Alvargonzález. El Gobierno ha perdido una oportunidad de dejar clara a Moscú su posición sobre Siria.
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