Una maleta de libros

Contaba Félix de Azúa, en su columna, el “repeluco” –no sé si utilizaba esa palabra, escribo de memoria- que le provocaba tener que seleccionar los libros que iba a meter en la maleta para las vacaciones estivales. Me dio que pensar y me avergonzó íntimamente, porque yo hasta ahora no me había echado ni un puñetero libro; yo solo ropa para cubrir mi bello cuerpo: pamelas, pareos, pantalones de cachemir… O sea, mucho de lo carnal, poco de lo espiritual. Quiero rectificar, por eso este año he preparado la siguiente colección:

Como amante de la ciencia-ficción que soy he escogido Del sillón a la maratón. Correr es la mejor decisión de tu vida, del doctor Antonio Ríos. Como también me sulibella el género de terror, no me resisto a llevarme Cartas a un joven español, de José María Aznar. Para las noches de insomnio, o sea, para combatirlas y quedarme sopistán a la primera página, Cómo ganar amigos e influir sobre las personas, de Dale Carnegie. Para echarme unas buenas risas, Y si se habla mal de España, es español, de Sánchez Dragó. Para llevarme a la piscina, y en el caso de que se me caiga al agua que me de un poco igual, Frases, de Paulo Coelho. Para pensar, manual de estantería Billy, de Ikea, y para regalar a alguien que me caiga regular, Tengo ganas de ti, de Federico Moccia.

¡Ah! Y también uno que durante el año se me ha hecho bola y no he logrado acabármelo, Teo en la granja, de Violeta Denou.