‘La habitación del pánico’ | Mi reino por un lavabo
La sonrisa de mi hija siempre será algo maravilloso, pero 10 minutos de tranquilidad en un váter cada día está más arriba en el Ránking de Maravillas


Cuando vas a ser padre primerizo, los amigos con hijos te avisan de que dormirás poco y de que la vida social solo la verás en el Facebook de los demás.
Pero nadie te advierte de que se te acabó ir tranquilo al lavabo.
Y eso es duro. Porque para muchos treintañeros el váter es una habitación del pánico donde refugiarte cuando la vida se vuelve estresante... aunque muchos también vamos allá a pasar el rato. Allí meditamos, leemos hasta que dejamos de notar la circulación de las piernas o debatimos si el papel de wáter tiene que caer por delante o por detrás. El pacto no verbal es conocido por todas las parejas, y podría incluirse en las promesas matrimoniales: NO SE MOLESTA AL QUE ESTÁ EN EL WC.
Pero los bebés no entienden de contratos sociales porque a su edad son más de BabyTV que de Rousseau. Su llanto interrumpe la lectura plácida de cualquier cómic y te obliga a ir rápido. Además, por mucho que cierres la puerta con pestillo, el sonido se cuela a traición por cualquier rendija y te hace sentir culpable incluso si realmente necesitabas hacer tus necesidades y no estabas de biblioteca.
Si tu pareja está en casa puedes usar el comodín del público para conseguir una prórroga, pero se te acabaron los capítulos largos.
Y cuando estás solo jugando con el bebé y de repente suena la alarma intestinal... si eres sufridor y no quieres dejar a la criatura sola en una habitación llena de peligros potenciales, solo te queda un remedio. (Bueno, también puedes usar la papelera, pero intento que la columna quede elegante).
Dejar la puerta abierta y al bebé en el pasillo para vigilarlo al mismo tiempo.
Para los que nos libramos de la mili y odiamos ir de campamentos en el cole, lo de defecar en compañía es inquietante. Me siento como un happening en un museo de arte moderno.
No sé si a la niña esta situación le producirá algún trauma pero si le doy un rollo de papel para romperlo en mil pedazos se distrae y no me mira.
El caos total llega si la llamada urgente de la naturaleza te pilla por la calle, con bebé y carrito y nadie para relevarte en el cuidado de la criatura.
Si no encuentro rápido un lavabo de minusválidos, a mí me entra el sudor frío de artificiero al evaluar las opciones. ¿Aguantar hasta casa como sea? ¿Entrar con todo el equipo en el típico bar estrecho y con baño en el sótano con escalones? ¿Agarro al bebé y abandono lo otro confiando en que ningún cerdo nos robe el carrito? ¿O le dejo la niña al camarero esperando que no le dé una tapa de pimientos?
Al final ¿tendremos que ponernos los pañales de la niña antes de salir de casa?
La sonrisa de mi hija siempre será algo maravilloso, pero diez minutos de tranquilidad en un váter cada día está más arriba en el Ránking de Maravillas.
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