Una historia que no acabe mal
En una de esas llamadas del comienzo de año me preguntan si soy optimista con la situación española en este 2016

De todas las historias de la historia / sin duda la más triste es la de España / porque termina mal”. Eso escribió Gil de Biedma en Moralidades y ha quedado grabado en la piel de toro como un tremendo versículo bíblico. Remite al pasado, pero tiene el temblor de una profecía.
Por el tiempo en que está escrito el poema, era de un pesimismo realista. Y la prueba es que, censurado, tuvo que ver la luz por vez primera en México. No se contradice con otra realidad, al contrario, la pone en evidencia como un envés de pérdida: ha habido buenos momentos, de los mejores de la humanidad.
Pero esa otra historia, la que no acaba mal, parece responder a una escasa casualidad: por chiripa. Me gusta esa expresión que fue tan popular y hoy parece algo en desuso. En algunos países latinoamericanos dicen también chiripazo.
Más que la del Diccionario de la RAE, que la asimila a carambola, me cautiva la definición de chiripa (por chiripa) de María Moliner: acierto casual o casualidad favorable, rara, que ocurre particularmente en el juego y especialmente en el de billar.
En una de esas llamadas rituales del comienzo de año me preguntan si soy optimista o pesimista sobre la situación española en este 2016. Es como optar entre dos absolutismos. Nada hay más parecido al profesional del pesimismo que el optimista profesional. Desconfío de los dos. Son dos formas de fanatismo. Ambos invocan como un patrimonio el sentido de la historia. Es, en su retórica, la historia, una maquinaria pesada que avanza implacable hacia el progreso sin fin o hacia la catástrofe final. Imagino a veces al optimista perfecto y al pesimista absoluto compartiendo encantados un camarote de lujo en un nuevo Titanic, brindando a la vez por el triunfo y la hecatombe.
Los momentos más positivos de nuestro pasado surgieron de chiripa. Habrá que confiar en la casualidad para 2016
La historia es un gran pote de sentido y sinsentido. El ataque nuclear a Hiroshima mató a más de 300.000 personas y devastó todo excepto un árbol, un ginkgo biloba. Solo en la increíble resistencia de ese árbol se encuentra algo de sentido.
Así que ante el dilema absolutista, respondo que soy optimista, sí, pero por chiripa.
Tengo miedo de que se me malinterprete. Que se tome como una tara típica, al igual que cuando se habla de la chapuza como una identidad nacional. Pero mi idea de la chiripa es muy diferente. Los momentos más positivos de nuestra historia son resultado de esa rara casualidad favorable. Bien pensado, la chiripa es de lo mejor de nuestro patrimonio. De los momentos más delicados de la Transición se salió por consenso, sí, pero también por chiripa. Dicen que del golpe del 23-F nos libramos por la intervención providencial del Monarca. Y por algo de chiripa, digo yo. Se dice también que el peligro de corralito y de rescate por la troika se evitó por la modificación con nocturnidad del artículo 135 de la Constitución. Creo que fue más bien por chiripa.
Cada vez está más claro que la casualidad y la causalidad son un movimiento simultáneo. Como en el andar del vagabundo de Charlot: un pequeño gesto casual desencadena, por chiripa, la trama. El chiripazo suele ser un recurso de los más débiles, una estrategia de suerte surrealista para zafarse de la historia. Y para realizar descubrimientos o hallar soluciones imprevistas.
El Diccionario recoge desde 2014 un término fascinante próximo a la tradicional chiripa y es el de serendipia: “Hallazgo valioso que se produce de una manera accidental o casual”. Es una adaptación del inglés serendipity, que a la vez procede de Serendip, el antiguo nombre de Sri Lanka. Lo empleó por vez primera Horacio Walpole, en 1754, a partir del cuento persa Los tres príncipes de Serendip. Estos príncipes de Ceilán tenían el don de solucionar sus problemas por medio de sorprendentes casualidades. El neologismo serendipia pasó a utilizarse en la ciencia y el arte para denominar la “rara casualidad favorable”, que diría María Moliner, que lleva a iluminar un misterio o a encontrar una maravilla que no siempre se buscaba.
Así llegó Colón a América. Por serendipia. Así se estableció el principio de Arquímedes y se descubrió la penicilina y la estructura del átomo.
Para desbloquear la situación en que está encallada la política española haría falta una nueva cultura superadora del sectarismo, ese sentido del partido como una propiedad privada ocupando y compitiendo por el dominio público. Y también ejercitar con curiosidad y coraje el arte de la serendipia, la búsqueda del valioso hallazgo. Encontrar el ginkgo. Confiar en esa rara casualidad favorable que de vez en cuando surge en la triste historia.
elpaissemanal@elpais.es
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