Decisiones reales

Hemos estado a punto, espero que ya no, de pasar por una crisis de Estado por las estupideces de los títulos nobiliarios. El rey Felipe VI, en uso de sus atribuciones, ha quitado a su hermana la infanta Cristina el ducado de Palma. No sé cómo, y sobre todo no sé a quién puede interesarle esa polémica, se ha montado un pequeño lío a cuenta de si la hermana se había adelantado a la decisión real.

A mí me da lo mismo, y supongo que al 90% de los españoles les pasa igual. Entonces, ¿a qué viene tanto escándalo? La cuestión está en la credibilidad. Felipe VI no está en absoluto marcado por los goles olímpicos de su cuñado.

Pero, si estamos de acuerdo en eso, también lo estaremos en que la figura del rey no puede depender de cosas tan menores. ¿Por qué tiene el rey que tener un privilegio semejante cuando los títulos nobiliarios no valen nada según nuestra Constitución? Acabemos con ese privilegio y acabaremos con alguno de sus costes.

Luego, está lo de la oportunidad. La figura del rey es tan peculiar, está tan fuera de lo contemporáneo, que la mera existencia de la familia real ya roza el esperpento. Está bien que hayamos acordado los españoles que esto sea una monarquía hereditaria, pero no sé de dónde puede salir, en qué puede justificarse, el que una familia nos pueda meter en una crisis de régimen. Bastante ha sido lo de la caza en África, bastante ha sido lo de los negocios del chico del balonmano. ¿No nos podíamos ahorrar la discusión sobre la fecha de la aceptación de la infanta?

Puede ser que la familia real no exija un cambio constitucional. A lo mejor basta con alguna ley más sencilla. Pero no podemos estar sujetos al albur de que en la familia, como pasa en todas las familias, haya un tonto o un listo, un golfo o un hombre ejemplar.

Y desde luego, que nadie tenga la potestad, por encima de las Cortes que elegimos los españoles, de aceptar o renunciar a una distinción. La monarquía está mejor cuantos menos poderes tenga.