¿Por qué tantos políticos hablan así (de mal)?
Varios analistas exploran la retórica y la neolengua de los mandatarios, con sus lapsus y su premeditada poca concreción

Cuando la revista Time se mofó de cómo Mariano Rajoy esquivaba la palabra rescate hace dos años, quizás estaba minusvalorando al presidente del Gobierno como uno de los mayores expertos en el fino arte del lenguaje político. No el único, eso sí. De la misma forma de la que la historia recompensa a los grandes oradores elocuentes –Lincoln, Churchill, Azaña, Roosevelt– con un hueco en la inmortalidad, últimamente a la literatura le ha dado por centrarse en los que hacen lo contrario.
El Lope de Vega de esta retórica quizás sea Jordi Pujol, ex presidente de la Generalitat de Catalunya y ya ex Molt Honorable, que ya en 1995 dijo: "La financiación de los partidos es un misterio, pero un misterio de aquellos que no son misterio, porque están muy claros, pero que siguen siendo un misterio”
La neolengua política está a medio camino entre el el oráculo críptico y la jerga enmarañada y cósmica. Así lo lamentaba Ian Katz en Financial Times la semana pasada. Los políticos hablan como futbolistas a pie de campo (“no hay rival pequeño”, “somos once contra once”), que primen “una ética de la seguridad que conspira para hacer que el político más interesante parezca apagado, aburrido, incluso con pocas luces". En definitiva, que muchos de ellos se parezcan al jardinero de la película Bienvenido Mr. Chance, de Hal Hashby, en la que un jardinero apocado que sólo sabe hablar de flores y plantas llega a ser asesor económico de la Casa Blanca precisamente por no saber construir ni una subordinada y por parlotear de forma increíblemente vaga.
A Katz le respondía Robert Hutton en The Guardian con un punto de vista más elaborador. No es que no quieran ser lúcidos, ni parecerlo, decía, es que hablar de ese modo es su atajo para no caer en errores o para evitar según qué conceptos. En su texto, habla del arte de las No-Comunicación, que engloba conceptos como la No-Disculpa, la No-Impresión (quieres convencer a la gente de que eres competente y fiable, sea cual sea la realidad), o la No-Promesa (esa que debes formular aunque sepas a ciencia cierta que no la vas a cumplir).
Obama tenía el deseo de intentar ver de qué modo podemos hacer algunos esfuerzos con la finalidad de facilitar las cosas John Kerry
Esto es tan sistemático que casio podría subtitularse a un político con lo que en realidad quiere decir, como si fuera una película de Woody Allen: Lo siento, pero (No lo siento, y), Empatizo mucho con esa propuesta (me da hasta pena, porque está condenada), No lo estoy justificando, sólo intento explicarlo (estoy justificándolo), Tenemos que ampliar las miras (…hasta que encontremos alguna prueba que respalde nuestra opinión) o Debemos centrarnos en los asuntos inmediatos (y dejar de hablar de eso tan incómodo que me estás preguntando).
En España, esa neolengua está viviendo su particular Siglo de Oro. Así como disfrutamos de políticos capaces de orar como quien redacta una página (Mas, Rubalcaba, Gallardón en sus múltiples eras políticas, Duran y Lleida...), durante los últimos años, se ha mejorado la competitividad cuando se congelaban los salarios, se ha declarado una tasa negativa de crecimiento económico para hablar de recesión, se ha flexibilizado el mercado laboral cuando se abarataban los despidos y, cuando se querían hacer recortes, en realidad se planteaba que se tenían que hacer los deberes, ajustes o reformas estructurales.
Sin embargo, el Lope de Vega de esta retórica quizás sea Jordi Pujol, ex presidente de la Generalitat de Catalunya y ya ex Molt Honorable, que ya en una conferencia en la Universidad privada Ramon Llull en 1995 dijo: "La financiación de los partidos es un misterio, pero un misterio de aquellos que no son misterio, porque están muy claros, pero que siguen siendo un misterio”. Ríanse del rastafari más enrevesado.
Comedia lingüística en el Congreso
El psicolingüista Steven Pinker ha escrito una guía, The sense of style, para este idioma. Como punto de partida, Barack Obama, que colocó mal un adverbio al jurar el cargo, con la mano sobre la Biblia: un error sintáctico que lo obligó a repetir en privado el acto. Pinker, profesor en Hardvard, sostiene que los políticos destrozan el lenguaje para prevenirse de, algún día, más allá del Arco Iris, decir algo con verdadero sentido. A veces voluntariamente, como cuando el secretario de Estado John Kerry anunció que Obama “tenía el deseo de intentar ver de qué modo podemos hacer algunos esfuerzos con la finalidad de facilitar las cosas” (Pinker abrevia el asunto a: “el presidente quería ayudar”). O, involuntariamente, como cuando el Presidente Bush preguntó si los hijos estadounidenses estaban aprendiendo: “Is our children learning?”, dijo, llevándose por delante la gramática, que hubiera exigido que preguntara Are our children learning y, para los malpensados, respondiendo así a su propia pregunta.
Los eslóganes pésimos
Por otro lado, el tiro fácil puede salir por la culata. Por ejemplo, a la hora de crear un eslógan, un arte cuyo mayor enemigo suele ser precisametne la vaguedad. Es decir, por querer abarcar tanto, como sucede en los malos poemas o en canciones de música pop, acaban por no decir absolutamente nada, por no transmitir ni una idea. Como el de la campaña de 2004 de John Kerry: “Dejad a América ser América otra vez” o el de George W. Bush en 2006, que prometió “Planes reales para gente real” (¿quizás porque otra opción debía ser tramar planes para invadir Narnia o nombrar a Darth Vader como secretario de estado?).
Otros intentan parecer bienintencionados, buscar la complicidad velada con el electorado, pero de ellos se desprende un tufo sospechoso. Como el eslogan del partido tory de 2005: “¿Estás pensando lo que nosotros estamos pensando?”. Esa frase se apoya en la idea de que se está pensando lo que no es políticamente correcto decir, como intentar insinuar que ser demasiado estricto con la inmigración no es ser racista (como decir, en definitiva, “yo no soy racista, pero…”). El problema de no decir nada es que a veces se dice todo.
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