La figura del profesor asociado
La crisis económica (y quizá algo más) está llevando a que la universidad abuse de una figura, la del profesor asociado. En su origen, esta figura se pensó para que un profesional en ejercicio de su especialidad pueda mostrar a los estudiantes la realidad de la profesión para la que se están formando. La dedicación horaria de estos profesores es muy reducida y, por consiguiente, lo es su nómina.
Pero también una figura flexible cuya dotación por “procedimientos de urgencia” es relativamente fácil de convocar y de muy bajo coste para la universidad. Lamentablemente, en cada vez más casos esta figura se aplica de forma equivocada. La política universitaria actual del Ministerio de Educación obliga a la amortización de las plazas de profesores permanentes (sólo se repone el 10%); esto exige que la docencia sea asumida en muchos casos por profesores asociados a tiempo parcial, con sueldos de miseria y con la única exigencia de la impartición de la docencia presencial. De esta manera, se cubren las necesidades docentes con profesores que sólo asisten a la universidad a impartir sus clases, sin hacer investigación ni estar disponibles para los estudiantes de manera permanente, como debería ser el caso de una universidad pública sólida y de prestigio. Evidentemente, la culpa no es de estos profesores eventuales, que en muchos casos en el mes de junio aún no saben qué asignatura impartirán en septiembre, y que tienen unos sueldos y unas garantías laborales mínimas. Necesitamos una universidad pública fuerte y de calidad, que asegure una docencia e investigación de calidad, y la igualdad de oportunidades para recibir una educación superior de excelencia.— Gustavo A. María Levrino.
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