Cinco cosas que he aprendido
Una: que el tiempo es vida. No oro. Dos: a comer. Nada de grasa. Tres: no fumar. Cuatro: lo importante es lo que uno crea. No lo que hace su padre o su madre. Y cinco: hacer el amor
Varios días de fiesta seguidos, y hay quien no sabe qué hacer en su propia ciudad, con lo que no es raro que la vida a algunos les parezca larga y hasta sosa, aunque no quieran abandonarla ni a tiros. Y se quedan en el balcón de su casa agarrados a la barandilla, viendo pasar el tiempo, o delante de la televisión, cuando a pocos metros les aguarda un parque esplendoroso, lleno de sorpresas y alergias.
En Madrid, por ejemplo, puede uno echar a andar cuesta abajo, como quien va a comprar una barra de pan, y acabar en la Casa de Campo. Avanza uno entre los árboles del paseo del Embarcadero, cuando de pronto divisa un chorro de agua transparente subiendo hacia el cielo. Como si fuera ginebra. Perdón, Ginebra. Las barcas y los patos surcan el lago, rodeado de merenderos. Y cientos de caminos cruzan el parque. Puede uno ir en bicicleta y llevar unos sándwiches. Le parecerá que está en Berlín. O ir a comer a un buen restaurante bajo los árboles, viendo cómo se hacen las carnes y los pescados a la parrilla.
El camarero, un hombre menudo con cara de guasa, se inclina para abrir la botella de agua y murmura: “Yo estuve en Nueva York con Frank Sinatra, cantando My way…”. En las otras mesas hay toreros y futbolistas con relojes de brutales dimensiones en sus fuertes muñecas. Yo he sacado a hombros al Cordobés. En el 66, revela Juanito. Hace unos años pasó varios meses en el hospital. Allí aprendió cinco cosas. Una: que el tiempo es vida. No oro. Dos: a comer. Nada de grasa. Tres: no fumar. Cuatro: lo importante es lo que uno crea. No lo que hace su padre o su madre. Y cinco: hacer el amor. Es lo único bueno que hay en la vida… La comida, estupenda. Pero es Juanito el que tiene más miga.
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