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Becarios al pueblo contra la despoblación: “No marcharse a la ciudad no significa fracasar”

Varios programas universitarios promueven la llegada de jóvenes a pequeñas localidades para dinamizar su tejido productivo, social e institucional

Becarios
Sara Castro

Laura Sánchez, toledana de 23 años, y Víctor del Pozo, madrileño de 22, se conocieron el 1 de junio, día en el que empezaron a vivir juntos en una casa en Almeida de Sayago, un pueblo zamorano de 422 habitantes, al que llegaron para empezar su vida laboral. Son becarios del programa Campus Rural para alumnos de grado y máster. Es una iniciativa desarrollada por el Ministerio para la Transición Ecológica y el Reto Demográfico, en colaboración con el de Ciencia, Innovación y Universidades, la Conferencia de Rectores y la mayoría de entidades de enseñanza superior públicas. Todos luchan por un objetivo claro: combatir la despoblación. En el programa, que ya cursa su cuarta edición, participan 750 estudiantes.

La misión de contribuir al reequilibrio territorial con la llegada de capital humano para dinamizar el tejido productivo, social e institucional acerca a los jóvenes a las localidades que no superan los 5.000 residentes, atraídos también por una prestación de 1.000 euros brutos mensuales. “En nuestro caso no pagamos alquiler y ahorramos bastante”, cuenta del Pozo desde su puesto de trabajo. Analiza los servicios sociales del pueblo, principalmente el centro de día, la residencia y la asistencia a domicilio.

Víctor del Pozo en la residencia de ancianos de Almeida de Sayago en julio.

Tanto él como Sánchez estudian en la Universidad Complutense de Madrid, pero ella está terminando el grado de Historia y a él todavía le queda un año más para graduarse en Sociología y Relaciones Internacionales. Los separan más de 300 kilómetros de sus casas familiares, a las que volverán en unos días, en septiembre, cuando terminen sus prácticas de verano tutorizadas durante cinco horas diarias. La duración de la beca oscila entre los tres y los cinco meses.

“Tienen que residir en el municipio donde trabajan o a 20 kilómetros, como máximo, del mismo. El objetivo es que tengan una inmersión real en el territorio”, comenta la responsable de Campus Rural en la Universidad Complutense de Madrid, María Dolores Dorado. Considera que el proyecto es enriquecedor para las empresas, los municipios y los alumnos. “Entre todos dinamizan las zonas más despobladas”, apunta.

Sánchez invierte su jornada laboral en la biblioteca municipal. “Ordeno y serio libros, organizo talleres de escritura y actividades culturales con los más pequeños y también doy clases a unos niños saharauis que se han instalado hace poco con su familia en la antigua escuela infantil del pueblo, ahora rehabilitada como vivienda”, cuenta.

Lo que más valora del Pozo es la integración social que sienten desde el primer día: “Aquí los vecinos no tienen prisa, siempre se paran a saludar por la calle, algo a lo que no estaba acostumbrado en Madrid, que ni nos miramos a la cara”. Ya ha asistido a varias verbenas con los jóvenes de su edad y le ha dado tiempo a hacer bastante turismo.

“Tenemos una cuenta de Instagram que se llama Volver al Pueblo, donde promocionamos la comarca de Sayago”, apunta Sánchez, que reconoce que si le ofreciesen trabajo cuando termine su formación práctica, no dudaría en aceptarlo. Del Pozo la entiende. Cree que su experiencia en el rural es más positiva que el año que vivió como estudiante Erasmus en Newcastle, al norte de Inglaterra. “Me resulta más enriquecedor. No marcharse a la ciudad no significa fracasar. En los pueblos hay vida, y de mucha calidad”, defiende.

Laura Sánchez en la biblioteca de Almeida de Sayago, donde completa sus prácticas universitarias de verano.

Cada vez son más las entidades que se animan a luchar contra la despoblación. En el ámbito universitario hay más proyectos de este estilo, por ejemplo, el Erasmus Rural, que cuenta con dos modalidades: Desafío y Arraigo. La primera va dirigida a estudiantes y ofrece entre 120 y 500 horas de formación en algún pequeño municipio. La segunda, se centra en graduados en los últimos seis años. Es una iniciativa regional de la Universidad de Zaragoza en colaboración con la diputación provincial, que se puso en marcha hace ocho años para favorecer el empleo en las zonas de campo.

La Universidad de Castilla-La Mancha también se sumó a esta misión con el programa Botica Rural, una iniciativa que atraviesa ya su tercera edición y está dirigida a estudiantes de quinto curso del grado de Farmacia. Los alumnos se instalan en municipios de las cinco provincias castellanomanchegas con menos de 10.000 habitantes para empezar su etapa de becarios.

“Todo es más humano”

Celia Herráez se siente afortunada porque gracias a este proyecto acaba de terminar las prácticas en Chinchilla de Monte-Aragón (Albacete), su pueblo, de 4.500 habitantes. “Desde enero a julio atendí a los vecinos que me vieron crecer, aquí todo es más humano. Si cierra el bar y la farmacia se acaba el pueblo, no solo dispensamos medicamentos, escuchamos y apoyamos”, comenta la joven de 22 años, que ahora empezará a preparar una oposición.

Lola López, gerente de la botica donde Herráez realizó las prácticas, se alegra de haber participado por primera vez este año en el programa. Su entidad ofrece un servicio de urgencias, coordinado con el resto de oficinas de la zona farmacéutica, para realizar una cobertura los 365 días del año. “Las farmacias rurales son un sostén contra la despoblación”, defiende.

Asegura que el alumnado en prácticas adquiere unas capacidades relacionadas con la dispensación de medicamentos muy personalizada, tanto en lo que se refiere a la manera en que deben tomar los pacientes el tratamiento como en el trato personal y directo con ellos. No duda en volver a repetir la experiencia después del paso de Herráez por su botica.

“Es una persona muy responsable, educada y trabajadora. Desde el primer momento ha mostrado gran interés e implicación en todas las tareas que se le han encomendado”, expresa. Durante 35 horas semanales, la joven se ha encargado de dispensar y facturar recetas, recibir y distribuir medicinas, revisar caducidades y controlar y registrar la temperatura de los medicamentos.

A la izquierda, Celia Herráez junto a Lola López en su farmacia de Chinchilla de Montearagón.

“Un momento muy especial fue la primera vez que atendió a su abuelo Juan. A él se le veía feliz y orgulloso de ver a su nieta finalizar su formación para comenzar su andadura profesional”, recuerda López. La decana de la facultad de Farmacia de la Universidad de Castilla-La Mancha, Rocío Fernández, insiste en la importancia de anclar a los jóvenes a las zonas rurales.

“En la primera edición del proyecto escogieron esta oferta formativa los estudiantes con peor expediente académico, que eran los últimos a los que les tocaba elegir su destino de prácticas, pero el segundo año ya se inscribió el número uno de la promoción en el programa porque la experiencia es realmente enriquecedora”, expresa.

Fernández asegura que la empleabilidad en el rural es alta. Los farmacéuticos demandan mano de obra porque no tienen relevo, muchos ni siquiera pueden irse de vacaciones al no tener la posibilidad de cerrar las boticas. “Son varios los alumnos que terminan la formación práctica en julio y ya nos solicitan el título de inmediato para incorporarse a trabajar. Tenemos egresados que ya han comprado farmacias en los pueblos, algo que en Madrid les resultaría prohibitivo”, explica la decana.

Por primera vez, su facultad incorporó este curso el programa Botica Rural Aventura para que los estudiantes roten en unas mismas prácticas por distintas farmacias de diversos pueblos y provincias. “Los empresarios lo demandan, necesitan personal y la Universidad de Castilla-La Mancha está para devolver a la comunidad todo lo que recibe”, concluye Fernández.

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Sobre la firma

Sara Castro
Escribe en la sección de Madrid tras pasar por la de Sociedad. Antes formó parte de la redacción de elDiario.es y la web de Informativos Telecinco. Cursó el máster de Periodismo UAM – EL PAÍS.
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