Los gitanos apenas llegan a la universidad: “La segregación y los prejuicios nos marcan”
Solo el 0,8% de los jóvenes estudiantes de esta etnia consigue graduarse en una carrera. La brecha educativa se arrastra desde la infancia, según un estudio


Carmen Giménez, residente en Cuenca de 23 años, acaba de convertirse en maestra de Educación Infantil, su sueño, pero el camino no ha sido fácil. “En bachillerato tuve una profesora de Filosofía que a un compañero marroquí y a mí nos daba a entender que no íbamos a llegar lejos. Se producían debates incómodos y opté por quitarme la pulsera de la bandera gitana”, recuerda. Ahora mira hacia atrás y siente orgullo, pero sabe que pertenece a la minoría. Con la llegada de las graduaciones, la Fundación Secretariado Gitano recalca que solo el 0,8% de los jóvenes estudiantes de su comunidad consigue un título universitario frente al 26% del conjunto de la población. La entidad ha reclamado este viernes en un acto en Madrid al que ha asistido la ministra de Educación, Formación Profesional y Deportes, Pilar Alegría, acciones concretas que mejoren esta minúscula cifra desprendida del estudio La situación educativa del alumnado gitano en España.
Tras encuestar a 1.734 hogares con al menos un miembro español menor de 25 años de esta etnia, el informe recalca que ni siquiera uno de cada 100 jóvenes romaníes se gradúa en las facultades. “Haberlo conseguido y poder representar este bajo porcentaje es un símbolo de esperanza. Resulta imprescindible implementar políticas reales que hagan de la educación una herramienta de inclusión y respeto para todos”, expresa la joven tras escuchar las palabras de la ministra.
“Espero y deseo que en unos años al 0,8% le hayamos dado la vuelta y que hasta el 80% se nos quede pequeño”, ha dicho Alegría. La directora general de la Fundación Secretariado Gitano, Sara Giménez, explica que los datos reflejados son la consecuencia de una brecha educativa arrastrada desde la infancia. Solo el 17,3% de los niños gitanos se matriculan en educación infantil, y normalmente lo hacen a una edad más avanzada.
El 23% del alumnado en tercero de primaria ya repite, cifra que se eleva al 40% en quinto. “Cuando llegan a secundaria están muy descolgados del propio sistema educativo, tienen mucho desfase curricular. A esto se suma la ausencia de referentes gitanos con estudios, la segregación escolar, los prejuicios, la falta de expectativas y un sistema que les falla“, cuenta la directora general de la fundación tras recalcar que el 63% de los adolescentes gitanos no termina la educación secundaria obligatoria frente al 13,2% de la población general.
Todo ello, los sitúa en una tasa de fracaso escolar del 62,8% frente al 4% del conjunto del alumnado. Carmen Giménez todavía recuerda cuando una profesora en la universidad preguntó en el aula si había alguien romaní. “Respondí que sí y dijo ‘madre mía hacía un montón de años que no tenía una gitana en clase”. Insiste en que nunca recibió un comentario discriminatorio por parte de sus compañeros y, en general, se siente agradecida con los profesores que tuvo a lo largo de todas sus etapas educativas.
Repitió segundo de bachillerato a consecuencia de una situación personal complicada, pero el apoyo incondicional de sus padres la hizo seguir adelante cuando pensaba en optar por otro camino más sencillo. “Si me llegasen a decir entonces que sacaría un 9 en selectividad y que podría estudiar Educación Infantil en la Universidad de Castilla-La Mancha, no me lo creería. Soy la primera universitaria de la familia”, cuenta.

Recuerda el miedo a quedarse sin beca y la tensión por mantener un buen expediente académico. Trabajaba de camarera, limpiaba casas y cuidaba niños a la vez que estudiaba. Ahora ya trabaja como educadora. María Santiago, residente en Aranjuez (Madrid) de 29 años, siente “envidia sana”. A ella le gustaría haber ido a la universidad, pero forma parte del porcentaje mayoritario que no pudo. Abandonó los estudios en tercero de la ESO, cuando su madre enfermó.
“Si hubiese tenido una orientación en el instituto para saber que existían muchas vías y caminos, la cosa hoy podría ser diferente. Muchos profesores veían que me perdía, pero no hacían nada por rescatarme. Si me echasen una mano, quizá hubiera llegado a la universidad, lo he pensado muchas veces”, expresa.
No se ha sentido discriminada por pertenecer a una etnia minoritaria en su etapa educativa, pero sí recuerda comentarios puntuales desagradables por parte de algún compañero. “Te decían gitana como si fuese un insulto, para mí es un orgullo”, insiste.
Cree que a su madre le hubiera gustado verla graduada. Ella también quiso ser universitaria, pero no pudo mudarse para estudiar. Se casó y pronto se dedicó a los cuidados y al hogar. Sara Giménez explica que muchos jóvenes gitanos viven en casas donde los padres no tienen formación ni pueden ayudarles con los deberes, otros no cuentan con una habitación adecuada para el estudio, herramientas digitales o capacidad económica para asumir clases de refuerzo.
“Vivía en el hospital y asumí muchas responsabilidades en el hogar y los cuidados. Mis compañeras que no eran gitanas también tenían sus problemas, pero no tantas cargas porque contaban con una red de apoyo”, recuerda Santiago. Trabajó en hostelería y a los 17 años cursó la educación secundaria para personas adultas, quería terminar la formación obligatoria. Ahora se forma con el programa TándEM, impulsado para jóvenes en paro por el Servicio Público de Empleo Estatal.
La Fundación Secretariado Gitano reclama un plan específico de orientación y refuerzo educativo estatal para revertir la situación en su comunidad, “un abordaje de la segregación escolar que afecta a uno de cada tres menores romaníes”, un desarrollo de medidas que garanticen la incorporación gratuita de la infancia gitana en educación infantil y un abanico de opciones para retornar a los estudios tras el abandono.
El programa Promociona, impulsado por la entidad fuera del horario escolar con refuerzo y orientación a los alumnos y sus familias, atiende a 1.800 estudiantes por año académico. “Ven que la educación es la llave del futuro y el 80% titula en la formación secundaria obligatoria. Si corriges la desventaja, el alumnado gitano responde”, asegura Sara Giménez.
Segregación, estereotipos e invisibilización
“La escuela tiene que ser diversa e inclusiva con igualdad de oportunidades y becas, como las que yo he recibido. Hay que acabar con los estereotipos en las aulas y con la segregación para favorecer el enriquecimiento mutuo”, defiende Carmen Giménez. Confiesa tener amigos a los que han metido en una clase solo con gitanos e inmigrantes, mientras el resto del alumnado acudía a otra aula. “Eso no es integración”, reprocha.
Santiago también conoce a personas que vivieron una situación similar. “Los llevaban a clases de compensatoria —destinadas a los alumnos que van más rezagados— casi exclusivas para las minorías sociales. No aprendían, los dejaban a su rollo sin tenerlos mucho en cuenta”, recuerda. En torno al 40% del alumnado romaní estudia en centros segregados, según la directora general de la fundación. “Incluso, en un mismo barrio se ven dos colegios, a uno van los gitanos e inmigrantes y a otro, el resto”, reprocha.

Denuncia que su historia no se estudia en los libros. “Este año cumplimos 600 años de presencia gitana en la Península Ibérica, la ley de educación establece que se debe contar, pero en la práctica la cultura romaní queda fuera de las aulas. Al final, lo que prevalece, lamentablemente, es un imaginario social negativo que no promueve la convivencia”, denuncia.
Algo con lo que coincide el técnico de Educación de la fundación, Fernando Morión. “Nos estigmatizan. La segregación y los prejuicios nos marcan”, denuncia. Tiene 38 años y recuerda que en su etapa de estudiante le echaron de clase por protestar tras leer en el libro de Lengua que el caló, su dialecto, era una jerga de delincuentes.
“Otro día un gitano que robaba gallinas protagonizaba un texto. Todos los compañeros me miraban y, claro, ya fui el ‘robagallinas’ hasta que pasó otra cosa más noticiosa en el colegio”, rememora. También insiste en los referentes universitarios invisibilizados. “Se habla muy poco de ellos y menos todavía de ellas. Si en la asignatura de Matemáticas cuentan que la primera mujer en plantilla de una universidad fue gitana alucinan”, comenta. Se refiere a Sofia Kovalévskaya, impartió clase en la Universidad de Estocolmo.
Todo ello, a su juicio, provoca una falta de expectativas en los estudiantes, en sus familias y en sus profesores con graves consecuencias para la comunidad: el 86% de la población gitana en España vive por debajo del umbral de la pobreza.
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