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Con beca para estudiar pero sin techo para vivir

Algunos jóvenes se plantean si seguir con sus carreras en Madrid porque apenas pueden asumir el coste del alojamiento ni siquiera con ayudas y apoyo familiar

Samuel López, estudiante de la Complutense de 18 años.

Samuel López de Marina Flores (18 años, Ciudad Real) ha dudado, más de una vez, si podrá terminar sin problemas económicos la carrera de Ciencias Políticas en la Universidad Complutense de Madrid. “El primer año de carrera estaba preocupado, he tenido muchas conversaciones con mis padres por el alquiler. Hemos hablado sobre la ayuda económica que me dan, si pueden hacerlo sin que lo pasen mal a fin de mes”, cuenta. La mayor parte de su dinero se lo lleva la renta. En los últimos cuatro años el precio del metro cuadrado en Madrid ha aumentado un 48,9%, según datos del portal Idealista. La crisis de la vivienda golpea a quien se le ponga en frente, pero se ceba aún más con una población más vulnerable y con menores ingresos: los estudiantes que tienen que pagarse un techo.

Cuando López terminó el instituto decidió mudarse a Madrid para estudiar. En Castilla-La Mancha, donde vivía, la universidad no ofrecía el grado que deseaba. La Complutense era un lugar “cercano” y “con más seguridad por el prestigio que las ciencias políticas” tienen en su facultad. Se puso a trabajar en su pueblo, Pedro Muñoz (7.500 habitantes), durante un tiempo para ahorrar dinero antes de llegar. Además, obtuvo una beca del Estado (2.500 euros en total) y sus padres dijeron que lo apoyarían mes a mes con el alquiler. Tocaba buscar piso.

El primer año ha vivido en Aluche, primero a unos 35 minutos en bus de la universidad. “He vuelto a repetir la experiencia y ha sido peor”, dice. Intentó buscar algo por la zona centro, pero no encontró nada que pudiera permitirse. Su idea era vivir con dos amigos en un piso, pero los requerimientos ―fianza, mínimo de edad, aval― y los precios lo hicieron imposible. Finalmente, ha conseguido una habitación en el piso de una señora y su hijo, con un inquilino más, de nuevo en Aluche, pero ahora a 45 minutos del campus de Somosaguas. Paga 420 euros. El piso está bien, dice López, “pero la familia ha perdido ese nivel de privacidad de convivir solos, para pasar a vivir con desconocidos”, reflexiona. “Da mucho qué pensar... hasta dónde hemos tenido que llegar”.

Según el último informe del Ministerio de Juventud e Infancia, los jóvenes de 15 a 34 años, destinan el 92% de su salario al pago del alquiler. Por ello, casi la mitad depende económicamente de terceros en diversos grados; siendo la principal fuente de ayuda los padres o madres. Justamente, para aliviar la carga familiar, López ha comenzado a trabajar en un Burger King ―a una hora y media de su piso― donde gana unos 400 euros. Todo lo destina a pagar su habitación.

Existe otro grupo de estudiantes que tiene la ventaja de poder seguir viviendo con sus padres y evitar el pago del alquiler. Aunque esto se da a costa del tiempo que se ven obligados a invertir. Irene Vizcaíno Marcos (18 años, Segovia) estudia Psicología en el campus de Somosaguas de la Complutense y durante todo el primer cuatrimestre dedicaba cuatro horas del día a ir de su casa a la universidad. Primero debía tomar un bus de Palazuelos de Eresma a Segovia, después uno a Moncloa y, por último, otro al campus de Somosaguas en la localidad de Pozuelo de Alarcón.

“Había días que me levantaba a las 5.00. Dormía muy mal, no tenía ganas de comer porque se me descuadraba el horario, tenía poco tiempo para hacer los trabajos”, cuenta. La situación era tan insostenible que los últimos meses ha estado viviendo en casa de un familiar en Madrid.

Daniel Blázquez (18 años, Madrid) vive en San Sebastián de los Reyes y estudia con Irene. Se demora una hora y media de ida y otra hora y media de vuelta. Siempre y cuando los buses, el metro o el Cercanías funcionen sin problema. Cerca de cuatro veces al mes alguno falla, dice, entonces demora más de dos horas.

Una posibilidad que reclama López es que las residencias sean accesibles para todos los universitarios. “Los estudiantes deberían decantarse más por eso, ya sea por convivir en un entorno universitario o por la proximidad, pero para muchas es casi imposible permitirse vivir en una”.

Las residencias estudiantiles tienen grandes beneficios para los alumnos: la mayoría incluye las comidas; limpieza; espacios de estudio y cocina; servicios como luz, agua, gas; y, especialmente, la cercanía a las universidades. Sin embargo, los precios oscilan entre los 700 y los 1.500 euros, tanto en el centro de Madrid como en los alrededores, ya sean de titularidad pública o privada. Algunas también ofrecen solo la habitación (individual o doble) para que el precio sea menor, por ejemplo, 514 euros en la compartida.

Aunque el coste de las residencias puedan ser más altos, muchos alumnos y familias las prefieren por sus comodidades. Desde la Complutense, donde cuentan con 739 plazas públicas, las solicitudes de renovación han ido en aumento: para el curso 2020-2021 fueron 374, mientras que para el próximo curso superaron las 540. Los estudiantes inscritos en la universidad pagan 1.046 euros por una habitación.

Una residencia de estudiantes en Madrid, en octubre de 2023.

Otra opción a la que acuden algunos estudiantes es la convivencia con personas mayores. Es el caso de Daniel Benjumea, que viajó a Madrid desde Medellín, Colombia, para hacer un máster en data science y big data. Al llegar a España se hospedó durante cuatro meses en un piso compartido donde pagaba 450 euros al mes por una habitación, hasta que lo contactaron del programa Convive, de la organización Solidarios. “Es una ayuda muy grande para los estudiantes que estamos en la brecha entre formación y ámbito laboral”, explica.

El programa aborda dos problemas muy arraigados en las ciudades españolas: la soledad no deseada en los mayores y el acceso a la vivienda de los estudiantes. Benjumea vive ahora en el distrito de extrarradio San Blas con Consuelo, una señora de 89 años. Paga 200 euros, gastos y comida incluida. Además del beneficio económico, asegura que la experiencia es muy enriquecedora. “Desarrollas una vida compartida, de respeto y de escucha”, dice. Y compara este modelo con el de los pisos compartidos: “Aquí tienes que estar pendiente de la casa y de acompañar; es un tema más familiar”.

Las barreras de los estudiantes extranjeros

Aunque España sigue siendo un destino atractivo para estudiantes extranjeros, el aumento del coste de vida en la capital y el encarecimiento de los alquileres están teniendo un impacto negativo. Óscar Berdugo, presidente de EduEspaña (organización que apoya la internacionalización de los proveedores educativos), señala que, por primera vez, entre el año pasado y este, se ha detectado que algunos alumnos becados han renunciado a sus estudios porque no pueden afrontar el coste del alojamiento en Madrid. Además, comenta que, tras las restricciones impuestas por Donald Trump a los estudiantes internacionales en Estados Unidos, el sector educativo español espera atraer a más alumnado extranjero. Sin embargo, la burocracia y el alto precio de la vivienda podrían convertirse en un obstáculo.

“Cuando estábamos buscando alquiler nos pedían que demostráramos dónde íbamos a estudiar y que tuviéramos los ingresos suficientes para toda la estancia”, cuenta Valentina Villalba (20 años, Barranquilla, Colombia), que está en un intercambio junto a otros dos compañeros. Todos los pisos que encontraron les exigían dos meses extra de fianza, además de una comisión administrativa de la agencia inmobiliaria. “Los pisos de dos habitaciones que vimos, en cualquier barrio, costaban de 1.400 euros para arriba”. La solución que encontraron fue a través de una larga cadena de conocidos para que les alquilaran dos habitaciones en un piso: “No estamos solos, pero fue lo mejor que encontramos”, argumenta.

Desde EduEspaña explican que el precio promedio que pagan los alumnos extranjeros por una habitación compartida en Madrid, dentro de la M-30, es de 500 a 600 euros mensuales.

En los últimos tiempos, empresas de co-living han visto en esto un negocio y ofrecen habitaciones para extranjeros en pisos compartidos, sobre todo para jóvenes. El negocio consta de una empresa que se hace cargo de un piso completo y alquila las habitaciones por periodos de tres a seis meses, renovables. El precio es más alto, por ejemplo, 650 euros en la zona de Ibiza en un piso para seis personas o 700 euros en Valdezarza, en una casa con ocho habitaciones. Sin embargo, los internacionales lo prefieren porque exige menos documentos y requisitos que los caseros tradicionales e incluye los servicios.

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