Necesitamos saber qué significa ser docente hoy
Blindar una definición aceptada por una mayoría del significado de ser docente pasa por aumentar los incentivos al desarrollo profesional, gran laguna del sistema educativo

En esta sociedad anónima poblada cada vez de más nombres que pregonan en redes sobre la receta del buen hacer, la discusión pública sobre el bienestar docente ya no resulta suficiente. Tampoco la ambiciosa misión de acordar unas nuevas competencias para acceder a la profesión, ni hablar de manera vaga sobre mejorar sus condiciones de trabajo. Para que se recupere la dignidad del trabajador de la educación, se precisa saber qué significa ser docente hoy.
En el pasado, los grandes pensadores consideraban que al camino de la vida buena se llegaba a través de la sabiduría. Me llama la atención que los jóvenes de hoy, desde su lógico pragmatismo, piensen que la Inteligencia Artificial les acorte esta senda para poder llegar antes a sus metas. Es curioso que en todas las despedidas de fin de curso a las que he ido este año, y también sobre las que me han hablado algunos compañeros, el alumnado dirija sus discursos a mencionar las bondades del Chat GPT, refiriéndose a esta aplicación como esa herramienta que les ha “salvado la vida”.
En el predominio de una acepción del mundo cada vez más individualista, de forma progresiva nos estamos olvidando de agradecer al docente su labor. Incluso de agradecernos entre nosotros, de hacer piña en una resignificación del compañerismo que se acerque a determinada forma de entender la amistad: una forma de empatía plena que nos haga entender también por qué otros maestros y profesores manifiestan tanto hastío, desgaste o cansancio y, a pesar de ello, siguen mostrándose como magníficos profesionales.
Señala Paulo Freire en Política y educación que como educadores nos vamos haciendo “en el cuerpo de las tramas. En la reflexión sobre la acción, en la observación atenta de otras prácticas”. Hoy en día, repensar estas palabras nos lleva a interrogarnos sobre si es posible un significado nuevo para ellas, con el fin de dar con la respuesta a si sabemos lo que debe encerrar el significado de la docencia en la actualidad.
Mantiene Irene Vallejo que “lo más inteligente —y menos intransigente—, es abrirnos y abrazar lo ajeno en lo propio. Reconocernos en quien parece distinto, resistirnos al alineamiento”. Resignificar la profesión docente hoy en día pasa un poco por eso: identificarnos con las virtudes y necesidades de quienes tenemos al lado para poder seguir resistiendo ante los cada vez más variados requerimientos y el olvido de lo que representa esta profesión para la sociedad; como el olvido inconsciente de esos estudiantes que ensalzaban las bondades de la IA a la hora de celebrar la llegada del final de una etapa, y mencionan sólo de pasada lo que cada docente había representado en sus vidas.
Blindar una definición aceptada por una mayoría del significado de ser docente pasa por aumentar los incentivos al desarrollo profesional, gran laguna del sistema educativo. El profesorado llega al final de su trayectoria con la sensación de haber cumplido por encima de las expectativas y, sin embargo, no haber recibido el reconocimiento social, laboral y económico suficiente. Y ese es un grandísimo problema, porque desgasta al cuerpo docente más comprometido.
En Secundaria, por ejemplo, hay escasas comunidades autónomas que se han animado en los últimos años a relanzar las convocatorias de acceso al cuerpo de catedráticos de profesorado de ESO y Bachillerato como fórmula para mejorar las condiciones de trabajo y la calidad en su ejercicio. Sin embargo, y a pesar de que la norma prevé que la cantidad de personas pertenecientes a este cuerpo puede alcanzar hasta 30% del número total de funcionarios de cada cuerpo de origen, en casi ninguna región se roza esta cifra.
En este ambiente singular en el que también los maestros cobran menos a pesar de desarrollar funciones similares al profesorado de Secundaria, la linealidad a la hora de tratar el estatus del docente en cuanto a sus incentivos (recordemos que en la escuela pública existen los complementos retributivos a la formación, los sexenios, pero estos son insuficientes) choca con las nuevas funciones que se le pide a estos profesionales, en medio de un escenario educativo de gran complejidad.
Se ha estudiado en profundidad cómo el bienestar del profesorado incide directamente en el bienestar del alumnado, y que se retroalimentan el uno al otro ya que al final conviven en un mismo espacio muchísimas horas al año; sin embargo, pocas regiones se animan a sondear cuáles son los requerimientos de un sector laboral clave para el desarrollo de un país, pero que a la vez tiene una inestabilidad por encima de lo deseable.
El ejercicio del magisterio requiere de una redimensión que vaya más allá de lo establecido en el artículo 91 de la LOE, que fija las funciones del profesorado. Tenemos desde 2007 un Estatuto Básico de los Empleados Públicos que incluye deberes, derechos y código ético de los trabajadores de las administraciones. Sin embargo, no recoge las necesarias especificidades de profesorado, y sobre todo los límites de su trabajo, para blindar por consenso, por ejemplo, que no pueden seguir asumiendo más y más según avanzan las leyes.
La huelga indefinida convocada en Asturias en este final de curso y que ha paralizado parte del sistema educativo destapa un conflicto latente que se viene gestando desde hace años. Es la culminación de un recorrido que nos tiene que recordar la importancia que el profesorado tiene para el bien común y la cohesión social. Otras regiones como Canarias han avanzado este curso en la identificación de cuáles son las tareas burocráticas que suponen mayor sobrecarga para el cuerpo docente, además de llegar a acuerdos sobre una progresiva bajada de ratios.
En esa línea de diálogo, las administraciones educativas de cada territorio deben acercarse a la trinchera donde se ubican los grandes artífices del estado del bienestar: las profesoras y los profesoras que tienen contacto estrecho con el aula y lo han mantenido con orgullo, humildad, tesón y generosidad curso a curso, a costa de todo y, a veces, sintiendo que a cambio de nada.
A ninguno de nosotros, equipos directivos, políticos, familias o estudiantes, nos interesa que haya un clima de conflictividad. De hecho, el ambiente que respiran la grandísima mayoría de centros públicos es de trabajo laborioso, por encima muchas veces de las posibilidades y de unas jornadas laborales que, por épocas, parece que nunca acaban. La polarización se respira más en redes sociales y publicaciones de ciertos medios.
Por ello, es este clima general de respeto a lo más importante, el avance hacia el éxito escolar de todo nuestro alumnado, lo que debemos mimar con cuidado a la hora de buscar una búsqueda renovada de lo que significa ser docente hoy: una definición que equilibre la balanza de los derechos de todos y, sobre todo, que sea el aliciente para pensar en que mejorar la estima de quienes enseñan y cuidan de nuestros hijos e hijas es lo mejor que le puede pasar a un país avanzado. Y, para ello, necesitamos pararnos a pensar sobre lo que encierra, en toda su magnitud, la idea de ser maestro o profesora hoy en día, y que ello inspire a las siguientes generaciones de enseñantes.
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