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“Yo era una alumna de 10 y la dana me robó la nota”: enfrentarse a la Selectividad tras sobrevivir al barranco del Poyo

La PAU supone un reto aún mayor para Aina y el resto de estudiantes de los pueblos devastados por la inundación de Valencia, que sufrieron secuelas, vieron sus institutos destruidos y perdieron semanas de clase

Alumna selectividad
Ignacio Zafra

El agua ha acabado llevándose también por delante los planes de Aina, alumna del instituto público de Albal, en Valencia, que este martes empieza a examinarse de la Selectividad. Tras sobreponerse, con ayuda psicológica, al trauma que le provocó la inundación de su casa por el desbordamiento del barranco del Poyo el 29 de octubre, de atreverse, pasadas las Navidades, a salir de casa y volver a clase, y de trabajar duro para recuperar el tiempo perdido, Aina, que tiene 17 años, ha acabado el Bachillerato con una media de 7,78. “No está mal. Pero soy una alumna que siempre ha sacado muchos nueves y muchos dieces, y pienso que podría haberlo hecho mejor. Es injusto que la dana nos haya robado las notas”, dice.

Aina no tendría que estar a punto de hacer la Prueba de Acceso a la Universidad (PAU). Su idea, al acabar el Bachillerato, era hacer el ciclo superior de Formación Profesional en Comercio Exterior. Pero la fuerte demanda y la escasez de plazas públicas han elevado la nota de acceso en los últimos años por encima del 8. “Es posible que este curso baje la nota, pero por si acaso necesito tener otra opción”, afirma. Su plan b consiste en presentarse a la Selectividad, lograr una buena calificación, y entrar en la carrera de Negocios Internacionales de la Universidad de Valencia, para lo que necesitará, atendiendo a la nota de corte del año pasado, más de un 12 sobre 14.

A finales de septiembre, cuando nadie en la comarca de L’Horta Sud imaginaba que en unas semanas un descomunal torrente arrasaría sus pueblos, Pablo Icaran, profesor de Lengua castellana y literatura en el instituto de Aina, explicaba en este periódico la angustia con la que muchos de sus estudiantes aguardaban, como en el resto de España, a que las autoridades educativas desvelasen por fin cómo sería el examen de este año, que da a los chavales menos margen para elegir preguntas e incorpora problemas más complejos de carácter competencial. La dana les cambió el marco. “A algunos efectivamente le ha pasado factura en las notas. Hemos tratado de ayudar, planteando trabajos con los que pudieran alcanzar la nota que necesitan, pero ha sido un curso muy complicado”, dice Icaran. “Hemos tenido alumnos con ansiedad, alumnos que han estado en procesos de depresión, que han visto destruida sus casas o los negocios de sus padres. En general, han tenido estrés postraumático. Y también ha habido muchos profesores que viven en estos pueblos y se han visto directamente afectados”.

Los 23 poemas de Lorca

Segundo de Bachillerato tiene de por sí un calendario muy comprimido y un contenido curricular muy amplio. Y para compensar las dos o tres semanas perdidas en muchos de los centros, el profesorado ha tenido que priorizar e imponer un ritmo más intenso del normal. “En Literatura entran para la PAU, por ejemplo, 23 poemas de Lorca, que es denso. Y ha sido imposible verlos todos teniendo, además, a Buero Vallejo en teatro, y a Martín Gaite en narrativa”. Para los chavales, como Aina, que perdieron muchos más días de clase, la cosa es todavía más complicada, porque el aprendizaje se asienta en saberes previos. “Si estás estudiando la oración subordinada sustantiva y te falla la base, vas a tener un problema. Es una carencia que vas a ir arrastrando”, dice Icaran.

La Generalitat ha habilitado una convocatoria extraordinaria de la PAU para los cientos de estudiantes de centros afectados por la dana, que pueden elegir examinarse, si quieren, a partir del 22 de julio. Igual que Aina, muchos estudiantes han descartado, sin embargo, hacerlo. De un lado, por falta de confianza ―visto lo visto― en el anuncio de la Consejería de Educación de que las universidades ―sobre todo, las de fuera de la Comunidad Valenciana― esperarán a que ellos se examinen para empezar a asignar las plazas. Y de otro, añade Icaran, porque para muchos alumnos suponía alargar dos meses “un curso que ha sido asfixiante”.

Aspecto del instituto público Berenguer Dalmau, en Catarroja, tras la dana.

Lucía, de 17 años, alumna del instituto público Berenguer Dalmau de Catarroja ―cuyo grado de devastación lo convirtieron en una referencia del impacto educativo de la inundación― sí ha decidido presentarse en julio. “Tengo que repasar todo lo que hemos visto en el curso y añadir temario que no hemos dado, porque aunque los profesores han corrido lo que han podido, no les ha dado tiempo”, afirma. La adolescente resume los obstáculos que muchos chavales de la zona cero han vivido este año para tener un espacio físico donde estudiar. “Primero estuvimos tres semanas sin clase, luego las tuvimos online, después nos mandaron a [unas aulas cedidas por la universidad privada] La Florida, a dar clases por la tarde, luego a un instituto de Mislata, en horario de mañana… Hemos acabado con mucho cansancio mental. No vamos con las mismas oportunidades que otros”, dice Lucía, que siempre ha sido buena estudiante y confía en poder entrar en Magisterio.

Claire Dugény, su madre, una filóloga francesa asentada desde hace décadas en Valencia, dice que Lucía se despierta cada mañana a las ocho y se pone a estudiar: “Me dice: ‘De lo del primer trimestre no me acuerdo de nada, fue tan caótico’. Está a tope, y espero que le salga bien. Se lo merecen por todo el esfuerzo que han hecho. Las primeras semanas después de la dana se las pasaron sacando barro, ayudando a sus vecinos. Esa fue la rutina de estos niños, ¿sabes?”. Ahora se la ve bien. Pero ha habido momentos a lo largo del curso en que los ánimos de la chica, como los de todo el pueblo, estaban por los suelos, cuenta Dugény. “Tenías que hacer de tripas corazón, y decirle: ‘Te lo vas a sacar, no te preocupes’. Aunque yo también estoy supernerviosa. Cuando se vaya a hacer los exámenes igual estoy peor que ella”, añade.

Clases en el pasillo

Muchos de los centros educativos afectados por la dana, temen, ante el ritmo de reconstrucción de la Generalitat, que la situación de excepcionalidad con la que han terminado el curso se perpetúe. La Consejería de Educación afirmó, por ejemplo, que el instituto público Alameda, en Utiel, reanudaría las clases (en el primer piso, porque la planta baja va a dejarse diáfana en previsión de nuevos desbordamientos del río Magro) en abril, y ahora calcula, en cambio, que harán falta años. Los 400 alumnos del centro fueron distribuidos rápidamente en otras sedes. “Pero no tenemos aulas de tecnología, ni de informática, ni de música, ni de nada. No les estamos dando una educación de calidad”, afirma Amparo Hernández, profesora de Historia. Hay estudiantes del Alameda alojados en la cafetería de otro centro educativo, el pasillo de la Escuela Oficial de Idiomas, o, los de segundo de Bachillerato, en la sala acristalada de un pabellón deportivo donde solían darse clase de yoga y pilates.

Lo más desesperante, dice Lourdes Herrero, integrante de la plataforma Por un IES digno, es “la dejadez”. “Estamos en el mismo punto que hace siete meses. Con los niños repartidos en otros sitios, sin las aulas prefabricadas que nos prometieron, sin una idea clara de cuándo podrán volver, y viendo que no se hace nada en el instituto. Lo único que ha habido es robo y vandalismo en la primera planta, que se había salvado. Ni siquiera lo han cerrado bien”.

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Sobre la firma

Ignacio Zafra
Es redactor de la sección de Sociedad del diario EL PAÍS y está especializado en temas de política educativa. Ha desarrollado su carrera en EL PAÍS. Es licenciado en Derecho por la Universidad de Valencia y Máster de periodismo por la Universidad Autónoma de Madrid y EL PAÍS.
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